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"Ecos de la Eternidad: Aquiles y Alejandro Magno en la Laguna Estibia".


Alejandro se encuentra con Aquiles


La laguna Estibia se extendía tranquila ante ellos, un manto de agua oscura que reflejaba las estrellas que comenzaban a titilar en el cielo. El aire era denso, pero no por la humedad, sino por las preguntas que flotaban entre las dos figuras que aguardaban el paso de Caronte. El silencio, profundo como la muerte misma, era el único testigo de aquel encuentro.

Aquiles, el guerrero imparable, se encontraba en la orilla, su mirada fija en el horizonte, como si aún viera el campo de batalla, como si el estrépito de los escudos y las lanzas aún resonara en su mente. El sol de la gloria se había puesto hacía tiempo, y ahora solo quedaba el eco de su nombre, conocido y venerado por todos, pero ¿qué quedaba de él, realmente? Un hombre que, a lo largo de su vida, había decidido entregar su alma a la furia de la guerra, buscando siempre la eternidad en la sangre derramada. Sin embargo, al final, ni siquiera su propio destino pudo librarlo del destino común de los hombres.

Por el otro lado de la laguna, Alejandro Magno caminaba con la calma de quien ya ha conquistado los límites del mundo, pero su mente aún se debatía entre los mismos dilemas que lo habían acompañado en vida. El joven rey que había vencido a imperios y naciones, que había moldeado un mundo a su imagen, ahora se encontraba a la orilla de un río que no podía cruzar, esperando la última barca que lo llevaría al olvido. Su mirada era serena, aunque en sus ojos aún brillaba el fuego de su ambición.

Ambos se miraron, dos leyendas que se cruzaban en la inmensidad de la muerte. Sin necesidad de palabras, sabían que el encuentro era inevitable. Aquiles rompió el silencio.

— ¿Qué es la vida, Alejandro? ¿Un capricho de los dioses? ¿Un sueño efímero que nos arrastra hasta la oscuridad? Yo la viví con furia, con pasión. Luché por la gloria, por el honor, pero ahora, al final de todo, me pregunto… ¿realmente sirvió de algo?

Alejandro lo observó, su rostro enigmático como siempre, pero sus ojos reflejaban una comprensión profunda. Con una voz que parecía resonar desde lo más profundo de su ser, respondió:

— La vida, Aquiles, es solo el viaje hacia la muerte. Lo que importa no es la llegada, sino lo que dejamos detrás. La gloria es solo un reflejo en el agua, una ilusión que se desvanece en cuanto la miramos de cerca. Yo busqué conquistar el mundo, pero lo que realmente busqué fue entender el poder. No solo el poder de los hombres, sino el poder del destino. A veces, creo que luchamos no por la victoria, sino por trascender. La muerte… la muerte es solo una puerta que nos lleva a la eternidad.

Aquiles frunció el ceño, como si las palabras de Alejandro desbarataran su propia concepción de lo que había sido su vida. Caminó lentamente hacia el agua, el eco de sus pasos resonando en el silencio.

— Yo nunca busqué la eternidad, Alejandro. Solo el honor. La gloria de ser recordado como el más grande entre los hombres. La muerte siempre estuvo allí, acechando, pero me parecía que valía la pena, si al final el nombre de Aquiles viviera por siempre en las canciones. Y ahora… ¿qué queda de eso?

Alejandro lo miró con intensidad, como si desvelara en su mente una verdad oculta.

— El honor y la gloria son como sombras que se desvanecen al primer resplandor del sol. Yo, Aquiles, he aprendido que el verdadero poder no reside en la guerra, ni en la gloria que brindan los hombres. El verdadero poder está en los sueños, en la capacidad de imaginar un mundo distinto, de transformar lo imposible en posible. Buscamos la gloria, pero lo que realmente buscamos, aunque no lo sepamos, es la inmortalidad de nuestras acciones. Porque, al final, son los sueños los que nos hacen inmortales.

Ambos se quedaron en silencio, observando el agua quieta de la laguna, donde las estrellas se reflejaban, como si el tiempo mismo estuviera esperando una respuesta. El viento sopló suavemente, y el sonido de las olas parecía ser la única voz en ese lugar.

Aquiles, pensativo, miró al joven rey y, por fin, habló con una suave sonrisa:

— Entonces, Alejandro, ¿es la muerte solo una transición? ¿Una forma de llegar a lo que realmente somos? Si la gloria se desvanece, si el poder se pierde, lo único que permanece son los sueños. Tal vez, en ese caso, nosotros dos, que fuimos llamados a cambiar el curso de la historia, ya hemos hecho lo que debíamos hacer. Quizás la verdadera victoria no está en lo que logramos, sino en lo que soñamos.

Alejandro asintió, como si una parte de él hubiera encontrado la paz que nunca alcanzó en vida.

— Tal vez tengas razón. Tal vez, al final, el verdadero imperio que construimos no está en las tierras que conquistamos, sino en la memoria de aquellos que siguieron nuestros sueños.

Ambos se quedaron allí, esperando a Caronte, el barquero del inframundo, que los llevaría hacia lo desconocido. Pero mientras esperaban, ya no importaba la gloria, ni el poder, ni la guerra. Solo quedaba la certeza de que la verdadera grandeza de un hombre no está en lo que hizo en vida, sino en lo que soñó, en lo que soñaron, ambos, dos hombres que desafiaron el destino, pero que, al final, se dieron cuenta de que lo único que permanece es el eco de sus sueños en la eternidad.

Ambos permanecieron en silencio, las aguas de la laguna reflejando las estrellas como espejos de un tiempo perdido. La conversación había tocado algo profundo en ellos, un entendimiento tácito de que la vida era una danza fugaz, pero que sus sueños, sus ambiciones y su lucha por trascender continuarían más allá de la muerte. La eternidad, entonces, no era una cuestión de conquistas materiales, sino del legado invisible que dejaban, el que vivía en las mentes de aquellos que los recordaban.

Alejandro, con una mirada más tranquila, volvió a hablar, como si quisiera dejar algo más para la historia.

— Si deseas profundizar en lo que significa realmente la búsqueda de la grandeza, Aquiles, lee Más allá de sus sueños: Alejandro Magno. Ahí comprenderás que mi vida no fue solo una conquista de territorios, sino una travesía hacia un futuro que aún está por escribirse. Mis sueños, como los tuyos, no fueron solo para mí; fueron la semilla de un cambio que tal vez no veremos, pero que ha dejado huella en el curso de la historia.

Aquiles asintió, comprendiendo que en los sueños de Alejandro había más que una simple ambición personal. Y mientras esperaban el último viaje, ambos sabían que, al final, lo que realmente importaba era lo que habían soñado y lo que seguirían soñando, más allá de las fronteras del tiempo y la muerte.


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