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Del papiro al clic: la travesía de las bibliotecas y el sueño argentino de un pueblo ilustrado



Imaginá un edificio silencioso, donde cada libro es una bomba de tiempo esperando explotar en la cabeza de quien lo abra. Esa es la verdadera esencia de una biblioteca: no es un museo del papel, sino un arsenal de ideas. Desde los rollos de papiro de Alejandría hasta los servidores de datos de la era digital, las bibliotecas han sido la memoria organizada de la humanidad.


La Biblioteca de Alejandría, fundada en el siglo III a.C. por los Ptolomeos, fue la primera gran ambición de reunir todo el conocimiento del mundo en un solo lugar. Entre 400.000 y 700.000 rollos de papiro provenientes de Grecia, Egipto, India y Persia llenaban sus estantes, y allí trabajaron sabios como Euclides y Eratóstenes. Su incendio —o sucesivos incendios— se convirtió en símbolo universal de la pérdida irrecuperable de la memoria humana.


En Pérgamo, rival de Alejandría, surgió otra biblioteca legendaria. Allí perfeccionaron el uso del pergamino, material que llevaría el nombre de la ciudad, y guardaron miles de manuscritos. Ambas instituciones mostraron que una biblioteca podía ser la joya más preciada de una nación.


Tras la caída de Roma, los monasterios fueron guardianes del saber. En los scriptoria, monjes copiaban a mano textos religiosos y, a veces, obras de Aristóteles o Cicerón. Con el Renacimiento y la imprenta de Gutenberg en el siglo XV, el libro se multiplicó y las bibliotecas empezaron a abrirse al público y a las universidades.


Durante la Edad Media y parte del Renacimiento, ciudades como Toledo y Córdoba se convirtieron en centros clave para la traducción de textos árabes, griegos y latinos. Eruditos cristianos, musulmanes y judíos trabajaban codo a codo en la transmisión de obras de filosofía, medicina, astronomía y matemáticas, asegurando que el saber clásico no se perdiera y llegara a Europa entera.


Ese sueño milenario viajó a través de siglos y océanos. En el Río de la Plata, la Revolución de Mayo trajo no solo armas, sino ideas. El 13 de septiembre de 1810, La Gazeta de Buenos Ayres, dirigida por Mariano Moreno, anunció la creación de la Biblioteca Pública de Buenos Aires. Moreno sabía que la independencia política sin independencia intelectual era apenas una máscara.


Manuel Belgrano no se limitó a luchar en el campo de batalla. Soñó con un país instruido. Donó los 40.000 pesos de premios por las victorias de Salta y Tucumán para fundar escuelas y promovió bibliotecas como escudos contra la ignorancia.


José de San Martín, en 1821, fundó la Biblioteca Nacional del Perú en Lima, donando más de 700 volúmenes de su biblioteca personal. Para él, una biblioteca era tan importante como un cuartel: formaba ciudadanos capaces de defender su libertad.


Domingo Faustino Sarmiento llevó la causa de las bibliotecas al extremo. Como presidente, impulsó la Ley de Bibliotecas Populares en 1870 y creó la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares. Imaginaba una biblioteca en cada pueblo, gestionada por sus vecinos. Visitó bibliotecas en Europa y Estados Unidos, y volvió convencido de que eran motores de cambio social.


Durante el siglo XX, las bibliotecas populares se multiplicaron. Eran más que salas de lectura: eran centros culturales con cine, teatro y talleres. La CONABIP sostuvo esta red. Hubo historias emblemáticas, como la Biblioteca Vigil en Rosario, destruida en dictadura, prueba de que el saber siempre incomoda al autoritarismo.


Internet rompió los muros. Hoy, desde una computadora familiar, se puede leer un manuscrito de Leonardo da Vinci en la Biblioteca Ambrosiana, consultar mapas del siglo XVII en la British Library o recorrer la Biblioteca Nacional de Argentina sin salir de casa. Los bibliotecarios, ahora, son guías en el océano de datos, enseñando a distinguir lo verdadero de lo falso.


Desde Alejandría hasta la nube, desde Belgrano hasta la era digital, las bibliotecas han cambiado de forma, pero no de misión: reunir, preservar y compartir el saber. Son trincheras contra la ignorancia.


El 13 de septiembre, Día del Bibliotecario, no es un simple homenaje: es un recordatorio de que, mientras haya una biblioteca abierta —física o virtual— todavía hay esperanza de que este país se salve.


Diez bibliotecas famosas y cómo acceder a ellas:

  1. Biblioteca Nacional de Argentina – www.bn.gov.ar

  2. Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos (Washington, EE.UU.) – www.loc.gov

  3. British Library (Londres, Inglaterra) – www.bl.uk

  4. Biblioteca de Alejandría moderna (Egipto) – www.bibalex.org

  5. Biblioteca Nacional Central de Roma (Italia) – www.bncrm.beniculturali.it

  6. Biblioteca Nacional de España (Madrid) – www.bne.es

  7. Staatsbibliothek zu Berlin (Alemania) – www.staatsbibliothek-berlin.de

  8. Biblioteca Estatal Rusa (Moscú) – www.rsl.ru

  9. Biblioteca Nacional de Grecia (Atenas) – www.nlg.gr

  10. Biblioteca Nacional de Brasil (Río de Janeiro) – www.bn.gov.br

 

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