¿Quién le pone el cascabel al gato?
- Roberto Arnaiz
- 22 ene
- 2 Min. de lectura
En un edificio gris, devorado por la humedad y el olvido, los ratones sobrevivían como podían. El sótano apestaba a moho y miedo, un miedo que se colaba en cada grieta y silenciaba incluso a las cucarachas. En ese lugar reinaba un tirano: un gato negro, de movimientos sigilosos y ojos amarillos que brillaban como faroles en la penumbra. Rondaba con la calma de quien sabe que manda, sus zarpas resonaban en el suelo como una sentencia.
Los ratones, hartos de vivir acorralados, se reunieron esa noche en un rincón oscuro, donde el eco de sus susurros parecía un grito. El más viejo del grupo, un veterano con cicatrices en el hocico y el orgullo herido, tomó la palabra:—¡Esto no puede seguir así! —gruñó, golpeando el suelo con la cola—. Ese maldito nos tiene acorralados. ¿Qué vamos a hacer? ¿Esperar a que nos atrape uno por uno?
El ambiente se tensó. Los ratones se miraban inquietos, hasta que uno de los más jóvenes, con los bigotes temblando de entusiasmo, se levantó como un héroe en potencia.—¡Tengo una idea! —anunció, inflando el pecho—. Le ponemos un cascabel al gato. Así sabremos cuándo viene y podremos escapar a tiempo.
La propuesta cayó como un relámpago. Hubo murmullos de aprobación, suspiros de esperanza e incluso algunas risitas nerviosas. Pero el viejo, con su experiencia curtida en desastres, levantó una pata para acallar el entusiasmo.—Muy bien, muchacho, muy brillante. —Dijo con sarcasmo y dejó que sus ojos recorrieran al grupo—. Ahora díganme… ¿quién se anima a ponérselo?
El silencio cayó como una losa. Los ratones se encogieron. Uno jugueteó con una migaja; otro fingió interés en una grieta del suelo. Hasta el joven, que había hablado con tanta convicción, bajó la mirada.—Bueno… yo… yo soy más de pensar las ideas. Quizá alguien más valiente debería hacerlo.
El viejo soltó una risa seca, amarga como un café sin azúcar.—¿Valientes? Claro, valientes sobran, pero todos están de vacaciones. Sigamos soñando con cascabeles mágicos.
Se levantó despacio, con sus bigotes temblando de rabia contenida.—Escuchen bien —dijo, con una voz que parecía cortada por un cuchillo—: No es el gato quien nos tiene atrapados. Es nuestro propio miedo.
Y así, la asamblea terminó. Al amanecer, el gato seguía patrullando, las sombras de su figura alargándose como un recordatorio constante de su poder. Los ratones permanecieron escondidos, y el cascabel, brillante pero inútil, quedó como un sueño archivado junto a todas esas ideas que mueren antes de nacer.
Moraleja moderna: En el mundo de hoy, los gatos ya no se esconden en los sótanos. Están en las oficinas, en las pantallas y en cada rincón donde el poder se ejerce sin límites. Y, como los ratones, seguimos esquivándolos, soñando con cascabeles que nunca nos atrevemos a colocar. ¿Cuántas veces miramos para otro lado porque enfrentarlos nos parece demasiado arriesgado? Las ideas no cambian el mundo; el valor para ejecutarlas, sí.
Basado en la fábula de Esopo, adaptada al mundo moderno.






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