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El perro y su reflejo: una lección de codicia en el espejo de hoy


A veces, lo que creemos un premio es, en realidad, una trampa que nos tiende nuestra propia ambición. Así era la historia de un perro cualquiera, de esos que rondan las calles con el hocico al viento y el hambre como compañero. Pero ese día, su suerte parecía haber cambiado. Sostenía un trozo de carne tan jugoso que parecía un premio ganado en una batalla invisible. Con el hocico firme, caminaba por el campo con la cabeza en alto, orgulloso de su botín. El mundo podía seguir girando, él estaba satisfecho.


Entonces, llegó al río. El agua, clara como un espejo, devolvía una imagen nítida de él mismo. Pero el perro, ingenuo y cegado por su ambición, no vio su reflejo. No. Él vio a otro perro, un ladrón tan astuto como él, con otro trozo de carne en el hocico. Y ese pedazo se veía más grande, más jugoso, más digno de su voraz apetito.


Sin pensarlo, abrió la boca para ladrar y reclamar ese "tesoro" que "el otro perro" llevaba. Pero en ese mismo instante, su trozo de carne cayó al agua y desapareció con las corrientes del río. El agua engulló el trozo en un remolino implacable, mientras el perro, paralizado, sentía como si el mundo se detuviera por un instante. Miró el río, incrédulo. No solo había perdido la carne; había perdido también la seguridad en sí mismo. ¿Cómo había caído en una trampa tan simple?


¿No es esa misma codicia la que nos persigue en cada esquina del mundo moderno? Hoy, somos como ese perro frente al río. Desplazamos el valor de lo que tenemos por la obsesiva búsqueda de algo más grande, más brillante, más "perfecto".


Es como cuando pasamos horas en redes sociales comparándonos con vidas que parecen perfectas, sin darnos cuenta de que la nuestra ya tiene lo necesario para ser feliz. O como cuando dejamos de valorar una amistad verdadera por perseguir contactos que creemos más útiles. ¿Cuántas veces te has dejado llevar por el brillo de algo que creíste necesario, solo para darte cuenta de que lo que ya tenías era más valioso?


Abrimos la boca, ladramos al reflejo de nuestras ambiciones, y en ese acto, muchas veces perdemos lo que ya habíamos conseguido. El perro no perdió su carne porque alguien se la robó. La perdió porque su propio deseo lo cegó.


Lo vemos todos los días. Personas que sacrifican su salud por una promoción laboral. Familias que se rompen porque alguien persiguió el sueño de "algo mejor". Sociedades enteras que se consumen en la carrera del consumismo, mirando al río de las redes sociales, buscando el reflejo de una vida que creen que necesitan, pero que nunca llegará.


Mírate al espejo. El reflejo solo es eso: una ilusión. Pero lo que tienes en tus manos, eso sí es real. Pregúntate: ¿qué estás buscando y por qué? Tal vez ya tienes lo que necesitas para ser feliz.


Esta es una fábula de Esopo, reimaginada para recordarnos que nuestras ambiciones más brillantes, si no son bien enfocadas, pueden hacernos perder lo que realmente importa. No te dejes engañar por reflejos; valora lo que ya tienes antes de que se pierda en el río de tus deseos.


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