top of page
  • Facebook
  • Instagram
Buscar

 ANTONINA ROXA: La Salteña que se quedó cuando todos se fueron



 En una tierra donde el viento borra los nombres y los imperios escriben la historia a su antojo, hubo una mujer que no se arrodilló. Se llamaba Antonina Roxa. Y fue patria sin bandera.


Si usted piensa que las Malvinas fueron habitadas sólo por peones analfabetos o súbditos del Imperio, va a tener que tragarse el sombrero. Esta historia no figura en los libros de texto, ni la recita ningún funcionario cada 2 de abril. Pero existió. Y fue real. Era criolla. Gaucha. India. Mujer. Y se plantó en las Islas Malvinas cuando los vientos ingleses venían de frente y la patria se diluía en el horizonte.


Antonina Roxa nació hacia 1807, probablemente en la provincia de Salta, en tiempos en que el Virreinato del Río de la Plata se encontraba sacudido por los primeros temblores de independencia, a pocos años de las invasiones inglesas de 1806 y 1807. No era noble ni tenía blasones. Era india y pobre. Pero tenía un coraje que no cabía en ningún catastro.


A los diecisiete años, se embarcó como parte del grupo de colonos contratados por Luis Vernet para poblar las Islas Malvinas, bajo la bandera de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Era 1824 y el mundo estaba hecho un matadero. En esas tierras frías y desiertas, Antonina comenzó su nueva vida: cocinera, comadrona, criadora de gallinas, curandera, cuidadora de niños. Todo lo que la colonia necesitara, ahí estaba ella.


Vernet, designado por decreto del gobernador Martín Rodríguez como Comandante Político y Militar de las Islas Malvinas y adyacentes al Cabo de Hornos (Decreto del 10 de junio de 1829), organizó un pequeño poblado criollo en Puerto Soledad. Antonina formaba parte de esa primera avanzada. Figuran sus servicios en los registros del Archivo General de la Nación y en las listas de dependencias domésticas de la residencia oficial. Era mucho más que una sirvienta. Era la columna vertebral de un hogar en tierras donde no crecían ni los alambres.


En 1833, todo cambió. El buque de guerra británico "HMS Clio" desembarcó en las islas y forzó la retirada de la guarnición criolla. Fue el principio del fin de nuestra soberanía. La invasión se dio en un contexto de expansión imperial británica, mientras Argentina aún protestaba diplomáticamente por la usurpación. Muchos colonos regresaron a Buenos Aires. Otros resistieron. Algunos se rebelaron. Antonio Rivero y sus compañeros —entre los que estaban criollos, mestizos e indígenas— protagonizaron una revuelta que terminó con la vida de varios colonos y funcionarios.


Antonina no participó de la matanza, pero fue testigo y sobreviviente de aquellos días de violencia e incertidumbre que marcaron el quiebre de una época. Quedarse era un acto de insumisión. De testarudez criolla. Cuando todo se desmoronaba, ella eligió quedarse. Y en esa decisión solitaria, sin uniforme ni decreto, sostuvo una forma de soberanía más poderosa que los cañones.


Cuando los británicos retomaron el control, la mayoría de los criollos fueron desplazados. Pero Antonina Roxa se quedó. No sólo se quedó: prosperó. Aparece en los censos de 1842 y 1843 como una de las pocas mujeres jefas de hogar. Figura como propietaria de ganado, responsable de una estancia y contratista. La llaman "Mrs. Roxa". En documentos del Falkland Islands National Archive (F.I.N.A.), se la menciona como "respected settler" —es decir, colona de buena reputación, una distinción que implicaba reconocimiento oficial, confianza comunitaria y aceptación dentro del sistema colonial— (Colonial Registers, FINA, 1842).


Su nombre aparece en el "Colonial Blue Book" de 1842. En una región donde las mujeres eran excepción y los criollos aún peor vistos que las ovejas negras, Antonina era dueña de tierras, contrataba peones y vendía víveres. ¡Una india salteña con campos propios bajo administración británica! A los ingleses no les tembló la pluma para anotarla como "landholder". Ella ni siquiera sabía deletrear esa palabra, pero sabía levantar un rancho, parir terneros y negociar mejor que un comandante.


En 1851, Antonina Roxa aparece registrada como arrendataria de una vasta región en Punta del Medio. Administraba ganado, comerciaba lana y seguía ejerciendo de curandera entre los pocos criollos que quedaban. Entre ellos, algunos veteranos de la campaña de Vernet, peones dispersos y hasta desertores del ejército británico que preferían una sopa caliente a un salario en libras.


Los documentos la retratan como figura clave en la economía informal de las islas. Pero la historia oral va más allá. La memoria colectiva la recuerda montando su caballo zaino con el pelo recogido en un pañuelo rojo y una mirada que no pedía permiso. Era la que ayudaba a parir, la que curaba con yuyos y alcohol, la que prestaba un catre cuando las rachas de nieve tapaban las ventanas. Una madre para todos. Y dueña de sí misma.


Murió en 1869, en Puerto Stanley. Su tumba no tiene nombre. Su historia casi no tiene letras. Pero quedó escrita en la tierra. Hasta el día de hoy, algunos lugareños recuerdan un paraje llamado "Valle Antonina". Otros aseguran que su cabaña resistió al tiempo y que, hasta hace no tanto, sus maderas seguían en pie. Nadie sabe con certeza dónde está enterrada. Pero todos —hasta los ingleses más longevos— reconocen que existió. Su tumba perdida simboliza también el silencio que cayó durante décadas sobre las figuras femeninas y criollas de Malvinas.


Los historiadores argentinos como María Sáenz Quesada y Pablo Fontirroig han citado referencias a Antonina en documentos oficiales. Sáenz Quesada la menciona en "Las mujeres de la conquista" (Sudamericana, 2010) y Fontirroig en su estudio "Historia de los habitantes criollos en Malvinas antes de 1833" (Ed. Ministerio de Relaciones Exteriores, 2020), donde se rescata su figura como símbolo de soberanía y permanencia criolla en el archipiélago.


¿Qué representa Antonina Roxa?


Representa la patria que no se rinde. La tierra sembrada con manos mestizas. El coraje silencioso. Representa a todas las mujeres que no figuraron en los partes militares, pero sostuvieron el rancho mientras otros hacían historia. Antonina no disparó un tiro, pero resistió cada invasión con su presencia.


Y como dijo un viejo pastor anglicano en una carta conservada en los archivos de Stanley: "Antonina era más que una mujer. Era una institución".


Así que la próxima vez que alguien le diga que en Malvinas no había nadie, o que los criollos se fueron todos, cuéntele esta historia. Cuéntele que hubo una india salteña que se paró frente al viento y dijo: yo me quedo. Y se quedó.


Tal vez nunca tenga estatua. Pero cada mujer que resiste en silencio es una Antonina sin tumba. Una patria con rostro de madre.


Bibliografía:

· Sáenz Quesada, María. Las mujeres de la conquista. Sudamericana, 2010.

· Fontirroig, Pablo. Historia de los habitantes criollos en Malvinas antes de 1833. Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, 2020.

· Falkland Islands National Archives (FINA), Colonial Registers, 1842-1843.

· Archivo General de la Nación Argentina, Registros de la colonia de Puerto Soledad, 1829-1833.

· Blue Book of the Colony of the Falkland Islands, 1842.


ree

 
 
 

Comentarios


¿Queres ser el primero en enterarte de los nuevos lanzamientos y promociones?

Serás el primero en enterarte de los lanzamientos

© 2025 Creado por Ignacio Arnaiz

bottom of page