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¿QUÉ ES LA TRAICIÓN?


La traición es un puñal invisible. No el de los cuentos de bandidos ni el de los teatros de espada y capa, sino ese filo afilado que no suena cuando se hunde en la carne. Es el golpe silencioso que viene desde adentro, de la sombra de un amigo, del susurro de un confidente, del beso de un amante. Porque si algo define la traición, no es la brutalidad del acto, sino la intimidad de la estocada.


No se siente el filo cuando entra. Es solo un roce, un pequeño escalofrío en la espalda. Pero cuando giras la cabeza y ves quién sostiene la daga, la herida ya es mortal. Porque lo peor de la traición no es el golpe, sino la certeza de que vino de una mano en la que confiabas. Es como pisar suelo firme y, de pronto, descubrir que era un abismo disfrazado de confianza.


No se traiciona desde afuera. La traición no es el asalto de un desconocido ni el ataque de un enemigo jurado. Es un arte que se practica desde la cercanía, desde la confianza. No hay traidor sin primero haber sido aliado, cómplice o hermano. Para clavar el cuchillo, primero hay que haber sido bienvenido a la mesa. Es como un incendio que solo puede iniciarse dentro de la propia casa.


Un ladrón que te asalta en la calle no te traiciona; un socio que te despluma, sí.


Julio César lo supo bien cuando vio a Bruto entre sus asesinos. No era el puñal lo que lo mató, sino el rostro de quien lo empuñaba. "Tú también, hijo mío", dicen que dijo antes de caer. Pero la historia está llena de traiciones. En cada una se repite el mismo esquema: alguien confió y alguien quebró esa confianza.


Desde Judas hasta el socio que se queda con la empresa. Desde el amigo que revela secretos hasta el amante que se entrega a otro. La traición es la corrupción del vínculo, la negación del pacto. Es el beso de Judas en Getsemaní, la carta falsa en la que un rey entrega una ciudad, la promesa rota en la que se jugaba una vida entera.


Pero, ¿qué lleva a un hombre a traicionar? Es fácil decir que es la ambición, el deseo de poder, de dinero, de una mujer. Pero la traición no siempre es fruto de la avidez. Muchas veces es hija del miedo.


No todos traicionan por ganar algo. Muchos traicionan por no perderlo todo. El delator que entrega a su compañero para salvar su propia piel. El soldado que cambia de bando cuando ve que la batalla está perdida. No es valentía lo que los mueve, sino el espanto a caer con el barco.


Y luego están los traidores por convicción, aquellos que se justifican. Se narran a sí mismos su propia historia donde no son villanos, sino héroes incomprendidos. El político que cambia de partido porque "es lo mejor para el país". El espía que vende información convencido de que sirve a una causa mayor.


La traición, en muchos casos, es una cuestión de perspectiva. Lo que para uno es un acto vil, para otro es una necesidad histórica, una obligación moral.


La traición no solo ocurre en las esferas del poder y la historia. La vemos en la vida cotidiana. En el amigo que se adueña de una idea ajena y la presenta como suya. En la promesa rota de alguien que juró estar siempre, pero cuando llegó la tormenta se alejó sin mirar atrás.


En la confianza ciega de un trabajador que descubre que su jefe ya había decidido despedirlo mientras le seguía sonriendo en los pasillos. En el futbolista que besa el escudo de un equipo y al año siguiente juega para el rival. En el artista que olvida sus raíces cuando alcanza la fama. En el alumno que copia en un examen traicionando la confianza de su profesor.


Pero no nos engañemos: la traición deja huella. No hay traidor sin cicatriz. Traicionar también es perder algo. El que vende a su amigo no vuelve a dormir igual. El que traiciona su propio juramento se convierte en un extranjero dentro de sí mismo.


La culpa es un espectro que persigue. Aunque el traidor la niegue, aunque se justifique con mil palabras, en el fondo sabe que cruzó una línea que no tiene regreso.


Y es que la traición no solo destruye al traicionado, también envenena al que la comete. No es casualidad que los grandes traidores de la historia terminen mal. Judas, consumido por el remordimiento, se ahorcó. Mir Jafar, el hombre que entregó la India a los británicos, murió despreciado hasta por aquellos a quienes ayudó. Edward Snowden, héroe o traidor según a quién se le pregunte, vive en el exilio.


Los traidores suelen aprender demasiado tarde que quien traiciona una vez, rara vez es recompensado con lealtad.


Y sin embargo, seguimos confiando. Seguimos apostando por la amistad, por el amor, por la hermandad. Aunque sabemos que la traición existe, también sabemos que sin confianza no hay vida. Preferimos arriesgarnos a la estocada antes que vivir en una soledad sin alianzas.


Tal vez, en eso, esté nuestra verdadera fortaleza. En saber que podemos ser traicionados, pero aun así, seguir creyendo. Porque la traición es un espectro que ronda la historia y la vida. Pero también lo es la lealtad. Y aunque una brille menos que la otra, su luz es mucho más duradera.


En un mundo donde la traición es moneda corriente, el verdadero acto de rebeldía es seguir creyendo en la lealtad. La traición puede romper corazones, ejércitos y naciones. Pero jamás ha podido derrotar la lealtad de aquellos que deciden mantenerse firmes, aunque todo se derrumbe a su alrededor.


Encontrá la historia de la Traición en Filosofía sin vueltas




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