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Evita: La mujer que encendió el amor y el odio de un país

Actualizado: 4 jun


Dicen que tenía la voz de una actriz, la fuerza de un general y los ojos de una niña que jamás olvidó el hambre. Dicen también que su nombre aún divide plazas, que su tumba tiene más candados que flores, y que su sombra recorre la historia argentina como un susurro que no envejece.


Eva María Duarte nació el 7 de mayo de 1919 en Los Toldos, provincia de Buenos Aires. Hija ilegítima de Juan Duarte y Juana Ibarguren. Desde niña conoció el desprecio: la escuela donde no la nombraban, las monjas que la señalaban, los salones donde nunca fue bienvenida. A los 15 años, con una valijita y la dignidad entera, tomó un tren rumbo a Buenos Aires. No sabía cómo, pero lo sabía todo: iba a torcerle el cuello al destino.


Fue actriz de radioteatro, modelo, actriz de cine. Su voz sonaba fuerte en Radio Belgrano. Pero no sería la ficción la que la haría inmortal.


En enero de 1944, en un acto por las víctimas del terremoto de San Juan, conoció a Juan Domingo Perón, coronel y secretario de Trabajo. Se casaron el 22 de octubre de 1945, días después del 17 de octubre, cuando el pueblo inundó la Plaza de Mayo para exigir la liberación de Perón. Desde entonces, Evita no fue más una figura radial: fue la garganta de los que nunca habían hablado.


Cuando Perón asumió la presidencia en 1946, Eva Duarte se convirtió en Evita. No fue una primera dama decorativa. Fue ministra sin despacho. Sindicalista sin gremio. Santa sin altar. Y también fue herejía.


A la aristocracia no le molestaba que ayudara a los pobres. Le molestaba que lo hiciera con poder. Que se sentara en escritorios oficiales. Que hablara con llanto, con rabia, con promesas. Que usara trajes ceñidos y juramentos de justicia. Que desobedeciera las formas.


“Mi gloria es y será siempre el escudo de los humildes, la bandera de los trabajadores y el látigo de los traidores.”


En 1948, fundó la Fundación Eva Perón, que en cinco años construyó más de 1.000 escuelas, 5 hospitales, hogares para madres solteras, ancianos y niños. Distribuyó ropa, alimentos, prótesis, colchones. No lo hizo desde un escritorio. Lo hizo desde la piel.


Cada mañana recorría la Fundación. Sin maquillaje. Con libreta en mano. Se sentaba frente a madres con mirada rota. A veces, acariciaba una mejilla. A veces, lloraba con ellas.


“El dolor de los humildes es mi propio dolor”, decía. Y no era una metáfora.


Una vez, una mujer que había escrito insultándola pidió ayuda. Evita la atendió igual. Le dio lo que necesitaba. Y al despedirla, le dijo:—La dignidad no se exige. Se demuestra.


En 1947, lideró la Gira del Arco Iris por Europa. Visitó España, Italia, Francia. Franco la adoró. La prensa europea la destripó. A su regreso, logró algo más importante: el voto femenino, sancionado el 23 de septiembre de 1947. Ese derecho fue conquista legal y también política. Fundó el Partido Peronista Femenino, con más de 3.600 unidades básicas. En 1951, 23 mujeres llegaron al Congreso. El Estado nunca volvió a ser cosa de hombres solos.


“La mujer debe votar. La mujer debe decir su palabra. La mujer debe ser libre.”


No hablaba de feminismo. Lo practicaba.


En 1951, Perón quiso que fuera su vicepresidenta. La Plaza de Mayo rugía: “¡Evita, Evita!” Pero el Ejército y la Iglesia pusieron freno. Una mujer, tan popular, tan poderosa, era demasiado peligrosa para los hombres del orden. Evita renunció el 22 de agosto, llorando:


“Renuncio a los honores… pero no a la lucha.”


Tenía cáncer de cuello de útero. Apenas podía caminar. Dormía con morfina. Le dictaba su libro Mi mensaje en voz baja, como una oración. Perón le tomaba la mano. Ella apretaba fuerte. Ya no hablaba para ella: hablaba para el pueblo.


“Moriré. Pero no me rendiré.”


Murió el 26 de julio de 1952, a las 20:25.

Tenía 33 años.

El país se detuvo.


Más de dos millones de personas pasaron frente a su féretro. Algunas descalzas. Otras con bebés en brazos. Todas llorando como si se hubiera muerto una hermana. Una madre. Una parte de ellos mismos.


El historiador Félix Luna escribió:

“Ninguna mujer, ni antes ni después, conmovió al pueblo argentino como ella. Fue mito antes de morir, y mucho más después.”


La dictadura de 1955 robó su cadáver embalsamado.

Lo golpearon. Lo ocultaron. Lo enterraron bajo nombre falso en Italia. Evita fue perseguida aún muerta. Porque algunos cuerpos no se pudren: arden.


Fue devuelta recién en 1971, a Perón. Volvió al país en 1974. Desde entonces descansa en Recoleta, bajo placas blindadas, mármol, y flores marchitas.


La historiadora Julia Rosemberg dijo:

“Evita fue la única mujer que disputó el poder real dentro del Estado sin pedir permiso.”


Y Dora Barrancos agrega:

“Fue una protofeminista con acciones más audaces que muchas teorías.”


Después de muerta, la quisieron convertir en estatua, en consigna, en estampita. Algunos la usaron sin vivir como ella.

Pero su fuerza no está en el bronce.

Está en el barro.


“Yo no soy Eva Perón.

Soy el pueblo.”


Y ese pueblo no la olvida.


En los pasillos de hospitales.

En los comedores donde el guiso es una bendición.

En una estampita colgada junto a San Cayetano.


En una nena que juega en una villa de Lanús. La muñeca se le cae. Y ella dice:—No llores, Evita.

No sabe de historia.

Pero intuye.

Sabe que ese nombre protege.

Que arde.

Que abraza.


Puedes profundizar leyendo el libro: Mujeres que No Pidieron Permiso y Cambiaron la Historia: Un recorrido por las vidas de las rebeldes, pioneras y visionarias que transformaron el mundo. (Spanish Edition) Edición Kindle https://www.amazon.com/-/es/dp/B0FBSTJNDY/ref=sr_1_1


Bibliografía:

  • Eva Perón, Félix Luna, 1993, Editorial Planeta, Buenos Aires.

  • Evita. Jirones de su vida, Marysa Navarro, 2005, Editorial Sudamericana, Buenos Aires.

  • Evita. Mito y representación, Julia Rosemberg, 2015, Editorial Marea, Buenos Aires.

  • Evita. Esa mujer, Tomás Eloy Martínez, 1995, Editorial Planeta, Buenos Aires.

  • La Cárcel y los Sueños. El peronismo y la mujer, Dora Barrancos, 2002, Editorial Edhasa, Buenos Aires.

  • Mujeres que No Pidieron Permiso y Cambiaron la Historia, Roberto Claudio Arnaiz, 2022, Amazon Kindle Edition.


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