La Conquista de América: Entre Dioses y Conquistadores
- Roberto Arnaiz
- 3 nov 2024
- 4 Min. de lectura
La conquista de América por los exploradores y soldados españoles fue un acontecimiento que alteró el rumbo de la historia en ambas orillas del Atlántico. La caída de los poderosos imperios azteca e inca a manos de expediciones relativamente pequeñas de conquistadores desafía la lógica histórica: ¿cómo fue posible que un grupo reducido de europeos lograra desmantelar civilizaciones tan vastas y avanzadas? Este choque entre dos mundos dio lugar a una nueva y compleja realidad cultural, rica en sincretismos, que continúa moldeando las identidades de América Latina y España.
Para los aztecas, la llegada de Hernán Cortés coincidió con una antigua profecía que predecía el regreso de Quetzalcóatl, el dios de la creación y el orden. La visión de hombres blancos montando animales desconocidos —los caballos— intensificó el desconcierto y el temor en la población indígena, muchos de los cuales interpretaron la llegada de los españoles como el cumplimiento de este presagio.
En contraste, tribus como los querandíes y los charrúas en la Pampa argentina, ajenas a esta interpretación mítica, resistieron con ferocidad. Para asegurarse de que hombre y caballo eran seres separados, utilizaban boleadoras para derribar a los jinetes, enfrentándose directamente con los invasores. Esta diferencia en las reacciones muestra cómo las creencias y las percepciones influyeron profundamente en las respuestas de los distintos pueblos originarios y, en última instancia, en sus destinos frente a los conquistadores.
Sin embargo, la conquista no solo fue un choque de creencias y mitologías. Los conquistadores trajeron consigo enfermedades como la viruela, que devastó las poblaciones indígenas, en muchos casos más que las propias batallas. Esta "guerra biológica" involuntaria facilitó la tarea de los españoles, quienes, a su vez, supieron explotar las divisiones internas entre las tribus sometidas por los aztecas, aplicando la táctica de "divide y vencerás" que tan bien les funcionó a Cortés y sus hombres.
Para los españoles, la conquista no era solo un proyecto militar; era también una misión evangelizadora. En un contexto donde la Iglesia Católica buscaba expandir su influencia en respuesta a la Reforma Protestante, la evangelización del Nuevo Mundo se convirtió en una misión sagrada. La cultura europea de la época, eurocéntrica y con un profundo sentido de superioridad, veía la civilización indígena como algo bárbaro que necesitaba ser "civilizado". Este pensamiento, que subestimaba y desvalorizaba sistemáticamente a las culturas nativas, fue el motor de una aniquilación cultural que casi borró del mapa a civilizaciones que habían alcanzado logros significativos en astronomía, matemáticas y arquitectura.
A medida que el imperio español consolidaba su dominio, las ciudades y templos indígenas eran destruidos para erigir iglesias y edificios coloniales sobre sus ruinas. Esta imposición física y simbólica buscaba sepultar no solo las estructuras, sino también el legado cultural y espiritual de los pueblos conquistados. Sin embargo, la resistencia indígena no fue silenciada tan fácilmente. Las culturas originarias, aunque debilitadas y transformadas, mantuvieron vivas sus tradiciones mediante un sincretismo en el que se fusionaron creencias indígenas con el catolicismo impuesto.
El sincretismo en el mundo azteca representa una adaptación compleja y, en muchos sentidos, forzada, que surgió en el contexto de la conquista española. La imposición del cristianismo, con su figura central de un Cristo sufriente y crucificado, encontró una resonancia particular en la cosmovisión azteca, donde el sacrificio humano y el derramamiento de sangre eran fundamentales en sus rituales. Para los aztecas, acostumbrados a venerar a sus dioses mediante la entrega ritual de sangre y vida, la imagen de un dios que se sacrificaba por la humanidad tenía un paralelismo que facilitó, en cierta medida, la adopción de algunos elementos de la nueva fe. Sin embargo, este sincretismo no fue una fusión pacífica de creencias, sino una integración marcada por la derrota y la imposición cultural.
La conversión al cristianismo se dio en un contexto de desolación y pérdida, un eco de la devastadora caída de Tenochtitlán. Eduardo Galeano describe poéticamente este momento como una ciudad sumida en un silencio profundo, con sus calles y templos cubiertos por una lluvia interminable, como si los dioses y los hombres hubiesen sido derrotados por igual. La imagen de Tenochtitlán en ruinas simboliza la aniquilación no solo de una ciudad, sino de un cosmos entero, un mundo que veía derrumbarse sus templos y desaparecer sus deidades bajo el peso de una fe ajena y dominante.
En el imperio inca, la conquista se vio facilitada por una guerra civil entre Atahualpa y su medio hermano Huáscar. Pizarro, a diferencia de Cortés, era un hombre brutal y decidido que supo aprovechar las circunstancias y dividir al imperio. Tras capturar y ejecutar a Atahualpa, los españoles no solo destruyeron un liderazgo, sino también una figura divina para los incas, acelerando el colapso de esta civilización que, hasta entonces, había mantenido una organización social y administrativa envidiable.
La obsesión por el oro fue un motor clave para los conquistadores. Fascinados por leyendas como la de El Dorado, se lanzaron en una búsqueda frenética de riquezas. Este afán por el oro fue, en gran medida, lo que definió el enfoque destructivo de la conquista, donde la explotación y la evangelización avanzaban de la mano, erradicando cualquier vestigio de las culturas originarias y abriendo el camino a una nueva era de dominación y colonización.
A pesar de los inmensos esfuerzos por destruir la herencia indígena, siglos después comenzó a emerger un renovado interés por estas civilizaciones perdidas. En el siglo XIX, el redescubrimiento arqueológico de ciudades como Machu Picchu y los códices mayas revelaron la grandeza de culturas que casi desaparecieron bajo el peso de la colonización. Exploradores y estudiosos como Hiram Bingham y Charles Étienne Brasseur de Bourbourg trajeron al mundo los vestigios de estos pueblos olvidados, recordándonos el inmenso legado que se perdió y lo que aún queda por redescubrir.
La conquista de América fue un encuentro brutal que transformó el continente. Hoy, al mirar hacia el pasado, es inevitable sentir un respeto profundo por las culturas que resistieron y por las que perecieron. Las ruinas y los recuerdos de los pueblos originarios nos invitan a reflexionar sobre el impacto de este choque de civilizaciones y sobre la tenacidad de un espíritu humano que, incluso después de la devastación, sigue luchando por contar su historia.
Para profundizar en la huella cultural que la conquista de América dejó en España y en la identidad latinoamericana, recomiendo el libro Ecos de España: Un Viaje a Través del Tiempo y el Alma, donde se explora el impacto de esta epopeya y su influencia duradera en nuestra historia y cultura.






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