El corsario del sol: Hipólito Bouchard y la semana en que California fue argentina
- Roberto Arnaiz
- 4 jul
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 11 jul
Hay historias que suenan a leyenda, y sin embargo son verdad. Historias que no se enseñan en las escuelas, pero que merecerían una película, una estatua o al menos un recuerdo cada 24 de noviembre. Ese día, pero de 1818, la bandera argentina flameó sobre el fuerte de Monterrey, en la actual California, gracias a un hombre que no había nacido en el Río de la Plata, pero que llevó la patria en el corazón y la furia en los cañones. Se llamaba Hipólito Bouchard, y su nombre debería estar grabado en cada puerto donde alguna vez flameó el sol de Mayo.
Nacido como André Paul en Bormes-les-Mimosas, cerca de Saint-Tropez, cambió su nombre en honor a un hermano muerto y su destino al llegar al Río de la Plata. Fue granadero en San Lorenzo, corsario en los siete mares y patriota sin patria que decidió que su bandera sería la argentina porque la justicia no necesita documentos para izarse. Su carácter era legendario. En una ocasión, ordenó la ejecución de un tripulante que violó su estricta norma de no saquear hogares de americanos. “La libertad no se mancha con robos”, dijo. Así era Bouchard: fuego en la mirada, pero código en el alma.
El 27 de junio de 1817 zarpó de la Ensenada de Barragán al mando de la fragata "La Argentina", armada con 34 cañones y tripulada por 180 hombres. Llevaba, además de fusiles y artillería, copias de la Declaración de la Independencia. Su misión, según la patente de corso que le otorgó el gobierno de Buenos Aires, era clara: hostigar al comercio realista, llevar la noticia de la libertad por el mundo y hacer temblar al Imperio Español donde más le doliera.
Durante su viaje, pasó por Madagascar, Java, Filipinas, capturó barcos, liberó esclavos, y hasta firmó un tratado con el rey Kamehameha I en Hawai. Logró que le devolvieran la corbeta "Santa Rosa" (ex "Chacabuco"), que había sido vendida por su tripulación amotinada. En agradecimiento, el rey fue nombrado teniente coronel de los ejércitos de las Provincias Unidas. Algunos historiadores lo consideran el primer reconocimiento no ibérico de las Provincias Unidas.
Pero su momento más legendario llegó cuando puso rumbo a California. En aquel entonces, la Alta California era un territorio remoto y mal defendido del Imperio español, dependiente del Virreinato de Nueva España, con escasos recursos militares y en creciente tensión por los movimientos independentistas que sacudían América.
El 20 de noviembre de 1818, sus dos naves, "La Argentina" y "Santa Rosa", aparecieron frente a la bahía de Monterrey. La ciudad, capital del entonces territorio de Alta California, contaba con un presidio y unos 400 habitantes. El gobernador Pablo Vicente Solá, advertido de la llegada de los corsarios, evacuó a mujeres, niños y ancianos, y se replegó al Rancho del Rey (actual Salinas), dejando una pequeña guarnición al mando del sargento Manuel Gómez.
El primer ataque fue rechazado. El "Santa Rosa" intentó acercarse al fuerte, pero fue duramente castigado y el teniente Guillermo Shepperd debió rendirse. Curiosamente, los españoles no abordaron la nave. Al advertir que carecían de botes, Shepperd organizó una maniobra audaz y rescató su buque ante la mirada impotente de los defensores. Tras esa noche de tensión, Bouchard susurró a sus hombres: "Mañana, esta ciudad será nuestra".
Y cumplió. El 24 de noviembre, desembarcó a una legua del fuerte con 200 hombres y un cañón. Atacaron de madrugada. La resistencia fue mínima. Al ver a los corsarios escalar los muros, los soldados huyeron. El fuerte fue tomado, y por seis días, flameó en su torre la bandera argentina. Monterrey fue, en los hechos, parte de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Se liberaron prisioneros, se aprovisionaron de ganado, trigo y provisiones, y se incendiaron instalaciones militares y casas de españoles peninsulares. Por órdenes de Bouchard, no se tocaron ni iglesias ni casas de criollos americanos. Los cañones fueron inutilizados y el fuerte, destruido. La noticia de la independencia de las Provincias Unidas había llegado a California a bordo del estruendo.
El valor simbólico de aquella toma fue enorme: Monterrey no era un pueblo más, sino la capital del Alto California. Su caída temporaria fue una afrenta directa a la corona española en un rincón clave del Pacífico. Y aunque breve, la ocupación mostró que la independencia americana no era un hecho aislado, sino una corriente viva capaz de tocar todos los océanos.
Luego se dirigieron a Santa Bárbara, donde atacaron el rancho El Refugio de la familia Ortega, realista confesa. Tomaron cuanto pudieron cargar y quemaron lo demás. El 16 de diciembre llegaron a San Juan Capistrano, donde intentaron comerciar pacíficamente a cambio de alimentos. Ante la negativa y la huida de los locales, tomaron los bienes necesarios y destruyeron propiedades de los españoles. En todos los casos, respetaron a los americanos y a sus bienes, siguiendo un código de honor que Bouchard no negociaba.
La campaña fue veloz. Cuando los refuerzos españoles llegaban, los corsarios ya estaban lejos. En enero de 1819 bloquearon San Blas, y en abril atacaron El Realejo, un puerto clave de Centroamérica. Finalmente, el 9 de julio fondearon en Valparaíso.
Pero lejos de honores, encontró sospechas. El almirante Cochrane, que había mostrado ya comportamientos piráticos, lo acusó de lo mismo. Fue encarcelado y liberado meses después, con sus barcos saqueados. San Martín lo pidió en el Perú. Bouchard se quedó y recibió tierras como recompensa. Murió en 1837, asesinado por esclavos que no toleraron su trato. Una muerte cruel para quien había liberado a tantos. Una contradicción histórica que no borra su gesta.
Todos los 9 de julio, en su pueblo natal, se canta el himno argentino. Allí está su busto, como recordatorio de que la patria puede nacer lejos, pero vivirse con intensidad. Monterrey fue argentina durante una semana. Y esa semana, por audacia, honor y fuego, quedó para siempre en la historia. Esa bandera flameando en Monterrey no fue una ocupación, fue un grito. Un grito que atravesó océanos y siglos. Un grito que dice, aún hoy: fuimos, somos y seremos capaces de cruzar el mundo por la libertad.
¿Por qué se retiró Bouchard de Monterrey?
La retirada de Bouchard de California no fue consecuencia de una derrota militar, sino una decisión táctica. Su objetivo no era ocupar territorios, sino hostigar al Imperio Español y llevar el mensaje de la independencia. No contaba con fuerzas suficientes para mantener la plaza, ni buscaba establecer un gobierno permanente. La escuadra debía seguir su campaña por otros puertos del Pacífico. La ocupación simbólica de Monterrey, su saqueo y la destrucción del presidio fueron suficientes para cumplir su misión. Para Bouchard, cada ataque era un mensaje político y estratégico. No era un conquistador, sino un sembrador de libertad en tierras ajenas. Su guerra era de símbolos, no de ocupación.
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Fuentes y documentación:
Archivo General de la Nación Argentina. Patentes de corso emitidas por la Asamblea del Año XIII.
Mitre, Bartolomé. Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana.
Pignatelli, Adrián. "La epopeya de Hipólito Bouchard y la semana en que California fue argentina". Infobae, 24 de noviembre de 2022.
Documentos del Archivo de Monterrey, California, Presidio de San Carlos.
Testimonios recogidos por Tomás de Anchorena en la "Gaceta de Buenos Aires", 1819.






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