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Espartanas y amazonas: el linaje eterno de la mujer indomable


 Imagínese, lector, una cadena que atraviesa la historia, tejida con manos de hierro y voluntad de acero. De un lado, las amazonas, esas guerreras mitológicas que cabalgaban en los cuentos de los griegos como un vendaval de flechas y rebeldía. Del otro, las espartanas, tan reales como el sudor en la frente y tan feroces como un león acorralado. Y en el centro, las mujeres modernas, llevando la misma antorcha, pero en un mundo de cemento y oficinas, donde las batallas no son con espadas, sino con horarios y expectativas.


¿Qué las une? La capacidad de ser indomables. Porque tanto las amazonas como las espartanas rompieron moldes en una época en que ser mujer era sinónimo de obediencia. Ellas no pedían permiso: lo tomaban. Se entrenaban como hombres, lideraban como hombres y, en ocasiones, luchaban mejor que ellos. Para las amazonas, los mitos las describen renunciando al confort de la domesticidad por la vida libre de la batalla. Para las espartanas, esa libertad no era una opción, sino una obligación: su fuerza era el sostén del Estado militar más implacable de la historia.


Y luego están las mujeres modernas. ¿Acaso no son la versión evolucionada de esas figuras legendarias? Cambie los caballos por bicicletas estáticas, los arcos por laptops, y verá que las amazonas y las espartanas nunca se fueron. Siguen aquí, en cada mujer que enfrenta el mundo con la cabeza alta, el cuerpo cansado pero firme, y una lista interminable de tareas en sus manos.


Piense en esto: las amazonas entrenaban para la guerra porque era su única forma de libertad. Las espartanas hacían lo mismo porque sabían que el deber no reconoce géneros. ¿Y las mujeres modernas? Ellas se entrenan en los gimnasios, corren en las pistas, cargan niños en un brazo y sueños en el otro, porque entienden que su fortaleza es su única moneda de cambio en un mundo que todavía las subestima.


Es curioso cómo la historia tiende a romantizar a las amazonas y las espartanas, mientras a las mujeres de hoy se las juzga con una vara más dura. ¿Por qué? Quizás porque las primeras están encerradas en el pasado, donde no pueden amenazar el orden presente, mientras que las segundas están aquí, vivas, cambiándolo todo. No es fácil admirar a alguien que te obliga a mirarte al espejo y preguntarte por qué sigues en la misma cómoda mediocridad.

Al final, las amazonas, las espartanas y las mujeres modernas no son tan distintas. Todas llevan en sus venas el mismo espíritu indomable, la misma furia contenida, el mismo deseo de ser algo más que una nota al pie de página en la historia de los hombres. Y si el mundo no les da un lugar, ellas lo toman. Con lanzas o con palabras, con gritos o con silencios, con cada paso que dan hacia adelante, construyen un linaje eterno de mujeres que no piden permiso para ser libres.


Así que la próxima vez que vea a una mujer cruzar la calle apresurada, con una bolsa en una mano, un teléfono en la otra y la mirada fija en un horizonte que solo ella entiende, no la subestime. Está viendo a una amazona, a una espartana, a una guerrera moderna que lleva el peso de la historia en sus hombros y aún encuentra fuerzas para soñar.


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