"Mafalda y el Principito: Sus Sueños para el 2025"
- Roberto Arnaiz
- 31 dic 2024
- 3 Min. de lectura
El sol caía suavemente sobre el último día del año, bañando de oro y melancolía un parque lleno de risas, hojas secas y promesas al viento. Sentados en un banco, Mafalda y el Principito compartían una charla que parecía suspendida en el tiempo. Habían coincidido antes, en algún rincón del universo donde las estrellas murmuran secretos al oído, pero este encuentro tenía algo diferente: el peso y la esperanza de un nuevo comienzo.
Mafalda, con su cabello rebelde y su eterna mirada crítica, jugaba distraída con una hoja seca. El Principito, con su bufanda ondeando suavemente al compás del viento, tenía la mirada fija en el cielo, como buscando en las estrellas respuestas a preguntas que nadie se atrevía a formular.
—Siempre me ha parecido curioso este ritual de fin de año —dijo Mafalda, rompiendo el silencio—. Todo el mundo hace balances, pero casi nunca se preguntan si realmente fueron felices.
El Principito, con su mirada clara y serena, respondió como quien comparte un secreto universal:
—Es que la felicidad no se mide con relojes ni calendarios. Vive en los momentos, en los abrazos inesperados, en las risas compartidas y hasta en las lágrimas sinceras.
Mafalda lo miró, intrigada.
—Eso suena hermoso, pero no me vengas con cuentos. Este año hubo guerras, hambre, injusticias... ¿Cómo puede alguien hablar de felicidad en un mundo que parece tan roto?
El Principito inclinó la cabeza, pensativo.
—El mundo tiene grietas, es cierto. Pero son esas grietas las que dejan pasar la luz. A veces, los sueños más grandes nacen de los dolores más profundos. Lo importante es no dejar de soñar, porque los sueños son como semillas que pueden florecer incluso en los desiertos.
Mafalda se quedó en silencio, procesando sus palabras. Luego, con su toque terrenal, preguntó:
—¿Y tú? ¿Qué deseas para el 2025, Principito?
Él sonrió con una mezcla de añoranza y esperanza.
—Deseo un mundo donde las personas recuerden lo que realmente importa. Que cuiden su rosa, que miren más a las estrellas y que no olviden escuchar el latido de sus propios corazones.
Mafalda suspiró, conmovida.
—A veces creo que eres un optimista incurable —dijo, aunque en su voz había más admiración que crítica—. Aunque quizás por eso me caes bien. Eres como un recordatorio de que soñar no está pasado de moda.
El Principito rió suavemente y, tras una pausa, devolvió la pregunta.
—¿Y tú, Mafalda? ¿Qué sueñas para el 2025?
Mafalda miró al horizonte, donde el sol se escondía dejando un cielo teñido de fuego y promesas.
—Sueño con un mundo más justo —dijo, con esa mezcla de idealismo y fuerza que la definía—. Un lugar donde el amor y la solidaridad sean mucho más que palabras bonitas. Sueño con menos hambre, menos guerras, con que los adultos dejen de complicarlo todo y aprendan a ser menos materialistas, recordando que lo esencial no se compra ni se vende.
El Principito asintió, impresionado por su pasión.
—Eres valiente al soñar así. Los sueños grandes asustan a los adultos, porque les recuerdan que, tal vez, olvidaron lo que significa creer en lo imposible.
Mafalda rió, esta vez con ternura.
—Es que los adultos están demasiado ocupados corriendo detrás de cosas que no necesitan, mientras se olvidan de lo que sí importa. Tú lo sabes mejor que nadie.
El Principito miró al cielo, donde la primera estrella de la noche comenzaba a brillar.
—El amor, la amistad, los sueños... son como las estrellas. Siempre están ahí, aunque a veces no sepamos mirar.
Mafalda tomó una pequeña piedra y la lanzó al aire, como si intentara alcanzar esa estrella fugaz.
—Entonces, ¿qué pedimos? —preguntó, suavizando su tono—. ¿Qué le pedimos al 2025?
—Pidamos que las personas recuerden que no están solas —respondió el Principito, con su voz llena de esperanza—. Que descubran que el amor no es solo algo que reciben, sino algo que pueden dar. Y que aprendan a ver el mundo con los ojos de un niño, porque en la simplicidad de lo esencial está la verdadera felicidad.
Mafalda lo observó en silencio. Luego, con una sonrisa traviesa, añadió:
—Pediré lo mismo. Y tal vez, un poco más de helado para los niños y menos discursos aburridos para los adultos.
Ambos rieron, y en ese instante el mundo parecía perfecto en su imperfección. El viento acariciaba las hojas de los árboles, como si el universo entero conspirara para guardar ese momento en su memoria infinita.
El Principito extendió su mano hacia Mafalda, y ella la tomó con un gesto que decía mucho más de lo que las palabras podían expresar.
—Feliz año nuevo, Mafalda —dijo él, con una sonrisa que iluminaba la noche.
—Feliz año nuevo, Principito —respondió ella—. Y que nunca dejemos de soñar.
Juntos, se quedaron en silencio, mirando las estrellas que llenaban el cielo, soñando con un 2025 lleno de amor, esperanza y las pequeñas cosas que realmente importan.






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