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La amante del virrey: deseo y condena en tiempos de revolución

 

En el Buenos Aires convulso de comienzos del siglo XIX, donde las tertulias eran campos de batalla ideológica y el Río de la Plata comenzaba a agitarse con vientos revolucionarios, una figura femenina desentonaba con los patrones de discreción y obediencia que se esperaban de las mujeres. Era francesa, hablaba con acento afrancesado, leía a Voltaire, organizaba reuniones donde se discutía de política, literatura y filosofía, y, lo que no se perdonaba, era amante del virrey Santiago de Liniers. Su nombre era Ana Perichon, pero la historia la recordaría como La Perichona.


Nacida en la Isla de Francia (hoy Isla de la Reunión, departamento francés en el océano Índico) hacia 1770, Ana llegó al Río de la Plata alrededor del año 1800, cuando tenía aproximadamente 30 años. Viajó junto a su marido, Thomas O'Gorman, un comerciante irlandés dedicado a actividades de dudosa legalidad y con vínculos con los ingleses. Instalados en Buenos Aires, ella rápidamente se hizo notar por su elegancia, su cultura y su lengua afilada. Daniel Balmaceda, en su libro Romances turbulentos de la historia argentina, la define como "inteligente, desafiante, con una belleza extraña y una voluntad de hierro".


Vivían en una casona sobre la actual calle Venezuela, que se transformó en un salón de encuentros no solo culturales, sino también políticos. Allí, entre libros en francés y tazas de café, la Perichona sostenía tertulias donde se hablaba de Rousseau, de la Revolución Francesa y del destino del imperio español. El propio Liniers, francés como ella, encontró en Ana no solo una amante, sino una interlocutora intelectual y una figura de influencia emocional. Se veían con frecuencia, se escribían, y su cercanía se convirtió en escándalo público.


Buenos Aires apenas superaba los 40.000 habitantes; las calles eran de tierra, las casas bajas, y el poder se ejercía entre sacristías, cabildos y salones. En una ciudad donde las mujeres decentes evitaban las miradas públicas, y la élite criolla aún desconfiaba de todo lo que oliera a revolución francesa, Ana desentonaba como una nota disonante en un rezo.


Ana Perichon se transformó en amante del virrey Santiago de Liniers en un contexto íntimo y político que favorecía el vínculo. Ambos eran francófonos, cultos y con experiencia europea. Liniers, nacido en Francia, había servido en la marina española y había llegado al Río de la Plata como oficial. Ella, una mujer instruida, carismática y con ascendencia en los círculos ilustrados, halló en el virrey algo más que un hombre de poder: un par. La conexión fue inmediata. Según relata Daniel Balmaceda, lo que los unía no era solo la atracción física, sino largas conversaciones, sensibilidad compartida y un mismo idioma emocional e intelectual.


Respecto a su esposo, Thomas O’Gorman, los registros indican que su situación comenzó a deteriorarse políticamente. Acusado de colaborar con los ingleses durante las invasiones (algunos lo señalan como espía o contrabandista), su figura se volvió incómoda para las autoridades. Tras el rechazo social y político, Thomas fue desterrado hacia 1807, y nunca regresó. Este hecho dejó a Ana socialmente expuesta, pero también más libre de restricciones con respecto a su relación con Liniers.


A partir de entonces, su casa dejó de ser solo un salón cultural para convertirse en un espacio cargado de rumores, poder e intrigas. Algunos cronistas de la época insinuaban que Ana tenía más injerencia que los propios asesores del virrey. Según reseña José Luis Busaniche en su Historia argentina, en los círculos oficiales se murmuraba que decisiones importantes se tomaban después de una charla en casa de la Perichona. Si bien no hay documentos oficiales que lo prueben, la percepción de su influencia fue suficiente para convertirla en blanco del escarnio público.


Buenos Aires era una ciudad pequeña, y los murmullos corrían más rápido que los pregones. Que el virrey tuviera una amante ya era grave; que fuera extranjera, afrancesada y políticamente activa, era intolerable. Cuando Liniers perdió el poder tras el avance de las ideas patriotas y fue finalmente fusilado el 26 de agosto de 1810, Ana quedó expuesta. Su casona fue desmantelada, sus tertulias disueltas y su reputación arrastrada por los pasillos de la moral virreinal.


Según Balmaceda, la caída de Liniers fue también la caída de Ana: "Lo que se le castigó no fue sólo el amor, sino el atrevimiento de ser pública, de opinar, de estar en el centro de la escena sin permiso". Su amante fue ejecutado y ella, viuda en vida, fue enviada a un convento. Algunas versiones sostienen que fue confinada por presión de su familia; otras, que fue una forma de evitar represalias mayores.


Una frase atribuida a ella por la tradición oral —aunque posiblemente sea más leyenda que documento— sintetiza su rebeldía: “Prefiero ser odiada por decir lo que pienso que amada por bordar en silencio.”


Murió en 1831, en la misma ciudad que la había amado en secreto y repudiado en público. Su historia fue sepultada bajo las ruinas del poder virreinal. Pero su figura resurge hoy como símbolo de un deseo femenino que no pidió disculpas, de una mujer que no bordó en silencio.


En una época donde la virtud femenina se medía en silencio, recogimiento y obediencia, Ana Perichon rompió el molde: deseó, influyó, vivió. Y pagó el precio. Su nombre, aún hoy, evoca la tensión entre lo que una mujer puede sentir y lo que la historia le permite ser.

 

¿Por qué fue importante Ana Perichon en la historia argentina?


Ana Perichon, conocida como La Perichona, fue importante porque representó una figura femenina que desafió abiertamente los mandatos de género, clase y política en el Buenos Aires virreinal, en un momento clave de transformación histórica. Su importancia radica en cinco aspectos fundamentales:


  1. Transgresora del rol femenino tradicional:

    En una época donde las mujeres debían ser sumisas, devotas y relegadas al ámbito doméstico, Ana se destacó como una mujer culta, activa y con fuerte presencia pública. Organizó tertulias políticas y literarias en su propia casa, debatió ideas ilustradas y se atrevió a opinar en un mundo dominado por hombres.


  2. Figura de influencia política informal:

    Aunque no ocupó cargos ni empuñó armas, influyó en decisiones del virrey Santiago de Liniers, de quien fue amante e interlocutora intelectual. Muchos contemporáneos afirmaban que algunas decisiones del gobierno se discutían en su salón antes que en el cabildo. Fue una forma de poder no oficial, pero real, y por eso mismo, escandalosa para su tiempo.


  3. Símbolo de la tensión entre lo público y lo privado en la mujer:

    Su relación con Liniers generó escándalo no solo por ser un vínculo extramatrimonial, sino porque ella se exponía socialmente, hablaba, se mostraba, discutía. Representaba una amenaza a los límites impuestos a las mujeres en el espacio público.


  4. Ejemplo de represión y castigo social:

    Tras la caída de Liniers, Ana fue marginada, enviada a un convento y su casa fue cerrada. Su castigo no fue solo por ser amante, sino por haber ocupado un lugar central sin autorización masculina. Fue víctima de una sociedad que no toleraba a una mujer libre.


  5. Antecesora de las mujeres políticas y públicas:

    Aunque no fue revolucionaria en el sentido clásico, su vida anticipó el camino de muchas mujeres que más adelante lucharían por ocupar espacios de poder, pensamiento y decisión. Su figura permite pensar el deseo, la palabra y la influencia femenina como formas de acción histórica.

 

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