El rugido del silencio: Sheffield en llamas
- Roberto Arnaiz
- 17 jun
- 4 Min. de lectura
En la guerra, los héroes no siempre llevan capa. A veces, se llaman Proni Leston —comandante del Neptune explorador—, Bedacarratz —piloto del Super Étendard— o Mayora —su escudero aéreo—, y vuelan tan bajo que casi besan el Atlántico con el vientre del avión. Era la madrugada del 4 de mayo de 1982. En el sur del mundo, donde el viento muerde y la historia ruge, una sombra cruzó el cielo. No era un cóndor ni un presagio. Era el P-2 Neptune de la Aviación Naval argentina, buscando un rumor metálico en la niebla del radar.
El Neptune era un avión de patrullaje marítimo y exploración, diseñado para detectar buques y submarinos. No tenía capacidad de ataque ni defensas. Su misión era encontrar, ubicar y seguir los movimientos enemigos desde el aire, operando a gran distancia, con sensores y radares de largo alcance. En este caso, debía localizar un blanco naval británico y transmitir su posición precisa para que otro actor entrara en acción.
Había un ruido. Un zumbido remoto, una señal que decía: "Ahí hay algo". Y en Malvinas, cuando algo suena, es porque algo está por estallar. La tripulación 3 del Neptune salió a verificar el susurro de la noche. Allá lejos, al sudeste de la isla Soledad, algo flotaba. Algo grande. Algo con radar tipo 965. Y ese "algo" podía ser el Invincible, o el Hermes. O el Sheffield.
Mientras el Neptune jugaba a las escondidas con los radares enemigos, en la base de Río Grande dos hombres se alistaban. Augusto Bedacarratz y Armando Mayora. Super Étendard bajo el brazo, corazón en la boca. Los misiles Exocet esperaban bajo las alas, como lobos atados.
El Super Étendard era un avión de ataque embarcado de origen francés, operado por la Aviación Naval. Su especialidad: lanzar misiles aire-mar Exocet AM-39. Rápido, discreto, mortal. Era la lanza que necesitaba un ojo certero. Pero para que esa lanza diera en el blanco, necesitaba una dirección. Y esa dirección la daba el Neptune.
El Neptune se acercó. Emitió. Silencio. Subió. Volvió a emitir. Y allí estaban. Tres duendes en la pantalla del radar. Tres ecos. Uno grande, dos medianos. Tres fantasmas de acero. Bajaron de nuevo, camuflados, esquivando el rugido de las ondas. Mandaron las coordenadas. Todo listo.
Los Super Étendard despegaron. Repostaron en el aire. Y descendieron hasta volar a treinta metros del mar, a una velocidad cercana a los mil kilómetros por hora. Volaban tan bajo que las olas, al romper, levantaban bruma y sal, generando una niebla fantasmal que les reducía la visibilidad a unos pocos segundos de reacción. Era como avanzar a ciegas entre cuchillas, con los nervios tensos y el pulso acelerado. Rozaban la muerte.
El radar seguía mudo. A la milla 40: nada. A la milla 25: "clic-clic". La señal secreta. Subieron otra vez. El radar escupió tres ecos. Ahí estaban. Sin dudas.
Bedacarratz eligió el blanco. A la milla 22, el misil se soltó como un perro rabioso. Mayora siguió. Nadie respiraba. Era como lanzar una lanza a ciegas contra una sombra. Pero en esa sombra había acero, radar, y hombres. Los Exocet volaron como puñales de fuego hacia el horizonte.
El Sheffield no tuvo tiempo. Era un destructor tipo 42 de la Royal Navy, equipado con avanzados sistemas de radar y misiles Sea Dart, destinado a brindar defensa antiaérea a la flota británica. Formaba parte de la vanguardia tecnológica de la Task Force y su presencia era clave para proteger al portaviones Hermes y al Invincible. Su hundimiento no solo significó una pérdida material y humana, sino un golpe psicológico profundo para el Reino Unido. La Royal Navy no perdía un buque en combate desde la Segunda Guerra Mundial. Veintidós hombres murieron.
Los pilotos escaparon hacia el sur, hacia el hielo, hacia la nada. El Neptune transmitió el éxito. Cuando aterrizaron, Bedacarratz y Mayora escribieron la crónica con manos temblorosas. No sabían que habían hecho historia. Lo supieron cuando alguien sintonizó la BBC. No hubo festejos. Solo silencio. "Attack on HMS Sheffield... casualties confirmed..." decía la voz inglesa, como si leyera el parte de una tragedia inevitable.
Ese día, 4 de mayo de 1982, la guerra cambió. Ya no era solo una disputa por territorio. Era una guerra de ingenio, de coraje, de hombres que volaban sin ver, que se jugaban la vida por una coordenada. En el fondo del mar, entre las brasas de lo que fue acero, el Sheffield guarda la memoria de un disparo perfecto.
Desde entonces, cada vez que el viento sopla en Río Grande, alguien recuerda ese vuelo. No por la destrucción, sino por el coraje. Porque hubo un día en que el sur escribió su página más afilada en el libro de las guerras. El sur habló. Y habló con fuego. El viento no lo ha olvidado. Río Grande todavía guarda ese murmullo en sus hangares, como quien guarda una historia que ya es leyenda.
En Río Grande, ese día, el mate supo distinto. A victoria. A tristeza. A patria.
Ficha técnica del ataque al HMS Sheffield – 4 de mayo de 1982
Aviones: 2 Super Étendard (Aviación Naval Argentina)
Misiles: 2 Exocet AM-39
Avión explorador: P-2 Neptune
Pilotos: Cap. de Fragata A. Bedacarratz y Tte. de Navío A. Mayora
Resultado: impacto en el destructor HMS Sheffield, 22 muertos y decenas de heridos
Bibliografía consultada
Carballo, Pablo Marcos. Halcones sobre Malvinas. Ediciones Depalma, 1996.
Rivas, Santiago. Malvinas: La guerra aérea. Fuerzas Aeronavales, Avialatina Ediciones, 2006.
Mayorga, Horacio. No vencidos. Editorial Planeta, 2008.
García Encina, Pedro. La guerra invisible: La aviación naval en Malvinas. Instituto de Publicaciones Navales, 2002.
Middlebrook, Martin. La batalla por las Malvinas. Editorial Emecé, 2003.
Ministry of Defence (UK). The Falklands Campaign: The Official History. HMSO, 1983.
Testimonios personales recogidos en entrevistas públicas a Augusto Bedacarratz, Armando Mayora y Jorge Proni Leston.
Archivos de la BBC y cables oficiales del 4 de mayo de 1982.






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