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El manco que escribió su guerra con la otra mano

 

No se trata solo de una avenida que serpentea entre autopistas y edificios. No. El General José María Paz no fue un nombre de baldosa rota ni un bronce escolar. Fue un hombre de guerra, de letra fina y coraje agudo, que supo escribir tratados de matemática con la misma mano con que decapitaba caudillos en nombre de la civilización.


Nació en Córdoba el 9 de septiembre de 1791. Hijo de criollos de buena posición, estudió en el Real Colegio de Monserrat con la intención de consagrarse a las ciencias. Pero el destino tenía otros planes: la Revolución de Mayo lo arrastró al torbellino de las armas. En 1811 ingresó al Ejército del Norte como cadete. Allí comenzó su vida militar.


Combatió en las batallas de Suipacha, Tucumán y Salta. Fue herido en Vilcapugio y nuevamente en Ayohúma. Más tarde luchó bajo el mando de Rondeau y San Martín. Historiadores como Vicente Fidel López y Adolfo Saldías destacan su disciplina, su formación autodidacta y su rechazo al caudillismo bárbaro.


En el combate de Venta y Media, el 20 de octubre de 1815, una bala española le inutilizó el brazo derecho. Desde entonces, se lo conoció como el "Manco Paz". Pero el apodo no le restó precisión: con una sola mano dirigió campañas con una claridad táctica inusual en su época.


En 1819 participó en Cepeda y luego en la campaña del Alto Perú. En 1827 se destacó en la Guerra contra el Brasil, y por su desempeño en Ituzaingó, fue ascendido por Carlos María de Alvear en el campo de batalla. En 1829, derrotó a Facundo Quiroga en La Tablada. No fue una victoria, fue una sinfonía de artillería y orden. Facundo, el tigre de los llanos, huyó como zorro entre los cañaverales. Paz demostró que con ciencia también se ganan batallas, aunque después vengan los poetas a glorificar a los que mueren sin entender por qué pelean.


En Oncativo (1830) volvió a derrotar a Quiroga. Desde Córdoba construyó la Liga del Interior, una especie de Confederación unitaria, rara avis entre tanto grito y machetazo. Gobernó con leyes, creó escuelas, reordenó la provincia como si fuera un tablero de ajedrez. Pero el ajedrez en Argentina siempre termina con el tablero volando por los aires.


Ya era el atardecer del 10 de mayo de 1831 cuando Paz se adelantó a su ejército para inspeccionar el terreno. Confundió una patrulla enemiga con soldados propios. El soldado Francisco Zeballos boleó su caballo, el cual corcoveó y lo arrojó a tierra. Fue capturado en El Tambo por fuerzas de Estanislao López. Su ayudante fue asesinado. Así comenzó su cautiverio: casi siete años de prisión, entre Santa Fe (cuatro años), Luján (cuatro años) y Buenos Aires (casi dos años), bajo la vigilancia de Rosas.


Quizá para presionarlo, el gobierno rosista le devolvió el grado de general y los sueldos adeudados. Pero Paz no pudo quedarse quieto. Planeó un plan de fuga y una noche de 1840 llegó al río a través de una casa cuya puerta trasera daba a la costa. Abordó una lancha y cruzó a Colonia. Margarita, acompañada de su madre, viajó semanas más tarde y llegó justo para dar nuevamente a luz a un bebé que moriría meses después víctima de una epidemia de sarampión. Su marido regresó a la pelea en el bando unitario y marchó a Corrientes a organizar el ejército que lucharía contra Rosas.


Las boleadoras que posibilitaron su captura fueron enviadas por el gobernador López a Rosas. Hoy se conservan en el Museo Histórico Nacional como testigos de una época.


Estuvieron once meses separados hasta que se reencontraron en Asunción del Paraguay. “Tu llanto penetra mi corazón, no te separas un momento de mi memoria. Tu inquietud es el mayor de mis pesares. Te he dicho y repito que vivo para vos y no te olvido un momento”, le escribía ella. Él lamentaba la separación: “Desde que uní tu suerte a la mía, no podemos decir que hemos gozado un día de reposo. En nuestro país todos han sido trabajos; y en el extranjero, intranquilidad y la más cruel incertidumbre…”.


En 1847 se trasladaron a Brasil. Margarita murió joven, el 5 de junio de 1848, con apenas 33 años, tras el parto de su noveno hijo, Rafael. Solo tres de sus nueve hijos sobrevivieron. Para subsistir, trabajaban una granja y abrieron una fonda donde iban a comer argentinos emigrados. Ella preparaba dulces y pasteles que un militar amigo de Paz, el salteño José María Todd –futuro gobernador de su provincia– vendía en la calle. Tras su muerte, su madre Rosario se hizo cargo de los niños.


Con el pronunciamiento de Urquiza en 1851, Paz regresó a Montevideo y luego a Buenos Aires. Cuando fue el sitio de Hilario Lagos, organizó la defensa de la ciudad. Pero ya era un hombre cansado. Murió el 22 de octubre de 1854 en Buenos Aires, presumiblemente por causas naturales, debilitado por años de campañas, prisión, exilio y el dolor de las pérdidas familiares. Tenía 63 años.


Fue enterrado primero en la Recoleta. Luego sus restos, junto a los de Margarita, fueron trasladados al atrio de la Catedral de Córdoba. Sus famosas Memorias Póstumas fueron editadas al año siguiente de su muerte, generando polémica entre los militares que en sus páginas mencionaba. Allí reflexionó sobre su vida con honestidad brutal, sin complacencias. Fue uno de los primeros en América Latina en escribir su propia historia desde la conciencia del deber y la desilusión.


Zeballos, el soldado que lo boleó, fue ascendido a capitán y murió en combate en Piedra Blanca, el 14 de julio de 1833. Francisco Solano Cabrera, quien arregló la dispensa de la iglesia para que Paz y Margarita pudiesen casarse, fue fusilado el 10 de mayo de 1842 tras crueles torturas por ser unitario.


Campañas y heridas


José María Paz participó en más de veinte combates y campañas militares. Algunas de las más destacadas incluyen:

  • Suipacha (1810)

  • Tucumán (1812)

  • Salta (1813)

  • Vilcapugio (1813) – donde fue herido de bala

  • Ayohúma (1813) – herido nuevamente

  • Venta y Media (1815) – recibió una bala que le inutilizó el brazo derecho

  • Cepeda (1820)

  • Ituzaingó (1827)

  • La Tablada (1829)

  • San Roque (1829)

  • Oncativo (1830)

  • El Tambo (1831)

  • Corrientes (1841)

  • Defensa de Buenos Aires (1853–1854)


Sufrió al menos tres heridas graves durante su vida militar, dos en combate cuerpo a cuerpo y una por arma de fuego, que marcó su apodo eterno: el “Manco Paz”.


Y así andamos. Todos los días, miles de argentinos cruzan la Avenida General Paz como si fuese una frontera. Como si de un lado estuvieran los buenos y del otro, otros. Como si esa avenida fuera una herida abierta, un límite entre hermanos. Pero Paz no quiso fronteras entre argentinos. Lo que buscaba era unir bajo una bandera de leyes, razón y civilización. Lo que anhelaba era un país con orden, sin tiranuelos de provincia ni pasiones ciegas. Y en eso, acaso, fue más moderno que todos sus contemporáneos.


Y en un país donde se glorifica a los que matan, y se olvida a los que piensan, el general Paz merece algo más que una avenida congestionada. Merece memoria. Y, tal vez, una estatua con la cabeza inclinada hacia un libro, y no hacia el sable. Porque hay guerras que se ganan en la trinchera. Y otras, como la suya, que se ganan en la historia.


Roberto Arlt, si lo hubiera conocido, le habría dedicado un aguafuerte: "El manco que escribió su guerra con la otra mano". Porque hay hombres que empuñan el fusil con el alma, y cuando pierden el brazo, escriben con el corazón.


Bibliografía consultada:


  • Paz, José María. Memorias Póstumas del General Paz, Imprenta Americana, Montevideo, 1855.

  • López, Vicente Fidel. Historia de la República Argentina, Ed. Estrada, Buenos Aires, 1883.

  • Saldías, Adolfo. La Historia de la Confederación Argentina, Buenos Aires, 1881.

  • Luna, Félix. Grandes protagonistas de la Historia Argentina: José María Paz, Ed. Planeta, 2001.

  • Halperin Donghi, Tulio. Revolución y Guerra, Siglo XXI, Buenos Aires, 1972.



 
 
 

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