Dos votos, una historia
- Roberto Arnaiz
- 7 jul
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 11 jul
Uruguay, 1927. Mientras los códigos electorales del continente aún hablaban en masculino y las mujeres eran espectadoras del poder, un pequeño pueblo del interior del país, en pleno 1927, se convirtió, inesperadamente, en la vanguardia de los derechos civiles del continente. Cerro Chato, dividido entre tres departamentos, se convirtió en el escenario de un plebiscito vecinal que abrió una puerta mucho más profunda: el sufragio femenino.
Y entre las mujeres que se acercaron a votar, una figura inesperada se convirtió en símbolo: Rita Ribeira (una mujer negra, de origen brasileño, que había cumplido noventa años), fue la primera en depositar su voto.
El 3 de julio, la escena era insólita. Un único local de votación, vecinos con sus mejores galas y mujeres listas para ejercer un derecho aún no universal. Rita, con su bastón de madera seca y los ojos entornados por la luz de la historia, cruzó la calle y votó.
No hubo aplausos ni discursos. Solo un silencio reverente que supo que el mundo acababa de girar un poco más hacia la justicia. Dicen que murmuraba una oración en portugués. Y que cuando depositó su boleta, no solo votó por ella: votó por todas las que vinieron antes y por las que aún no habían nacido.
Pero Rita no votó sola. Detrás de ese gesto había años de voces que no fueron escuchadas. El hecho no surgió de la nada. Fue el fruto de una militancia persistente.
Paulina Luisi (médica, docente y primera feminista organizada del Uruguay) había sembrado durante años las semillas del cambio: fundó organizaciones, redactó manifiestos y colocó la cuestión en el debate público cuando aún parecía impensable. En 1914 ya se discutía la igualdad política. En 1932, Uruguay legalizó el voto femenino. En 1938, las mujeres lo ejercieron en elecciones nacionales.
Pero Rita lo hizo antes. En un salón simple de un pueblo sin monumentos.
La elección en Cerro Chato no era nacional, pero fue un acto electoral legal, autorizado por la Corte Electoral. De los 383 inscriptos, votaron 357. Más del 90% de participación.
Fue un triunfo territorial para Durazno, pero un triunfo moral mucho más grande para las mujeres. Aunque el resultado del plebiscito fue ignorado por las autoridades y Cerro Chato continúa dividido, el mensaje resonó como un relámpago: el tiempo del silencio había terminado.
Hubo voces en contra. La Comisión de Vecinas de Treinta y Tres, liderada por Bernardina Muñoz (activista local en defensa de su jurisdicción departamental), llamó a la abstención denunciando manipulación.
Del otro lado, Modesta Fuentes de Soubiron (referente de la Comisión de Mujeres de Durazno), organizó actos, redactó cartas, y se enfrentó al machismo con argumentos y convicción. Cuando la prensa capitalina dudó de la capacidad cívica de las mujeres de Cerro Chato, ellas contestaron en la única lengua que entendía el poder: la del voto.
La evolución del voto femenino en el mundo
El primer país en reconocer el sufragio femenino fue Nueva Zelanda, en 1893. Le siguieron Australia (1902), Finlandia (1906), Noruega (1913), Dinamarca e Islandia (1915), y Rusia (1917). En Estados Unidos, se legalizó en 1920, aunque las mujeres negras enfrentaron obstáculos reales durante décadas.
En América Latina, el primer gesto simbólico lo dio Argentina. Julieta Lanteri (médica, activista y naturalizada argentina), logró votar en una elección municipal de Buenos Aires el 26 de noviembre de 1911 gracias a un vacío legal. Fue un caso único, respaldado por un juez. Pero no cambió el sistema: la ley fue modificada para cerrar esa rendija. Su gesto fue valiente, pero aislado. Una brecha abierta a martillazos.
Así, puede afirmarse que Julieta Lanteri fue la primera mujer que votó en América Latina, aunque su participación no fue el resultado de un reconocimiento oficial del derecho al sufragio femenino, sino de una excepción legal.
En cambio, el caso de Rita Ribeira en 1927 fue el primero formalmente autorizado por una autoridad estatal en el continente: su voto, junto al de otras mujeres, se dio en el marco de un plebiscito reconocido por la Corte Electoral de Uruguay, sin distinción de sexo ni nacionalidad. Fue un acto colectivo e institucional, y no una excepción individual.
Lo de Cerro Chato fue una compuerta institucional abierta desde adentro. Un antecedente firme. Uruguay formalizó el voto femenino en 1932 y lo implementó en 1938, convirtiéndose en el primer país latinoamericano en aplicar el sufragio femenino en elecciones nacionales.
Después llegaron Ecuador (1929), Brasil (1932), Cuba (1934), Panamá (1941), Venezuela (1946), y Argentina (1947), con Eva Perón (actriz, dirigente política y primera dama argentina) como figura decisiva.
Cada país con su lucha, su contexto, sus mártires y victorias. Pero todo empezó, de algún modo, en ese rincón improbable donde una mujer de 90 años dijo “sí” con una boleta.
Rita Ribeira no escribió libros ni encabezó marchas. Caminó hasta una urna, votó y volvió a su casa. Pero su gesto quedó suspendido en el aire como una semilla que todavía florece.
Hoy, una placa recuerda: “Aquí votó por primera vez la mujer en Sudamérica.” Pero debería decir más:
“Aquí votó Rita Ribeira. Mujer. Negra. Noventa años. Y libre. La que nos enseñó que el voto no se ruega, se ejerce.”
Y si no lo escriben en mármol, que lo graben en el viento, en las paredes, en las venas de cada mujer que vota sin pedir permiso.
Porque aquel día, en un rincón sin monumentos, la historia no se escribió con tinta ni decreto: se escribió con el paso firme de una mujer vieja y libre, que con una sola boleta torció el rumbo de la historia.
Porque hay silencios que no se callan jamás.
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