top of page
  • Facebook
  • Instagram
Buscar

Florencio Molina Campos: el Quijote del pincel criollo


Mientras en los ministerios se discutía qué prócer merecía otra estatua en bronce, Florencio Molina Campos dibujaba paisanos que no tendrían calles con su nombre, pero que vivirían para siempre en las cocinas de cada hogar. Lo suyo no fue el mármol ni la solemnidad. Lo suyo fue el alma popular puesta sobre papel, con tinta, humor y verdad.


Nació un 21 de agosto de 1891, en una Buenos Aires que aún olía a empedrado húmedo, a querosén, a patio con aljibe. Su cuna fue cómoda, pero sus pasos lo llevaron al barro. En lugar de quedarse en la avenida del progreso, tomó el atajo hacia los campos: galpones, fogones, cuentos de aparecidos, guitarras desafinadas y el perfume áspero de la leña quemada. Allí escuchó, y al escuchar, empezó a ver.


Molina Campos no pintó lo que estaba de moda: pintó lo que el país prefería esconder bajo la alfombra del progreso. Mientras el gaucho era transformado por la literatura oficial en un mártir o un prócer domesticado, él lo devolvió al barro: desprolijo, risueño, agudo, entrañable. No lo idealizó. Lo abrazó con tinta.


Cada uno de sus personajes parece salido de una historia contada en voz baja, después del asado. Gauchos con bombachas como bolsas, caballos con cara de resignación, paisanas de moño y sonrisa torcida. No eran caricaturas: eran biografías en una sola expresión. Y lo que parecía risa era, en verdad, resistencia.


Porque reírse de uno mismo no es debilidad: es coraje. El gaucho de Molina no galopa. Aguanta. Se burla del destino, del patrón, de la pobreza. Se ríe con los dientes que le quedan y el corazón entero. Ese humor no era un adorno: era una trinchera. Cada trazo suyo era un manifiesto disfrazado de broma.


En una Argentina que se modernizaba a golpes de ferrocarril, donde el criollo real empezaba a desaparecer bajo el alambre y la exportación de carne, Molina Campos fue el último en dibujar esa cultura antes de que se convirtiera en souvenir. Entre 1931 y 1945, sus ilustraciones para los almanaques de Alpargatas llegaron a cada cocina. Estaban junto al retrato de Gardel, del Papa o de San Cayetano. Era arte sin permiso. Cultura sin solemnidad. Poesía en patas largas.


Los críticos lo ningunearon. "Folklorista", decían, como si eso fuera insulto. Mientras Xul Solar buscaba el cosmos en el tarot y Pettoruti perseguía la luz entre diagonales platenses, Molina andaba entre madrugadas, montes y tranqueras, cazando una sonrisa chueca como quien encuentra oro en el fondo de un mate.


En 1942, Walt Disney lo convocó a Hollywood para colaborar en Saludos Amigos. Y allá fue. Poncho al hombro, carpetas bajo el brazo, y la certeza de que sus paisanos sabían más de la vida que todos los ratones de dibujos animados. En los estudios, les explicó cómo se mueve un caballo criollo, cómo camina un paisano, cómo se baila una zamba con los ojos antes que con los pies. Mucho del humor corporal de Goofy nació ahí: del trazo criollo de un argentino que hablaba con las manos.


Volvió con la misma humildad con la que se fue. No se dejó tentar por las luces ni el oro. Siguió dibujando. Siguió contando. Porque Molina no pintaba: narraba. Cada escena era una novela mínima. Cada rostro, una zamba muda. Y su mensaje era claro: "Este país también es esto. No lo olviden".


Murió en 1959. No dejó una escuela pictórica. Dejó algo más resistente: una manera de mirar. Una forma de entender que el humor, cuando nace del amor, es un acto político. Y que un pueblo que se ríe de sí mismo, sin perder la dignidad, es invencible.


Hoy, cuando todo se compra, se viraliza y se descarta con un clic, sus paisanos siguen ahí. En cada niño que corre entre gallinas. En cada guitarra que desafina con orgullo. En cada mate que pasa de mano en mano, con un cuento detrás. Porque Molina Campos no pintó el pasado: pintó lo que aún somos cuando nos miramos sin disfraces.


Y mientras exista un argentino que monte sueños sobre un recado viejo, que le silbe a la luna de adobe, que se ría con una historia de fogón, ahí —aunque no se lo vea— seguirá dibujando Molina Campos.


El Quijote del pincel criollo.




 
 
 

Yorumlar


¿Queres ser el primero en enterarte de los nuevos lanzamientos y promociones?

Serás el primero en enterarte de los lanzamientos

© 2025 Creado por Ignacio Arnaiz

bottom of page