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Entre la cruz y la espada: el alma rota del que gobierna

Actualizado: 4 jun


¿Alguna vez tuviste que elegir entre ser fiel a tus principios… o proteger a alguien que amás? ¿Entre decir la verdad o evitar una catástrofe? Ahora imaginá tener que tomar decisiones así todos los días, con un país entero esperando que no te equivoques… y que nadie te perdone si lo hacés.


El político está solo. No en la foto, ni en la tribuna. Está solo cuando apaga la luz. Cuando en el silencio de su despacho tiene que firmar una orden que salvará cien vidas… pero condenará a cinco. Es ahí donde empieza la verdadera política. En esa noche interminable donde la conciencia duele más que el insomnio.


Max Weber, ese alemán que escribía como si afilara cuchillas, lo entendió como pocos. En 1919, con Alemania desmoronándose y Europa quebrada como hueso húmedo, pronunció una conferencia titulada La política como vocación. No fue un manual para ambiciosos. Fue una advertencia: la política no es para los que buscan sentirse buenos, sino para los que están dispuestos a pagar el precio de decidir.


Weber habló de dos brújulas morales. Una es la ética de la convicción. Es la del sacerdote que no bendice armas. La del militante que no se vende, aunque lo dejen hablando solo. La del profeta que no negocia ni con Dios. Gandhi defendió la no violencia mientras su gente era masacrada. Jesús enfrentó a todos y terminó clavado en una cruz. Son los que prefieren caer limpios antes que ganar manchados.


La otra es la ética de la responsabilidad. La del que mira el mapa, respira hondo y elige el mal menor. Churchill dejó caer Coventry para no revelar que los británicos habían roto el código nazi. Mandela tragó años de sangre para sentarse con sus verdugos y evitar que Sudáfrica se incendiara. Alfonsín se plantó ante los carapintadas con apenas un puñado de leales y una democracia frágil. Perón pactó con capitales extranjeros para industrializar la patria. Salvador Allende eligió morir en La Moneda antes que claudicar ante un golpe. Ninguno fue perfecto. Pero todos entendieron que la pureza sin consecuencia es una estatua vacía.


Unos viven en la línea de los principios: curas, filósofos, mártires, profetas. Otros en la línea de lo real: políticos, militares, jefes de Estado. Unos son la voz de la conciencia. Los otros, la barrera contra el caos. Pero gobernar no puede ser solo una cosa ni la otra. El que actúa solo por principios puede ser un iluso peligroso. El que actúa solo por cálculo, termina cínico y hueco.


Weber lo dejó escrito como quien deja una lápida: el político verdadero es el que logra cargar ambas éticas sin romperse. Convicción para saber lo que está bien. Espalda para elegir… y aguantar. Porque gobernar no es gritar eslóganes. Es decidir quién se salva y quién queda esperando. Es mirar de frente el rostro de un país con hambre, con miedo, con esperanza… y saber que nunca vas a salir ileso.


Porque quien quiere gobernar sin pagar un precio… nunca entendió de qué se trata el poder.

El poder real no se lleva en la banda: se arrastra, como una cicatriz que nunca cierra.


Bibliografía

  • La política como vocación, Max Weber, 1919 (edición en español: 2004), Editorial Alianza, Madrid.

  • El político y el científico, Max Weber, 1919 (edición moderna: 2010), Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.

  • Ética para Amador, Fernando Savater, 1991, Editorial Ariel, Barcelona.

  • Churchill: una vida, Martin Gilbert, 1991 (edición en español: 2000), Editorial Debate, Madrid.

  • Conversaciones con Mandela, Richard Stengel, 2009, Editorial Aguilar, Buenos Aires.

  • Alfonsín: con honestidad y coraje, Pablo Gerchunoff y Lucas Llanos, 2013, Editorial Sudamericana, Buenos Aires.

  • Perón y la industrialización, Norberto Galasso, 2005, Editorial Colihue, Buenos Aires.

  • Salvador Allende: biografía política, Mario Amorós, 2013, Ediciones B, Santiago de Chile.

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