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El Gurú de la Felicidad


Era un día gris en la ciudad, una de esas tardes húmedas de otoño en que el sol parece rendirse antes de tiempo. Las gotas de lluvia chocaban con las ventanas del bar, creando un ambiente opresivo, casi melancólico. Andrés había llamado a Pablo varias veces, sin éxito. Era un hábito de su amigo no devolver llamadas, pero esta vez algo le decía que la situación era diferente. Sabía que Pablo estaba pasando por un momento difícil, pero no imaginaba que el peso de la tristeza que lo había arrastrado fuera tan denso. Así que, finalmente, decidieron encontrarse en ese bar, como solían hacerlo cuando se sentían perdidos, para hablar de todo y de nada, de esos temas que solo los viejos amigos pueden compartir.

Cuando Andrés llegó, vio a Pablo en una mesa cerca de la ventana. Estaba recostado en su silla, mirando a través del cristal como si la ciudad pudiera ofrecerle alguna respuesta. No levantó la vista cuando Andrés se acercó. Solo lo saludó con un leve gesto de la mano.

“¿Qué tal, Pablo?” preguntó Andrés, mientras se sentaba frente a él, observando a su amigo, que parecía más cansado de lo habitual.

“Estoy… estoy en una especie de… no sé ni cómo llamarlo”, dijo Pablo, con la voz apagada. “¿Sabes esa sensación de estar atrapado, pero no saber en qué exactamente?”

Andrés frunció el ceño. No estaba acostumbrado a ver a Pablo de esa forma. Siempre había sido el que tiraba de los hilos, el que mantenía las riendas de la conversación. Pero hoy, la tristeza se le notaba en el rostro, en su postura. “¿Te pasa algo? De verdad, no te veo bien.”

Pablo suspiró profundamente, mirando la taza el café que tenía frente a él como si en ella pudiera encontrar alguna respuesta. “Me metí en algo… algo raro, Andrés. Algo que pensé que me iba a ayudar, pero me ha dejado más perdido que antes.”

Andrés levantó una ceja. “¿Qué hiciste?”

“Empecé a ir a un gurú”, dijo Pablo, como si esas palabras fueran las más naturales del mundo, pero que a Andrés le resultaban extrañas. “Un tipo que promete enseñarte cómo ser feliz. Que la felicidad es un estado que puedes alcanzar si sigues sus métodos. Un camino claro, como una receta, como esos libros de autoayuda que todos conocemos. Pero el tipo es diferente. Tiene seguidores, promueve todo un estilo de vida. Te dice que solo te falta saber cómo cambiar tu mentalidad, cómo romper tus propios límites, cómo dejar de sabotearte.”

Andrés miró a su amigo con incredulidad. “¿Un gurú, de verdad? ¿A ti? Pensé que sabías que esas cosas son un peligro.”

Pablo lo miró, por primera vez desde que entró al bar, con una leve sonrisa. “No soy tan tonto, Andrés. Sé que todos esos tipos son comerciales, que venden ‘bienestar’ como si fuera un producto. Pero este hombre tiene algo diferente. No sé qué es. No es el típico coach motivacional que te habla de prosperidad y dinero, o el que te dice que eres un perdedor si no eres productivo. Este tipo habla de algo más profundo. Algo… que me tocó.”

Andrés se quedó en silencio por unos segundos. Su mente estaba procesando lo que su amigo le contaba, pero le costaba creerlo. Siempre había conocido a Pablo como un hombre reflexivo, no como el tipo que se dejaba arrastrar por modas de autoayuda.

“¿Y qué te ha dicho, exactamente?” preguntó Andrés con cautela, sin querer juzgarlo de inmediato.

Pablo miró a su alrededor, como si esperara que alguien lo estuviera observando, y entonces se inclinó hacia adelante, como si la confidencia fuera demasiado importante. “El tipo me dijo que todo lo que siento, todo lo que me pasa, es producto de mis pensamientos. Que mi mente está llena de bloqueos que me impiden ser feliz. Me habló de ‘soltar’, de dejar ir las cargas emocionales, de que la felicidad no es un destino, sino un proceso. Me hizo hacer ejercicios de respiración, escribir en un diario sobre lo que me hace sentir bien, y me recomendó que practicara la gratitud todos los días. La idea es que en cuanto comiences a cambiar tu forma de pensar, todo en tu vida empezará a cambiar.”

Andrés lo miró fijamente, tratando de entender si su amigo estaba hablando en serio. “Y, ¿te ayudó?”

Pablo hizo un gesto con la mano, como si quisiera deshacerse de algo invisible. “Al principio sí. Me sentí más tranquilo, más enfocado. Pensé que realmente estaba encontrando algo. Pero después… después comencé a darme cuenta de que todo era un ciclo. Cada vez que superaba una cosa, había otra que aparecía para ocupar su lugar. Y lo peor es que me pedían que siguiera pagando más por cursos, talleres, suscripciones. Cada vez más. Pero no me daban respuestas. Me decían que el trabajo en mí nunca termina. Que el bienestar es un proceso infinito, que siempre hay algo más que mejorar.”

Andrés lo miró sin juzgarlo, pero con una tristeza en los ojos. “Te están vendiendo una mentira, Pablo. Esa gente no te quiere ayudar, te quieren vender una fórmula. Un remedio falso que, en lugar de curarte, te hace sentir que siempre necesitas más. ¿Sabes lo que estás comprando? Esperanza. Y la esperanza, mi amigo, es lo único que no puede devolverse. Es el gran negocio de la humanidad.”

Pablo se quedó en silencio. Miró sus manos y luego a la ventana, como si la ciudad fuera el reflejo de su mente enredada. “Lo sé, Andrés. Lo sé, pero me siento tan vacío. Cada vez que pienso que tengo la respuesta, me doy cuenta de que me falta algo más.”

Andrés lo miró con una expresión seria, pero sincera. “Escucha, Pablo. No necesitas esos cursos ni esos libros. Necesitas hacer algo que no tiene precio: mirar dentro de ti mismo. Dejar de esperar soluciones rápidas, porque eso es lo que te venden, y te lo venden bien. Pero no es la solución. No lo encontrarás en esos gurús ni en esos talleres de fin de semana. Lo que realmente necesitas, lo tienes dentro, solo que te has acostumbrado tanto a mirar hacia afuera que no puedes verlo.”

Pablo levantó la vista y lo miró, como si, por primera vez, escuchara con claridad. “¿Y cómo hago eso?”

Andrés se quedó un momento pensativo, luego sonrió levemente. “Te recomiendo que leas algo que puede abrirte los ojos. Hay un libro llamado La promesa de la felicidad. En él se habla de cómo la felicidad no es un producto que compras, sino algo que debes descubrir a través de tu propio proceso. No es fácil, pero te garantiza que la única forma de encontrarla es dejar de buscarla en lugares equivocados.”

Pablo lo miró con curiosidad. “¿De verdad crees que me ayudará?”

“Sí”, respondió Andrés, con firmeza. “Pero solo si dejas de buscar la solución fuera de ti. Porque, al final, la única respuesta que importa es la que tú te das.”

El resto de la tarde se desvaneció entre silencios reflexivos, y aunque Pablo no tenía la certeza de qué haría después, algo había cambiado en él. Tal vez, solo tal vez, había encontrado la semilla de algo que no era tan fácil de vender: el principio de su propia paz.


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