Delia Akeley: la mujer que cruzó sola el corazón de África
- Roberto Arnaiz
- 22 may
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 4 jun
Hay mujeres que nacen para bordar manteles. Y hay otras que nacen para cruzar selvas con un machete oxidado y una voluntad de hierro. Delia Akeley fue de las segundas. En una época en que se esperaba que la mujer dijera "sí, señor" y bajara la mirada, ella levantó la frente, apretó los dientes y se perdió sola en lo más profundo del continente africano. Sí, sola. Sin escoltas. Sin telegramas. Sin seguro de vida y sin celular. ¡En los años 20!
Delia había nacido en una granja de Wisconsin, hija de inmigrantes irlandeses, cuando el mundo aún funcionaba a tracción a sangre y la electricidad era un milagro de ciudad. De chica, ordeñaba vacas, cocinaba, lavaba. Nada anunciaba que un día iba a ser una de las exploradoras más temerarias del siglo XX. Pero la libertad es un bicho raro: cuando te pica, no hay más remedio que salir a buscarla.
Dicen que caminaba con la espalda recta, los ojos alertas y la boca apretada como si mascara secretos. Su ropa estaba siempre sucia, pero su dignidad, planchada al fuego del carácter.
Se casó joven con un artista, pero lo dejó. Y entonces apareció Carl Akeley, cazador, taxidermista, científico. Con él conoció el corazón oscuro de África. Lo acompañó en expediciones que hoy no haría ni Rambo: cocinaba, curaba, disparaba, organizaba campamentos. En una de esas aventuras, un leopardo saltó sobre Carl. Delia no gritó. No rezó. Apuntó en medio del caos, con el corazón pateándole el pecho, y disparó. El animal cayó a dos pasos de ellos. Ella bajó el arma, sin alardes. Sabía que nadie le agradecería.
Cuando se cansó del rol de sombra, se separó. Tenía 50 años. Cualquier otra se hubiera quedado a tejer en un porche. Ella, no. Ella se calzó las botas, afiló el machete y se fue sola a cruzar África a pie. 3.000 kilómetros. Sin mapa, sin GPS, sin nadie que le llevara el equipaje. Le picaban los mosquitos, la malaria le partía la fiebre, dormía entre cocodrilos y monos. Pero avanzaba.
A veces, en mitad de la selva, la noche la envolvía como un ataúd tibio. Escuchaba los tambores lejanos, el crujido de ramas y el murmullo de insectos. Y en ese silencio brutal, Delia pensaba: “Estoy viva. Por fin, viva.”
La historia la olvidó. La selva, no.
Mientras los libros escolares consagran a Livingstone, Stanley o Burton, a Delia no le dedicaron ni un renglón. Porque ella no descubría para conquistar, sino para comprender. Y eso, parece, no califica como hazaña.
Y lo más notable es que no iba a cazar ni a conquistar. No llevaba Biblias ni banderas, ni quería imponer su cultura. Iba a escuchar. Pasó meses con los pigmeos del Congo. Aprendió su idioma, comió con ellos, dibujó lo que veía. No intentó cambiarlos. No les enseñó cómo vivir. Solo se sentó, observó, y aprendió. Mientras otros "descubrían", ella comprendía.
Un niño pigmeo le ofreció un fruto extraño. Ella lo comió sin preguntar. “Si te lo dan sin miedo, es porque no mata”, anotó en su diario. Esa confianza la salvó más de una vez.
Carl escribía un libro y salía en los diarios. Delia mataba un leopardo y apenas figuraba en los pies de foto. Así funcionaba el mundo: los hombres eran héroes, las mujeres decorado.
Sus libros quedaron olvidados. Sus diarios, en un cajón. Ningún museo reclamó sus notas. Ninguna universidad pidió sus cuadernos. A los ojos del mundo, había sido apenas un pie de página en la historia de otro. Como tantas otras, fue valiente en vida y fantasmal en la memoria colectiva.
Carl tiene una sala en el Museo de Historia Natural de Nueva York. Delia, una línea en Wikipedia. Pero cuando una mujer se anima a salir del molde, a viajar sola, a reinventarse a los 50, hay una sombra que la acompaña: la sombra de Delia. La pionera que no quiso fama, pero dejó huella.
Dicen que murió con 98 años, en un departamento sin lujos. Que tenía su machete colgado, unos dibujos descoloridos y una postal del Congo. Que miraba el mar como si todavía pudiera cruzarlo.
La selva le quedó en el cuerpo. En la forma de mirar. En la manera de caminar con paso firme por pasillos grises. Pero en su edificio nadie sabía que esa señora encorvada había dormido entre rugidos y bailado al ritmo de tambores tribales.
Y tal vez podía. Porque hay mujeres que no envejecen: se convierten en leyenda.
Y como toda leyenda, deja huella. Delia fue precursora de mujeres que vinieron después y que también desafiaron lo imposible. Mujeres como Freya Stark, que cartografió regiones del Medio Oriente en los años 30; Alexandra David-Néel, que se disfrazó de mendiga para entrar al Tíbet cuando era prohibido para extranjeros; Arlene Blum, que en los 70 lideró la primera expedición femenina al Annapurna; Sarah Marquis, que recorrió sola a pie toda Asia Central en el siglo XXI. O la noruega Kristin Harila, que escaló los 14 picos más altos del mundo en seis meses.
A cada una, aunque no lo sepan, Delia les abrió camino con sus pasos entre la selva y su nombre perdido en los mapas. Porque hay historias que no se borran. Solo esperan ser contadas. Y cada vez que una mujer hoy elige el machete en vez del delantal, el camino en vez del encierro, el riesgo en vez de la resignación, Delia Akeley vuelve a caminar.
Su vida no fue solo una aventura. Fue una respuesta. A cada mandato que dice “callá”, “esperá”, “acompañá”, Delia le contestó con un machete y una libreta. Y eso es revolución.
Y si el mundo es justo, esta vez no va a pasar desapercibida.
No cruzó África para ser recordada. Cruzó África para no volverse invisible.
Tal vez no tuvo medallas, ni bustos de bronce. Pero en cada mujer que hoy se atreve a caminar sola, su sombra sigue avanzando. No con aplausos. Con machete, diario… y coraje.
Y quizás, si una noche sentís que el miedo te sopla la nuca, imaginá a Delia abriendo camino entre la maleza. Sin ruido. Sin permiso. Con la frente en alto y el machete al costado. No estás sola.
Puedes profundizar leyendo el libro: Mujeres que No Pidieron Permiso y Cambiaron la Historia: Un recorrido por las vidas de las rebeldes, pioneras y visionarias que transformaron el mundo. (Spanish Edition) Edición Kindle https://www.amazon.com/-/es/dp/B0FBSTJNDY/ref=sr_1_1
Bibliografía
Jungle Portraits, Delia J. Akeley, 1930, Macmillan Company, New York.
Delia Akeley and the Monkey: An Untold Tale of Female Heroism, Susan E. Smith, 2000, University of Chicago Press, Chicago.
Call of the Jungle: The True Story of Delia Akeley, Margaret R. Johnson, 2015, Wild Spirit Press, London.
Kingdom Under Glass: A Tale of Obsession, Adventure, and One Man’s Quest to Preserve the World’s Great Animals, Jay Kirk, 2010, Henry Holt & Company, New York.
Women Explorers: One Hundred Years of Courage and Daring, Helen Rolfe, 1998, Scholastic, New York.
Mujeres que No Pidieron Permiso y Cambiaron la Historia, Roberto Arnaiz, 2022, Amazon Kindle Edition.

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