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Once líneas para una hija, un país y el porvenir

Actualizado: 11 jul


No fue un discurso para la historia, ni una proclama desde un caballo blanco. Fue un padre, solo, en una habitación extranjera, escribiéndole a su hija lo que ningún prócer había escrito antes: once líneas que podían hacer de una niña, una república.


Y no cualquier padre. José de San Martín, héroe de charreteras gastadas y mirada de acero, que en vez de espadas, en ese papel usó palabras. Y no para dirigir batallas, sino para formar el carácter de Merceditas, su hija de ocho años.


Bruselas no era su patria. Era un punto en el mapa donde se le iba la vida mirando crecer a su hija lejos de los Andes. Y aun así, escribió esas once líneas como quien planta una bandera sin territorio, pero con destino.


No hay en esas frases rimbombancias ni gestos para la galería. No le pide que conquiste imperios, ni que se pavonee con su apellido. Le pide cosas simples y revolucionarias: que sea buena con los criados, que respete a los viejos, que ame la verdad, que no le tema al aseo ni se enamore del lujo.


¡Qué potencia secreta hay en esas once enseñanzas! Una dulzura severa, como el mate que quema la lengua pero reconforta el pecho. Uno las lee hoy, entre tanto influencer narcisista, tanto coaching de cartón y tanto algoritmo del ego, y se pregunta si no deberíamos todos aprender a ser un poco más como Merceditas.


San Martín, curtido en guerras, traiciones y silencios, le pide a su hija cosas que hoy sonarían subversivas:


“Dulzura con los criados, pobres y viejos.”


Dulzura? ¿En este siglo XXI donde la gente se pisa en los trenes, se escupe en las redes y se mata por un estacionamiento?


“Inspirarle amor a la verdad y odio a la mentira.”¿Verdad? ¿Dónde se compra eso hoy, en qué góndola del supermercado moral?


No le pide que sea la mejor, ni la más linda, ni la más obediente. Le pide que tenga criterio, corazón y silencio.Que hable poco y lo justo.Que respete a todos.Que desprecie el lujo.Que practique la dignidad como quien respira.

 

Imagínelo, amigo. San Martín, vencedor de imperios, acariciando con su pluma el alma de una niña.

No da órdenes.

Da abrazos escritos.

No enumera méritos.

Enumera virtudes.

No quiere que sea la mejor.

Quiere que sea buena.


Y es ahí donde todo se vuelve universal. Porque lo que escribió para su hija no era solo un legado familiar. Era un testamento moral para una patria que apenas gateaba… y que aún hoy sigue tropezando.


Lo veo escribiendo con la mano firme y el alma rota, mirando por la ventana belga, sabiendo que quizás nunca volvería a su tierra. Pero convencido de que la única independencia verdadera es la que uno conquista dentro de sí: la libertad de no mentir, de no humillar, de no venderse.


Sí, señores. Mientras nos llenamos la boca hablando de patriotismo con banderas que chorrean marketing, el más grande de todos nos dejó once líneas que, si las cumpliéramos, este país sería otro.


Un país donde los chicos guardan secretos, respetan al prójimo y no necesitan mostrar lo que tienen para saber cuánto valen.


San Martín no soñaba con criar una heroína. Soñaba con formar una mujer decente.Y vaya si eso no es heroico hoy.


Porque en un país donde todos quieren ser héroes, él nos recordó que primero hay que ser buenas personas.


Y si alguna vez nos preguntamos qué valores enseñar a nuestros hijos en medio de esta tormenta de individualismo, ahí están, silenciosas pero firmes, como faros antiguos:

 

Máximas para mi hija Merceditas

(Bruselas, 1825)

  1. Humanizar el carácter y hacerlo sensible, aun con los insectos que nos perjudican.

  2. Inspirarle amor a la verdad y odio a la mentira.

  3. Inspirarle gran confianza y amistad, pero uniendo el respeto.

  4. Estimular en Mercedes la caridad con los pobres.

  5. Respeto sobre la propiedad ajena.

  6. Acostumbrarla a guardar un secreto.

  7. Inspirarle sentimientos de indulgencia hacia todas las religiones.

  8. Dulzura con los criados, pobres y viejos.

  9. Que hable poco y lo preciso.

  10. Acostumbrarla a estar formal en la mesa.

  11. Amor al aseo y desprecio al lujo.


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