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¿Brujas y cerveza? ¿Cómo? Sentate, que te cuento.

Actualizado: 4 jun


Pensá en una bruja. Dale, no mientas. Ya se te vino a la cabeza la vieja de nariz ganchuda, sombrero en punta, caldero humeante, gato enroscado y una carcajada que huele a hechizo. La viste en Blancanieves, en La Bella Durmiente, en Hansel y Gretel, en esa versión de La Sirenita donde la malvada parecía salida de una destilería torcida. La viste, sí. Pero nunca supiste por qué se vestía así.


Ahora te lo digo: esa imagen, ese disfraz que Hollywood convirtió en estereotipo, era el uniforme de las mujeres que, en la Europa medieval, cocinaban una de las bebidas más importantes de la historia: la cerveza.


Sí. Las “brujas” eran en realidad maestras cerveceras. Las primeras homebrewers. Las pioneras del lúpulo, la cebada y la fermentación. Mujeres que no solo preparaban cerveza: dominaban un saber que combinaba botánica, alquimia, economía doméstica, y sobre todo, libertad. Y por eso las quemaron.


Durante siglos, la elaboración de cerveza fue cosa de mujeres. En aldeas, granjas y ciudades del Sacro Imperio, de Inglaterra, de Flandes, ellas eran las encargadas de abastecer hogares y comunidades con esa bebida que era más segura que el agua contaminada. La cerveza no era un lujo, era alimento, era medicina, era sustento. Y ellas la cocinaban como se cocina una herencia. Sabían cuándo germinar la cebada para convertirla en malta, qué proporciones de agua y fuego aplicar, cómo evitar que se eche a perder, y sobre todo, cómo darle sabor y fuerza.


Usaban gruit, una mezcla de hierbas silvestres —ajenjo, mirto, romero, milenrama— que recogían del bosque. Ese bosque que para el imaginario cristiano era un lugar sin ley, sin cruz y sin orden. Y ahí iban ellas, con los bajos del vestido mojados por el rocío, buscando secretos entre ramas. Y traían consigo hojas, raíces y hongos que no estaban en ningún evangelio.


Cocinaban en calderos enormes. El vapor amarillento que salía de la malta hirviendo se mezclaba con el olor áspero de las hierbas. Era una alquimia viva. Para los mercados, se ponían un sombrero alto, puntiagudo, para destacarse entre la multitud. Era práctico. Era visible. Era símbolo de oficio. Y los gatos, claro, no eran símbolo de lo demoníaco: eran su única defensa contra los ratones que amenazaban los granos. No había veneno, no había trampa. Solo bigotes, uñas y paciencia felina.


Pero todo cambió cuando la cerveza empezó a mover dinero. Y donde hay dinero, siempre aparece el poder.


Los monasterios comenzaron a fabricar cerveza en masa. Aparecieron gremios de hombres, taberneros, legisladores. Y esas mujeres, libres, autónomas, sin amos ni sotanas sobre la nuca, se convirtieron en una molestia. Eran competencia. Eran insumisas. Eran “raras”. Y lo raro, en un mundo construido sobre el miedo, se convierte en amenaza.


Entonces tejieron la mentira perfecta: “Son brujas. El demonio las guía. Preparan brebajes para seducir y envenenar. Hablan con gatos, recogen hierbas malditas, hierven cabezas de sapo. No son mujeres. Son peligros.”


Y lo peor de todo: les creyeron.


Porque la Europa medieval era un cóctel molotov de ignorancia y crucifijos. El rumor era ley. La sospecha, sentencia. Bastaba un sombrero alto, un gato en la cocina, un caldero en ebullición. Bastaba ser diferente. Bastaba ser mujer y saber demasiado.


Y así comenzó la caza. Juicios absurdos, torturas, confesiones arrancadas entre gritos. Algunas desaparecieron. Otras ardieron. En Inglaterra, en Alemania, en Escocia. Las llamaron “brujas” y las borraron del oficio. Y mientras las llamas subían, la industria cervecera pasaba a manos de los monasterios y los varones. La historia volvía a repetirse: los que no crean, acusan; los que no saben, condenan; los que no pueden, destruyen.


Ellos ganaron. Ellas fueron olvidadas.


Pero la levadura del recuerdo quedó.


Hoy, la imagen de la bruja sigue viva. La caricaturizaron. La vaciaron de sentido. Pero esa mujer del sombrero en punta, con su gato, su caldero y su hierba… era una cervecera. Era una sabia. Era una mujer libre que nunca se arrodilló.


Y hoy, por suerte, hay mujeres que están volviendo a hervir lo que la historia intentó apagar. Maestras cerveceras modernas, herederas de esas pioneras, que recuperan saberes, cultivan su libertad y vuelven a llenar el mundo de espuma y memoria.


Así que la próxima vez que levantes una pinta, pensalo bien:

esa cerveza tal vez no sea solo una bebida. Tal vez sea un conjuro.Un conjuro contra el olvido.


Un trago de justicia.


🍺 Las verdaderas brujas no volaban en escoba. Hervían cerveza.


Bibliografía

  • Cerveza, brujas y mujeres. El papel oculto de la mujer en la historia de la cerveza, Tara Nurin, 2022, Editorial Cántico, Córdoba (España).

  • La bruja: historia de una figura demonizada, Jules Michelet, 1862 (edición moderna: 2015), Editorial Akal, Madrid.

  • Brujas, parteras y enfermeras: una historia de sanadoras, Barbara Ehrenreich y Deirdre English, 2019, Editorial Capitán Swing, Madrid.

  • Cerveza: historia, cultura y ciencia, Luis Gutiérrez Torrecilla, 2010, Ediciones Nowtilus, Madrid.

  • El libro de la cerveza, Michael Jackson, 2005, Editorial Grijalbo, Barcelona.

  • Las cerveceras. Mujeres, cerveza y revolución, Yvonne Heinischt, 2020, Editorial Larousse, Ciudad de México.


 
 
 

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