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Trump, el canal y los nuevos piratas: ¿quién lo reclama ahora?


 El Canal de Panamá, ese pequeño hilo de agua que une océanos y divide al mundo, vuelve a ser el centro de atención. Y no precisamente por su ingeniería, sino porque Donald Trump, el magnate que convirtió su nombre en una marca de exceso y promesas vacías, ha decidido que este canal estratégico necesita "protección". Y no cualquier protección, claro, sino la suya, la del gran salvador de la libertad mundial.


Desde su torre dorada, Trump dice que potencias hostiles como China amenazan con dominar este corredor crucial para el comercio global. Pero debajo de esa retórica heroica, lo que realmente quiere es devolver el canal a las manos de Estados Unidos o, mejor dicho, a los bolsillos de sus amigos empresarios.


El Canal de Panamá fue devuelto a sus legítimos dueños en 1999 tras décadas de lucha por la soberanía. Un triunfo histórico que ahora parece tambalearse bajo la sombra de nuevos ambiciosos con viejas intenciones. Y mientras Trump ensaya su teatro imperial, Panamá intenta jugar al "no nos metemos en problemas". Hablan de neutralidad con una seguridad que apenas disimula el miedo. Porque, ¿cómo no temblar cuando el pasado está lleno de historias de intervenciones?


China, silenciosa como siempre, sabe que no necesita gritar; su dinero ya habla por ellos. Europa, en cambio, se limita a enviar comunicados diplomáticos que nadie lee ni toma en serio. Y América Latina, fiel a su indiferencia crónica, sigue mirando hacia otro lado, ocupada con sus propias crisis. Porque, claro, ¿quién tiene tiempo para preocuparse por un canal si las vacas y la soja siguen siendo prioridad?


Trump, con su cabellera amarilla como un sol de caricatura, aparece una vez más como el pirata moderno que promete grandeza, pero llega a quedarse con lo que otros construyeron. Habla de proteger y asegurar, pero su discurso no es más que un eslogan para justificar su voracidad.


El Canal de Panamá no es solo un recurso estratégico, es un espejo. Refleja lo que somos como región: un territorio que cede, que justifica su apatía mientras los poderosos toman lo que quieren. No es Trump el problema, sino nosotros, que preferimos callar. Porque si algo es peor que perder, es nunca haber intentado resistir.


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