Andrés de San Martín: el cartógrafo español que descubrió las Malvinas
- Roberto Arnaiz
- 20 jun
- 7 Min. de lectura
Actualizado: hace 7 días
“Fue el primero en verlas. Y las dibujó para que no se olvidaran.”
Este texto recupera una historia silenciada durante siglos: la del primer europeo que avistó, describió y cartografió las Islas Malvinas. Lo hizo en 1520, en nombre de la Corona de Castilla, mucho antes de que los británicos siquiera imaginaran su existencia. Ese mapa, perdido por siglos y redescubierto en plena Guerra de Malvinas, cambió para siempre el fundamento documental del reclamo argentino.
A veces la historia se duerme. Se acurruca entre papeles viejos, se cubre con polvo de archivo, se esconde en un pliegue de pergamino como si tuviera miedo de decirnos la verdad. Y entonces, un día cualquiera, alguien levanta una hoja y lo imposible cobra forma. Así fue como resucitó Andrés de San Martín, el sabio náutico que trazó las Malvinas en un mapa cuando todavía el mundo era un acertijo envuelto en sal.
Andrés de San Martín. ¿Le suena? No, claro que no. No es una calle en el centro ni tiene escuela con su nombre. No es prócer de manual ni modelo de estatua ecuestre. Pero este hombre, probablemente nacido en Sevilla hacia fines del siglo XV, y muerto —vaya uno a saber si de malaria o de traición— en una isla filipina sin nombre, fue el primero que puso las Islas Malvinas en un mapa. Y no con fantasía, sino con coordenadas. Con cálculos. Con los ojos clavados en las estrellas y la mano firme en el sextante. Fue uno de los más precisos astrónomos de su época, capaz de medir la longitud geográfica con errores mínimos. Un genio olvidado de la cosmografía.
A San Martín lo embarcaron en la expedición de Magallanes en 1519, un viaje impulsado por la corona española para hallar el paso al Pacífico y alcanzar las Molucas. En esa tripulación de audaces incluyeron al portugués testarudo Magallanes y al español silencioso pero preciso como un compás, Andrés de San Martín. Su talento no estaba en el acero, sino en el cielo: calculó eclipses, conjunciones, latitudes y longitudes.
Era cartógrafo, astrónomo, piloto mayor de la flota. Un saber tan valioso como la espada, hasta que —durante el motín de Puerto San Julián en abril de 1520— fue acusado de simpatizar con los amotinados, posiblemente por su vínculo profesional con el piloto Esteban Gómez, uno de los cabecillas.
Esteban Gómez, un experimentado piloto portugués al servicio de Castilla, fue uno de los líderes de la sublevación contra Magallanes, y su conexión con San Martín —aunque no comprobada— bastó para ponerlo en la mira. Magallanes ordenó su arresto y lo hizo torturar mediante la garrucha, un suplicio que consistía en colgar al prisionero por los brazos atados a la espalda. San Martín sobrevivió a la tortura, pero su salud quedó quebrantada.
Más tarde, durante la escala en Cebú (Filipinas), cayó gravemente enfermo y murió en 1521, llevándose consigo parte del conocimiento astronómico de la expedición. La ciencia también sangra. Y, en este caso, también muere en silencio.
Mientras Antonio Pigafetta, cronista veneciano de la expedición, registraba cada jornada con pluma minuciosa, San Martín medía las distancias del mundo con ojos de astrónomo. Y así fue como en julio de 1520, con el invierno azotando la costa patagónica, la nave San Antonio —una de las cinco del viaje— fue enviada al sur. La comandaba Álvaro de Mesquita, primo de Magallanes. Navegaron a la vera de lo desconocido: el mar escribía nombres que aún no estaban en los mapas. Y el 28 de julio apareció un archipiélago de frío y silencio: las Malvinas. Para ellos eran “Sansón” o “Islas de los Gigantes”.
Desembarcaron en Isla Soledad, donde las aves volaban en círculos, como centinelas. No hubo señales de habitantes, solo tierra fría. San Martín, con precisión de relojero, apuntó al cielo, midió, anotó: el primer mapa conocido de las Malvinas, año 1520 —cuando Argentina ni siquiera moldeaba su nombre. Todo esto, además, en el marco de lo que el Tratado de Tordesillas de 1494 reconocía como zona jurisdiccional de la Corona de Castilla, reforzando aún más el derecho histórico y legal sobre el territorio.
Pero como en todas las historias de conquista imperial, el mapa se perdió. Se lo llevaron los portugueses en Lisboa, tras la muerte de San Martín en Filipinas, y con él sus cuadernos. El olvido comenzó su obra. A lo largo de los siglos, las Malvinas quedaron en el limbo cartográfico: aparecen con nombres deformados o son apenas puntos. Pero en los trazos de Diego Gutiérrez, Pedro Reinel o Diego Ribero, persistieron los ecos de aquella excursión. San Martín estaba en el anonimato de los mapas, esperando que alguien lo reclamara.
La cartografía del siglo XVI no era ciencia exacta, pero era arte mayor. Los cosmógrafos como San Martín, los Reinel o Sebastián Caboto trabajaban a partir de observaciones astronómicas, testimonios de navegantes y no pocos mitos. Los mapas mezclaban realidades y ficciones, pero bastaba una medición precisa para abrir un mundo. Y San Martín lo hizo. Sin cronómetros marinos ni teodolitos, sólo con su astrolabio y sus tablas, logró registrar una porción del planeta que aún era bruma.
Y ese llamado llegó en 1982, cuando el mundo se pegaba al televisor por cañonazos en el Atlántico Sur. Francia puso en el centro de sus archivos el “Atlas de San Julián”, manuscrito fechado en 1586, que había permanecido inédito en la Biblioteca Nacional de París. Allí, entre pergaminos, apareció el plano: “Les isles de Sansón ou des Geantz”, centradas exactamente donde están las Malvinas. Este documento, de valor incalculable, no solo confirma el descubrimiento español sino que lo antecede en más de 150 años al avistaje británico de John Strong en 1690.
Rocher Gervais, conservador francés, envió el hallazgo al uruguayo Rolando Laguarda Trías. El 14 de junio de 1983 Laguarda Trías presentó en Montevideo su estudio titulado “Nave española descubre las Islas Malvinas en 1520”, tras analizar el manuscrito junto a la curadora Mireille Pastoureau. El autor destacó en su estudio: “no existe el menor resquicio de duda de que representa a las islas Malvinas”. En septiembre de ese mismo año, el trabajo ingresó formalmente en la Biblioteca de la Academia Nacional de Geografía de Argentina.
Laguarda Trías viajó nuevamente a París en agosto de 1987 y pudo fotografiar personalmente el mapa, confirmando que el plano figuraba acompañado del texto de André Thevet, quien lo describió tras entrevistarse en Lisboa en la década de 1560 con un piloto portugués (presumiblemente Mesquita), testigo directo del avistaje. Thevet trasladó las coordenadas a su libro Le Grand Insulaire, reforzando la autenticidad del descubrimiento español.
Este hallazgo no fue anecdótico. Aportó munición histórica para los reclamos argentinos sobre soberanía. Laguarda Trías y otros académicos lo señalaron como "una base más firme a los derechos de Argentina, herederos de los de España". Y no fue un argumento menor: en 1982 Argentina luchaba por las islas, y estas pruebas representaron una legitimación documental profunda. En palabras del propio Laguarda Trías: “Las islas, hoy objeto de controversia diplomática, fueron primero anotadas con la mirada precisa de un español que conocía el cielo mejor que los mapas”.
Desde entonces, este trabajo ha sido validado por historiadores e instituciones académicas en toda América del Sur. En 2015, la Academia Nacional de Geografía conmemoró el hecho en sus Anales, con un capítulo dedicado a reforzar científicamente la autenticidad del descubrimiento español de las islas Malvinas. Según el principio jurídico del uti possidetis iuris, las nuevas repúblicas independientes heredaban los territorios que habían pertenecido a las coronas coloniales. Así, al disolverse el Virreinato del Río de la Plata, las Islas Malvinas habrían pasado automáticamente a formar parte de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
El mapa de 1520 dejó de ser una curiosidad antigua y se transformó en una pieza clave de la historia geopolítica moderna. No solo demostró que San Martín había cartografiado las islas con precisión cinco siglos antes de cualquier asentamiento británico. También confirmó que sus hojas de ruta quedaron registradas y circulaban en el Atlántico europeo desde fines del siglo XVI. Ante cualquier pretensión inglesa, este documento permanece como una prueba insoslayable: las Malvinas fueron descubiertas, observadas y cartografiadas por un español, y ese hecho antecede cronológicamente cualquier reclamo posterior.
El hallazgo de 1982 y el trabajo de Laguarda Trías generaron debates en museos, universidades y órganos diplomáticos. No faltaron críticas, por supuesto. Algunos cuestionaron la cadena documental. Pero la mayoría de los historiadores coincidieron en valorarlo como “el más sólido y riguroso de los esfuerzos documentados por traer al presente un descubrimiento olvidado”.
Hoy, Andrés de San Martín ya no es una sombra. Es un símbolo de que la historia está escrita en trazos minuciosos, con brújulas, latitudes y longitudes. Su cartografía de 1520, rescatada del silencio en 1982, no solo reaviva la memoria científica del siglo XVI, sino que se convierte en testigo mudo e irrefutable de la soberanía argentina en las Malvinas.
En un mundo que discute mapas con drones y tratados internacionales, la figura de un hombre con sextante en mano nos recuerda que la soberanía también se escribe con tinta, con paciencia, con verdad. Y que hay gestos, como el de San Martín, que tardan cinco siglos en encontrar justicia. Y quizá, en alguna noche clara sobre las aguas heladas del sur, aún se refleje en el cielo la sombra de aquel piloto olvidado, que un día midió el mundo para que otros no se lo roben.
Posdata: Que un mapa olvidado en París durante cuatro siglos se convirtiera en pieza clave de un reclamo de soberanía dice más de la historia que mil discursos. Porque a veces la verdad no grita: espera. Y el que sabe mirar un viejo pergamino puede ver en él las raíces de un país entero. Hoy, su mapa no solo habla en las bibliotecas. Puede y debe hablar en los foros internacionales donde se debaten los destinos de los pueblos.
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Bibliografía recomendada:
Laguarda Trías, Rolando. Nave española descubre las Islas Malvinas en 1520. Montevideo, 1983.
Thevet, André. Le Grand Insulaire. Manuscrito del siglo XVI.
Academia Nacional de Geografía (Argentina). Anales y Boletines, ediciones de 1983 y 2015.
Hervé, Roger (Rocher Gervais). Découverte des Îles Malouines en 1520, Biblioteca Nacional de Francia, 1982.
Ramos, Lucio. Cartografía y poder en el Atlántico Sur. Editorial Dunken, 2010.

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