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Oscar Poltronieri: ejemplo del soldado argentino

 

En la noche más larga y fría de Malvinas, un solo soldado se quedó en su trinchera. Lo hizo para que los demás pudieran vivir.


"¡Váyanse todos, carajo! ¡Yo me quedo y los cubro!". Esa frase, nacida de la desesperación y del coraje, marcó la vida de Oscar Ismael Poltronieri y lo convirtió en leyenda. En la madrugada helada del 11 de junio de 1982, en el Monte Dos Hermanas, mientras un batallón británico avanzaba con fuego cerrado, el joven soldado conscripto del Regimiento de Infantería Mecanizada 6 tomó una decisión que lo haría pasar a la historia: quedarse solo a cubrir la retirada de los suyos.


Con su ametralladora MAG entre los brazos, el dedo firme en el gatillo y el corazón latiendo con furia, Oscar resistió durante nueve horas a un enemigo profesional y mejor pertrechado. Salvó la vida de decenas de argentinos. Su gesto, heroico y suicida, fue reconocido por la Nación con la máxima distinción militar: la Cruz al Heroico Valor en Combate. Fue el único soldado conscripto que la recibió.


Según el parte de combate del Regimiento 6, su acción permitió el repliegue ordenado de dos secciones completas, deteniendo el avance británico en una de las ofensivas más feroces de la guerra.


Pero al regresar, la gloria se convirtió en olvido. El país que lo condecoró también lo dejó solo, sumido en la pobreza, la indiferencia y el estigma de haber combatido en una guerra que muchos querían enterrar.


Oscar nació en Mercedes, provincia de Buenos Aires. Era el noveno de diez hermanos. Su infancia transcurrió entre los campos de la estancia Santa Catalina, donde su padre era puestero y su madre lavandera. Desde chico trabajó: ordeñaba vacas, carneaba corderos, montaba caballos. A los 10 años ya sabía de sacrificios.


No terminó la primaria. Apenas sabía leer cuando fue llamado al servicio militar. Fue su compañero de trinchera, Juan Domingo Horisberger, quien le escribía las cartas para su mamá. Horisberger era más que un compañero: era sus palabras, sus ojos, su consuelo. La guerra lo encontró justo antes de recibir la baja. El 2 de abril de 1982 cambió su destino para siempre.


Desembarcó en Malvinas el 13 de abril. Fue asignado como apuntador de MAG en la Compañía B. Viviría noventa días bajo tierra, durmiendo en pozos cavados en la turba helada. Con frío, hambre, bombardeos y miedo.


"En la guerra no hay jerarquías. En la trinchera todos somos lo mismo", dirá años después.

La noche del 10 al 11 de junio fue decisiva. Los ingleses iniciaron su ofensiva sobre Puerto Argentino. El Regimiento 6 resistió en Dos Hermanas. Una lluvia de balas, misiles y explosiones desgarró el silencio de la isla. En medio del caos, Horisberger cayó muerto junto a Poltronieri.


La sangre de Horisberger empapó la turba. Poltronieri, al verlo caer, ardió de rabia. Juró que no lo pasarían vivo.


Cuando llegó la orden de replegarse, Oscar se ofreció a cubrir la retirada. El sargento Echeverría quiso quedarse con él, pero Poltronieri lo convenció: "Usted tiene un hijo recién nacido, váyase. Yo no tengo familia. Prefiero morir yo".


Durante nueve horas se movió entre las rocas, disparó, retrocedió, volvió a disparar. Desde la distancia, los británicos creyeron enfrentar una unidad completa. No sabían que era un solo hombre, moviéndose entre la turba con un arma que ya pesaba como una cruz.


La MAG se le derretía en las manos del calor de los disparos. Él seguía. No era un ejército: era un solo hombre resistiendo la marea británica.


Sin munición, enterró su arma para que no cayera en manos enemigas y se retiró a pie hacia Puerto Argentino. Al llegar, vio ondear una bandera blanca. Mientras en Puerto Argentino flameaba la rendición, en los montes aún flameaba la dignidad de un soldado que no sabía que lo habían rendido sin avisarle.


Fue capturado y llevado a un galpón. Allí lo vieron sus compañeros con asombro: lo creían muerto.


Cuando volvió al continente, la realidad fue aún más dura. Campo de Mayo, silencio, orden de no hablar. En su cuartel le informaron que su madre estaba internada: le habían dicho que su hijo había muerto.


Corrió al hospital y exigió verla. Se abrazaron entre lágrimas: "Estoy vivo, mami. Volví".


En 1983 fue condecorado. En la foto, abraza a su madre. Pero detrás de la medalla, el abandono. Sin trabajo, sin apoyo, sin contención.


Vendía calcomanías en los trenes. Lo miraban con desprecio. "¡Que te mantenga Galtieri!", le decían, como si su uniforme fuera una carga y no una herida.


Era un paria. Intentó quitarse la vida. La soga se cortó. Su hijo lo encontró llorando. En 2002, planeaba vender sus medallas para alimentar a su familia.


Un artículo periodístico evitó el desastre. El presidente Duhalde lo llamó. El Ejército le dio trabajo en Campo de Mayo. Aún hoy trabaja allí.


En 2010 volvió a Malvinas. Se arrodilló frente a las cruces de Darwin. Habló con sus compañeros muertos. Le pidió perdón a Horisberger. Juró cuidar a las madres de los caídos.

"A todas les digo 'mami'. Yo soy su hijo ahora", repite.


En 1984, en París, conoció al marine Mark Curtis, veterano británico. Se abrazaron. Se entendieron sin hablar. Eran enemigos. Ahora eran hermanos. La guerra, paradójicamente, los unió.


"Fuimos Caín y Abel, cada uno con su culpa, pero también con su redención".


Conmovido por la pobreza del norte argentino, fundó un centro solidario. Juntó donaciones, llevó alimentos al Impenetrable chaqueño. Quiere volver. Pide zapatillas, bicicletas, botas. Tiene una nueva misión: ayudar.


Hoy, una calle de Mercedes lleva su nombre. Hay un monolito en su honor. Pero Oscar Poltronieri no busca homenajes. Busca memoria. Y justicia.


"Un día me di cuenta de que había gente sufriendo mucho más de lo que yo había sufrido. Y comprendí que la guerra nunca termina: solo cambia de escenario".


Y entonces lo susurra, como si hablara al viento: "Esta cruz no es mía. Es de todos los que quedaron allá".


La guerra intentó quebrarlo. La miseria casi lo consigue. Pero Poltronieri sigue de pie. Porque los héroes verdaderos no visten uniforme: llevan memoria en el alma.


Oscar no ganó la guerra. Ganó algo más difícil: mantenerse humano en el infierno. Por eso, aunque muchos lo olviden, él ya vive para siempre en la historia más valiente de nuestra Patria.


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