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Ni Sarmiento ni un decreto: la verdadera historia del guardapolvo escolar

Actualizado: 7 jun

 

El patio hervía de chicos corriendo. Pero Matilde Filgueiras no veía solo niños jugando. Veía camisas rotas, zapatos desparejos, vestidos que gritaban pobreza. En el aula, la desigualdad no estaba en los cuadernos, sino en la ropa. Y ella decidió que eso tenía que cambiar.


Era 1915. Escuela Cornelio Pizarro, calle Peña 2670, Buenos Aires. Allí, como en toda escuela pública, entraba cada mañana la Argentina dividida: los hijos de las familias acomodadas con ropa limpia, zapatos lustrados y cuellos almidonados; los otros, con lo que podían: pantalones zurcidos, camisas heredadas, abrigos rotos. No era una escuela: era un espejo.


Matilde no soportaba el discurso resignado. Citó a los padres. Tomó la palabra con la firmeza de quien ya ha tomado una decisión:

—No podemos enseñar igualdad si la desigualdad entra por la puerta todos los días.

—¿Uniformarlos? —saltó un padre elegante—. ¡Que aprendan que la vida es así!

—Explíquele eso al nene que no entra al aula porque su camisa tiene más agujeros que botones —respondió ella, sin levantar la voz.


La discusión estalló. Algunos querían azul, otros gris. Una madre dijo que el blanco parecía de enfermero.


Matilde salió durante el recreo, caminó por la peatonal Florida, y compró metros y metros de género blanco. Regresó con la tela bajo el brazo.


—Esto es para vos, Juancito. Para vos, María. Lleven a casa. Que la abuela cosa. Mañana, todos iguales.


El gesto se convirtió en revuelo. La noticia llegó hasta el Palacio Sarmiento. El Ministerio de Educación, desconcertado, envió un inspector.


El hombre recorrió pasillos, miró a los chicos con sus delantales blancos. Tomó notas. Y cerró su libreta con un gesto seco.


—Esto… no está mal —dijo. Y nadie respiró hasta que se fue.


Según narran Felipe Pigna (Mujeres tenían que ser) y Daniel Balmaceda (Historias de corceles y de acero), Filgueiras fue la primera en implementar el uso del guardapolvo blanco escolar como símbolo de igualdad. No lo hizo por decreto ni con presupuesto. Lo hizo con tela, convicción y ternura.


📚 En 1918, el Ministerio lo convirtió en recomendación oficial. En 1942, se volvió obligatorio en todo el país.


Los chicos siguieron jugando en el patio. Ya no importaba si venían del norte o del sur, si sus padres eran obreros o almaceneros. Eran iguales. No porque la sociedad hubiera cambiado, sino porque una maestra se animó a cambiar su aula.


Bibliografía

  1. Balmaceda, Daniel. Historias de corceles y de acero. Editorial Sudamericana, 2011. Buenos Aires.

  2. Pigna, Felipe. Mujeres tenían que ser. Editorial Planeta, 2011. Buenos Aires.

  3. Ministerio de Educación de la Nación Argentina. Archivos del Palacio Sarmiento. Archivo General de la Nación.

  4. Borzone, Ana María et al. Historia de la educación común en la Argentina. Miño y Dávila Editores, 2005. Buenos Aires.

  5. Goldberg, Marta. El guardapolvo blanco y la escuela pública: historia y símbolo. En: Revista Argentina de Educación, Año 22, N.º 34, 2010. Buenos Aires.


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