Belgrano: lector de la historia, escritor de la patria
- Roberto Arnaiz
- hace 1 día
- 3 Min. de lectura
Amigo, la historia no se repite, pero rima. Y Manuel Belgrano lo sabía mejor que nadie. No tenía legiones de veteranos ni mariscales de academia. Tenía campesinos descalzos, esclavos libertos, gauchos arrojados. ¿Cómo enfrentar con eso a un ejército realista armado hasta los dientes? Con la cabeza. Con la historia. Con las lecciones de Persia, Grecia y Roma.
Belgrano no improvisaba. Había leído, reflexionado y aprendido. Cada movimiento suyo en el norte —el Éxodo Jujeño, Tucumán, Salta— respiraba la memoria de batallas antiguas, aplicadas con la urgencia de quien defiende la vida de una patria naciente.
La lección persa: la tierra como escudo
Después de Gaugamela, los persas comprendieron que la mejor defensa era retirarse y dejar un desierto a su paso. Replegaron 600 kilómetros hasta Ecbatana, arrasando lo que encontraban. Alejandro, en cambio, aseguró cada punto de apoyo: fundó ciudades, levantó depósitos, cuidó las líneas de abastecimiento. Su genio fue avanzar sin quedar atrapado en la nada.
Belgrano entendió la lógica. Cuando ordenó el Éxodo Jujeño en 1812, transformó a todo un pueblo en ejército: quemaron sus casas, arrasaron sus cultivos, dejaron un vacío que desarmó al invasor. Desde Santa Catalina hasta Tucumán se extendió un plan de casi 600 kilómetros de tierra arrasada, una muralla de fuego y desolación que frenó a los realistas. Pío Tristán no aprendió de la historia: marchó confiado, sin prever que la nada podía derrotarlo antes que las balas.
La lección rusa contra Napoleón
En 1812, los rusos repitieron el plan persa. Aldeas, graneros y hasta Moscú ardieron. Napoleón entró en una ciudad fantasma y el invierno hizo el resto. Belgrano quizá no conociera ese episodio en detalle, pero su instinto coincidió con aquella estrategia: quitarle al enemigo todo sustento. En Jujuy, como en Rusia, la tierra misma fue un arma.
La lección de Aníbal: el terreno es un arma
Aníbal enseñó que la geografía puede ser más poderosa que las lanzas. En Tesino, venció con caballería ágil. En Trebia, dejó que los romanos cruzaran helados y empapados para luego destrozarlos. En Cannas, los envolvió como una trampa perfecta.
Belgrano aprendió ese arte. En Tucumán transformó huertas y tapias en trincheras invisibles. Dejó que el enemigo se confiara y, cuando estaba enredado, lanzó la caballería gaucha como un rayo. En Salta, imitó a Cannas: rodeó poco a poco a los realistas hasta obligarlos a rendirse.
La lección de las Termópilas: el valor del terreno
En el año 480 a.C., Leónidas y sus trescientos detuvieron durante tres días al ejército inmenso de Jerjes en un paso angosto. Allí se probó que un pequeño ejército puede resistir si elige el terreno adecuado.
Belgrano pensó igual. En Tucumán, cuando todos le aconsejaban retirarse, eligió quedarse. Puso a su ejército en un sitio donde las tapias eran murallas y las huertas, desfiladeros. Con pocos hombres, mal armados, logró lo imposible. La disciplina y la fe multiplicaron fuerzas.
En Salta, la historia volvió a repetirse con astucia. Polinario Sarabia, apodado “El Chocolate”, le mostró un paso secreto en la noche del 18 de febrero. Los patriotas abrieron el sendero con palas y picos en medio de un vendaval, lo que confundió a los realistas. Así como los persas hallaron en las Termópilas un sendero gracias a la traición de Efialtes para rodear a Leónidas, Belgrano usó el camino de Sarabia para colocarse donde nadie lo esperaba. Pero aquí la historia cambió: Leónidas cayó, Belgrano venció.
Epílogo: el general lector
¿Qué nos deja Belgrano? Que la historia es un arsenal. Que un abogado puede transformarse en general si sabe leer a Heródoto, a Tito Livio, a Polibio. Que el terreno es más fuerte que el cañón, y que el fuego de un pueblo en armas es más devastador que mil bayonetas.
Persas, Alejandro, Aníbal, Leónidas: todos estaban en la cabeza de Belgrano. Y desde esa biblioteca viviente, el hombre inventó victorias imposibles.
Piense la escena final: el ejército realista, confiado, avanzando hacia Tucumán como si marchara a un banquete. Y de pronto, entre huertas y tapias, entre el barro y la furia de gauchos descalzos, la historia cayendo sobre ellos como una emboscada eterna.
Eso fue Belgrano. No sólo el hombre de la bandera, sino el estratega que leyó la historia para escribir la patria.

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