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El Principito y Mafalda: Un viaje a lo esencial



Era una tarde gris, y como siempre, Mafalda estaba sentada en su banco habitual, con el rostro enérgico y pensativo, mientras miraba el horizonte. No le gustaba el clima; la tristeza del cielo nublado parecía contagiar su ánimo. Pero estaba acostumbrada, ya que sus pensamientos siempre tenían un tono de cuestionamiento profundo, por más que sus ojos se llenaran de sarcasmo. Era su forma de entender el mundo, entre risas y dudas existenciales.


De repente, un niño apareció frente a ella, con un cabello dorado que parecía brillar por sí mismo, como si llevara dentro la luz de las estrellas. Él no parecía un niño cualquiera; había algo en su presencia que se sentía distinto, algo que se escapaba del tiempo.


—¿Quién eres? —preguntó Mafalda, levantando una ceja, sin perder el filo de su ironía.

El niño sonrió, como si todo le fuera natural. Con una voz suave, pero profunda, respondió:

—Soy el Principito. Vengo de un planeta muy lejano, pero he viajado mucho, buscando respuestas. Creo que tú, como yo, te haces preguntas sobre el mundo.


Mafalda se cruzó de brazos, lo miró un momento y, con una mezcla de incredulidad y curiosidad, replicó:

—Ah, ¿un principito? Qué original. ¿Y qué preguntas te haces? ¿Qué hace un niño como tú recorriendo el universo buscando respuestas? Yo, en este planeta, me pregunto por qué los adultos siguen haciendo todo mal. ¿No te parece curioso?


El Principito se sentó junto a ella, sin perder su calma.

—Me pregunto por qué la gente se olvida de lo que realmente importa —dijo, mirando al frente como si las respuestas estuvieran flotando en el aire.


Mafalda soltó una risa sarcástica.

—¿Lo que importa? Los adultos se olvidan de eso porque están ocupados con cosas más importantes, como hacer dinero, pelear por el poder y… —hizo una pausa, buscando un ejemplo más cercano— comprar cosas inútiles. ¡Si tan solo pudieran preocuparse por las cosas realmente esenciales, pero no! Prefieren pelear por quién tiene el coche más grande. No sé, el mundo está patas para arriba.


El Principito la miró fijamente, como si realmente estuviera procesando lo que ella decía.

—¿Sabes lo que pienso? —dijo con ternura en su voz—. Que las personas no comprenden que lo esencial no se ve con los ojos. Están tan ocupadas persiguiendo lo que pueden tocar, comprar o acumular, que olvidan mirar más allá de lo superficial. Y al hacerlo, pierden aquello que realmente da sentido a la vida.


Mafalda arqueó una ceja, pensativa, pero sin soltar su tono mordaz.

—¿Lo esencial es invisible? ¿De qué hablas? O sea, ¿sería como cuando un adulto me dice "lo importante es ser feliz", pero no me dicen cómo? O mejor aún, "sé tú mismo", y no te explican cómo serlo en un mundo que te dice que seas lo que no eres.


El Principito sonrió ante el sarcasmo de Mafalda, pero su mirada se mantenía serena.

Lo esencial es lo que no se puede comprar ni vender. Es lo que sientes cuando ves una puesta de sol, o cuando tienes una conversación profunda con alguien que te entiende. Es lo que sientes cuando cuidas de algo o de alguien con el corazón, sin esperar nada a cambio. La gente olvida que la verdadera felicidad está en esos momentos pequeños pero inmensos.


Mafalda pensó en esas palabras y, por un segundo, algo dentro de ella se despertó. ¿Sería cierto que las pequeñas cosas podían tener tanto poder? Había escuchado tantas veces a los adultos hablar de "lo esencial", pero nunca lo explicaban tan claramente.

—O sea, ¿me estás diciendo que ser feliz no se trata de tener un buen trabajo, un montón de dinero y un celular nuevo cada seis meses? —preguntó, ahora con una mezcla de incredulidad y curiosidad genuina.


El Principito rió suavemente, como si entendiera completamente lo que pasaba por la mente de Mafalda.

—No, Mafalda. No se trata de esas cosas. Es más simple de lo que creemos. Se trata de encontrar paz en lo que tenemos, en lo que hacemos y en lo que somos. La gente busca la felicidad en cosas externas, pero cuando encuentras paz dentro de ti, te das cuenta de que la felicidad es algo que no depende de lo que posees.


Mafalda se quedó en silencio por un momento, mirando al niño con una mezcla de escepticismo y fascinación. Ella siempre había pensado que el mundo de los adultos, con todas sus reglas y contradicciones, era lo único que podía tener sentido. Pero ahora, el Principito le hablaba de algo diferente, algo más profundo. No lo entendía completamente, pero sentía que había algo ahí, algo que necesitaba explorar.


—A mí me parece que el mundo está perdido, ¿sabes? Hay gente que nunca va a entender lo que estás diciendo. La vida es un juego en el que nadie sabe las reglas, y todos estamos corriendo detrás de algo, sin saber qué. En mi barrio, la gente siempre quiere más, siempre está quejándose, pero nunca parece estar satisfecha. ¿Sabes qué pienso? Que no sé qué quiero, pero a veces siento que si todos nos sentáramos a conversar más y preocupáramos menos por tener siempre más, las cosas serían diferentes.


El Principito la miró, un poco sorprendido por la sinceridad de Mafalda, y sonrió levemente.

—Creo que entiendes más de lo que crees, Mafalda. Quizás no se trata de tenerlo todo, sino de aprender a disfrutar de lo que realmente importa. No todo el mundo tiene la respuesta, pero al menos, pueden empezar a preguntarse si lo que están persiguiendo es lo correcto.


Mafalda suspiró y se quedó pensativa, mirando el cielo que comenzaba a oscurecerse, como si el mundo estuviera en pausa, esperando una respuesta que ella aún no tenía. Algo en esas palabras del Principito le hizo cuestionar muchas de las cosas que daba por sentadas.

—Oye, no sé si te das cuenta, pero tú eres un niño muy raro. ¿Cómo puedes tener toda esta sabiduría? Yo sigo esperando encontrar algo de sentido a todo esto. Pero tal vez, tal vez, lo que me falta es entender lo que realmente importa.


El Principito asintió con una sonrisa, como si esas palabras significaran mucho más que una simple reflexión.

—La vida es un viaje, Mafalda. Y aunque no siempre tengamos las respuestas, lo importante es seguir buscando lo que realmente vale. No se trata de correr sin saber por qué, sino de caminar con los ojos abiertos, sin perder de vista lo que está frente a nosotros.


Mafalda se quedó mirando al Principito mientras él se levantaba para irse. Por primera vez, sintió que tal vez había algo más allá de las frustraciones cotidianas, algo que aún no había descubierto. No sabía qué, pero algo dentro de ella le decía que tenía que buscarlo.

—Bueno, bueno, no te vayas tan rápido, Principito —dijo Mafalda con una sonrisa irónica—. A ver si vuelves a explicarme eso de la felicidad.


El Principito se giró, levantó la mano y, antes de irse, dijo con una sonrisa:

—Claro, Mafalda. Y recuerda, lo esencial es invisible a los ojos.


Mafalda lo observó irse, sin saber si su encuentro había sido real o simplemente un sueño. Pero de alguna manera, sintió que había aprendido algo importante: quizás, tal vez, lo que buscaba no era lo que pensaba, sino lo que siempre estuvo ahí, invisible, esperando ser visto.


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