La voz eterna de Mercedes Sosa
- Roberto Arnaiz
- 6 jul
- 5 Min. de lectura
Su voz no era de este mundo: venía desde el fondo de la tierra y llegaba directo al alma. “Cantar no es sólo abrir la boca y largar hermosas notas”, decía Mercedes Sosa. “El canto es mucho más profundo”. Y cuando lo decía, no era una frase vacía, sino la certeza de quien había nacido para eso. No para entretener, sino para conmover. No para agradar, sino para despertar. Mercedes no era una artista que acariciara la superficie. Quince años después de su partida, aún hay ecos suyos que atraviesan montañas, océanos y generaciones.
Mercedes Sosa nació el 9 de julio de 1935, Día de la Patria, en San Miguel de Tucumán, a escasas cuadras de la histórica casona donde se declaró la independencia argentina. Hay quienes dirán que fue casualidad. Otros, que fue destino. Hija de un obrero zafrero y una lavandera, Mercedes —Haydée Mercedes, en los papeles, pero Marta en la intimidad— creció en un hogar humilde del barrio Parque.
Su madre había elegido un nombre; su padre, otro. Como si desde la cuna estuviera destinada a habitar dos mundos: el íntimo y el colectivo, el privado y el eterno.
Desde pequeña, el arte se le metió en los huesos. Cantaba en actos escolares, danzaba en los patios, soñaba con ser como Margarita Palacios. Pero cantar, para una niña pobre, no era un futuro aprobado. Lo supo cuando su padre descubrió que se presentaba a escondidas en la radio local bajo el seudónimo Gladys Osorio. “¿Esa que está cantando no es la Marta?”, preguntó furioso. Pero ya era tarde: la voz de la hija había encontrado un cauce, y no habría barrera que pudiera detenerla.
Mercedes abandonó un casamiento arreglado con un joven prometedor para seguir el impulso de su corazón. Se enamoró del músico mendocino Oscar Matus, con quien se fue a Mendoza, se casó y tuvo un hijo, Fabián. Allí, en tierra de vino y cordillera, nació también una revolución cultural: el Movimiento del Nuevo Cancionero, con Matus, Armando Tejada Gómez y Mercedes a la cabeza.
El folklore, hasta entonces teñido de postal, se volvió herramienta social, compromiso, testimonio. Fue allí donde grabó Canciones con fundamento y La voz de la zafra, discos que hablaban de los obreros, de los olvidados, de los que no tenían voz.
Era 1965, tiempos de transición. El país se deslizaba hacia nuevas formas de censura, y la libertad artística comenzaba a tambalear. Pero esa noche, Jorge Cafrune desafió al sistema y la subió al escenario de Cosquín como una revelación no programada. “Les voy a ofrecer el canto de una mujer purísima”, dijo, y le alcanzó el micrófono.
Mercedes cantó Canción del derrumbe indio, con su bombo en el regazo y la dignidad en la garganta. Fue ovacionada antes de terminar. Su carrera ya no tendría marcha atrás.
Con el tiempo, su voz se convirtió en el himno de los sin voz. Elevó la obra de Violeta Parra, Víctor Jara, Tejada Gómez, Isella. Y también abrazó a Charly García, Spinetta, Cerati. Su repertorio cruzó generaciones y fronteras. Pero no era solo qué cantaba: era cómo. Con la emoción al borde del llanto, con la rabia contenida, con la ternura de quien se sabe herida, pero no vencida.
Su voz era grave como un trueno triste, ancha como la pampa, dulce como la albahaca en flor. Una voz que no cantaba para gustar: cantaba para quedarse.
El golpe militar de 1976 la puso en la mira. Aunque nunca fue formalmente prohibida, su arte fue censurado y su presencia, vigilada. En 1979, tras ser detenida junto a su hijo, eligió el exilio. París primero, Madrid después. Se fue con lo puesto y su bombo. Y con el dolor de saberse arrancada de su tierra.
El exilio no fue silencio: grabó discos, cantó con Milton Nascimento, descubrió la música brasileña, siguió sembrando dignidad por el mundo. Pero extrañaba, y eso se le notaba en la voz.
Escuchalo por vos mismo: en su interpretación de “Todo cambia”, Mercedes no canta una canción. Canta el desarraigo, la resiliencia y la fe en que incluso lo más doloroso puede transformarse. Cerrá los ojos, oí su voz, y dejá que algo cambie dentro tuyo también.
Regresó a la Argentina en 1982, con una serie de trece conciertos en el Teatro Ópera, organizados por Daniel Grinbank. Fue mucho más que una vuelta. Fue un símbolo. Un presagio de democracia. Un acto de amor entre una cantora y su pueblo. Y Mercedes lo dijo sin soberbia:
“No me estaban amando a mí, se estaban amando a ellos mismos.”
Desde entonces, se volvió figura de culto. León Gieco, su hermano del alma. Charly García, su niño rebelde. Spinetta, su ángel cósmico. Compartió escenario con todos y para todos. En su voz cabían Zamba para no morir y Cuando ya me empiece a quedar solo; Alfonsina y el mar y De mí.
Y nunca dejó de enseñar. “Hay que cantar con respeto, no con soberbia”, decía. “Yo no canto para lucirme, canto para decir”.
A pesar de su fama, antes de cada concierto se refugiaba en silencio, con una estampita en la mano, el corazón acelerado y el miedo intacto. Como si cantar no fuera su oficio, sino un salto al abismo que debía dar con fe. Como si cada canción fuera una plegaria ardida en la garganta.
La muerte le llegó el 4 de octubre de 2009. Su cuerpo ya no respondía, pero su voz seguía intacta. La velaron en el Congreso de la Nación. Charly la lloró. Peteco la abrazó. Teresa Parodi le cantó bajito. Y millones, desde sus casas, desde sus discos, desde su memoria, la despidieron como a una madre, como a una bandera, como a un fuego que no se apaga.
Hoy su voz vive en festivales electrónicos, en discos conceptuales, en homenajes de DJs europeos, en sets de rockeros argentinos, en canciones que siguen brotando del corazón del continente.
Porque Mercedes Sosa no fue solo una intérprete. Fue una grieta en la historia. Una grieta luminosa por donde se cuela la voz de los que nunca tuvieron voz.
Porque su voz no murió: se sembró. Y hoy florece en cada grito de dignidad, en cada canción que no baja la cabeza, en cada mujer que canta su verdad.
Como una bandera que no se arrea, aunque sople fuerte el viento. Porque donde haya una canción con coraje, Mercedes está cantando.
Bibliografía:
Sosa, Fabián Matus. Mercedes Sosa, la mami. Editorial Planeta, 2010.(Biografía escrita por su hijo, con anécdotas, documentos personales y testimonios de artistas cercanos).
Levinton, Miryam Esther. Mercedes Sosa: La voz de Latinoamérica. Capital Intelectual, 2013.(Análisis crítico de su carrera y su impacto político, cultural y social en América Latina).
Yúdice, George. La voz del pueblo: Mercedes Sosa y la política de la música. En: The Expediency of Culture. Duke University Press, 2003.
Entrevistas a Mercedes Sosa en el programa La noche del 10, conducido por Diego Maradona. Canal 13, Buenos Aires, 2005.
Página oficial del Teatro Ópera de Buenos Aires: registro de los trece conciertos de regreso en 1982.(Archivo histórico de espectáculos, Grinbank Producciones).
Canción "Todo cambia" de Julio Numhauser, interpretada por Mercedes Sosa.(Grabación: Mercedes Sosa en Argentina, 1982. Sony Music).






Comentarios