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Las olvidadas del fortín

Actualizado: hace 1 día

Las llamaban “las milicas”, como quien nombra por compromiso, sin detenerse a mirar los ojos ni escuchar la historia. No les daban rango, ni voz, ni historia. Las escondieron en los márgenes de los partes militares, en las sombras de los fogones, detrás del humo de los disparos. Pero estaban ahí. Sosteniendo todo.


Sí, hermano, las mujeres también fueron a los fortines. Y no iban de paseo. Iban con el mate, los remedios, el cuchillo escondido en el refajo, la risa rápida y la pena honda. Iban para cuidar al marido, al alférez, al caballo, al destacamento entero. ¿Querés saber de heroísmo? No busques en los manuales. Buscá en las historias que no se contaron.


Lo escribió con coraje la investigadora Graciela Martínez Aráoz, en sus “Notas sobre la contribución de la mujer en la Conquista del Desierto”. A fuerza de escarbar entre archivos, cartas y memorias, sacó del barro de la historia nombres y hazañas que se habían querido olvidar.

Ahí estaba la vieja Pilar, mujer del cabo Martínez, buena médica sin título ni diploma. Con sesenta años curó la vejiga del teniente Canevari y levantó de la cama al general Teodoro García con trapos calientes y ungüentos que habrían hecho enrojecer a los boticarios de la capital. Le decían Mamá Pilar, y no por ternura, sino por respeto.


Estaba también Catalina Godoy, que había ido a cuidar a su marido… y terminó cuidando a los alféreces como si fueran sus propios hijos. La vieja María, del soldado Rogelio Juárez, vendía tortas que calmaban el hambre y el alma. Curandera también, como tantas, cuando los hospitales eran el suelo, el fuego, y lo que quedara a mano.


Mercedes, cordobesa joven, a la que le decían "Mazamorra", curaba a los que sufrían del corazón. Y no con remedios, sino con ternura. Con canciones. Con paciencia. Su medicina era invisible, pero eficaz.


Y ahí, entre las grandes del silencio, estaba también Mamá Carmen, madre del cabo Ledezma. Dio a luz quince hijos, todos soldados. Todos murieron en la línea.Pero ella no se quebró.Ella siguió en el fortín.Cuidando a los heridos.Cuidando a los vivos.Cuidando a los que lloraban.Como si cada soldado fuera un hijo más.Le decían “mamá” porque era eso: madre de todos. Amparo de muchos. Sostén de todos los que volvieron heridos, o no volvieron.

Muchas no eran nombradas por su nombre de pila, sino por esos apodos que decían más de lo que ocultaban. Algunos nacían del afecto, otros del asombro, otros del chiste entre mate y guardia. Pero en todos había algo cierto: el apodo, aunque breve, las volvía inolvidables.


La Pasto Verde, por ejemplo, se llamaba Carmen Funes. Le decían así, dicen, porque su belleza era tan rara en esos paisajes secos como un brote de pasto tierno en medio del desierto. Verde, fresca, luminosa. Marcelo Berbel la recordó en una zamba.


Mamá Carmen, también. El apodo no era para reducirla. Era para nombrar lo que todos sabían: que era una madre para el fortín entero.


Otros sobrenombres venían del ingenio popular: “Siete Ojos”, “La Mamboretá”, “Botón Patria”, “La Polla Triste”, “La Pastelera”, “Las Pocas Pilchas”. Nombres que mezclaban risa, admiración y ternura. Porque muchas veces, el pueblo bautiza mejor que la historia.

Y qué decir de la Parda Presentación, entrerriana, compañera del sargento Claudio Miño. Un día, mientras Miño estaba lejos, unos indios se acercaron a la tropilla. Ella no dudó. Se subió sin montura a un caballo y al grito se fue, sola, a buscar las bestias antes de que se las llevaran. Los soldados llegaron cuando la hazaña ya estaba hecha. Porque así eran ellas: llegaban antes, hacían lo que había que hacer, y después callaban.


¿Y pensás que por estar entre fusiles y sudor olvidaban la belleza? Cuando venía el comisario pagador, se vestían con zapatos de raso azul, pañuelos de colores vivos y vestidos de seda. Caminaban por el fortín con la dignidad intacta, como diciendo: “Aquí estamos. Y valemos.” Eran el esplendor del batallón, aunque no figuraran en los partes.

Y no, claro, no aparecen en la documentación oficial. En los informes sobre la campaña final del desierto, están ausentes. Invisibles. Borradas. Como si no hubieran estado. Como si no hubieran curado, cocinado, peleado, amado, aguantado.


Porque en los partes militares se anotan los cañones, los uniformes y las medallas.Pero nunca las manos que curan.Nunca los pies que corren con la falda sucia.Nunca las voces que cantan para espantar el miedo.


Otra vez la historia escrita con la mitad de la verdad.


Pero estaban ahí.Y ahora también están acá.En estas palabras.En esta bronca.En esta memoria.


Porque sin ellas, el fortín era solo polvo.Con ellas, fue también vida.Y toda vida merece ser contada.Como una huella en el barro que no se borra.Como una voz que, aunque callaron, sigue hablando.


📚 Bibliografía

  • Martínez Aráoz, Graciela. Notas sobre la contribución de la mujer en la Conquista del Desierto. Ponencia presentada en el II Congreso de Historia de la Provincia de Buenos Aires. Junín, 1994.

  • Bragoni, Beatriz. La nación en armas: patria, política y ciudadanía en la Argentina del siglo XIX. Buenos Aires: Sudamericana, 2013.

  • Barrancos, Dora. Mujeres en la sociedad argentina: una historia de cinco siglos. Buenos Aires: Sudamericana, 2007.

  • Gálvez, Manuel. Vida de Juan Manuel de Rosas. Tomo II. Buenos Aires: Emecé Editores, reedición.

  • Pigna, Felipe. Mujeres tenían que ser. Buenos Aires: Planeta, 2019.

  • Bergel, Marcelo. Carmen Funes: la Pasto Verde. Historia y leyenda. Neuquén: Ediciones de la Terraza, 2003.


 
 
 

5件のコメント


Huvo en algunas películas históricas q sí se vieron la mujeres q acompañaban a los gauchos soldados patriotas q hicieron nuestra Patria,Q HOY ESTÁ EN PELIGRO

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Por ser mujeres no fueron registradas en la historia

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Hermoso

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Hermoso,no publicado,pero..era sabido q... por ser mujer no están en la Historia de la Patria .pero hubo otras mujeres q sí están nombradas en la Historia...y q también fueron heroínas en su tiempo

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msdeiraola
5月23日

Qué hermoso ésto !

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