La primera píldora anticonceptiva:
- Roberto Arnaiz
- hace 15 horas
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Antes de que el mundo celebrara la libertad de amar sin miedo, hubo mujeres que sangraron en silencio para que otras pudieran decidir.
En el calendario del siglo XX hay fechas que no estallan con fuegos artificiales, pero hacen tambalear estructuras enteras. El 11 de mayo de 1960 fue uno de esos días. Era una píldora minúscula, pero contenía el sueño más grande: decidir. Decidir sobre el deseo, sobre el cuerpo, sobre el tiempo. Se llamaba Enovid, y prometía algo que, hasta entonces, había sido un lujo del azar: goces sin consecuencias, maternidad a elección, libertad sin condena.
Enovid funcionaba combinando altas dosis de estrógeno y progesterona sintética para inhibir la ovulación, engañando al cuerpo y haciéndole creer que ya estaba embarazado. Era una revolución farmacológica tan potente como peligrosa en sus primeras formulaciones.
Pero como en toda revolución mal contada, los cuerpos que la inauguraron quedaron fuera del relato. Mujeres pobres, negras, anónimas. puertorriqueñas que tragaron en silencio el futuro de otras. Haitianas que cargaron con el costo para que otras pudieran usarlo con deseo. Las convirtieron en conejillas de indias, sin consentimiento, sin explicaciones, sin beneficios. Sólo con el costo de sus efectos secundarios.
Gregory Pincus y John Rock, científicos vinculados a Harvard, habían desarrollado una pastilla capaz de detener la ovulación. Pero en Boston no encontraban suficientes voluntarias. Las pocas que aceptaban se retiraban al poco tiempo, hartas de los dolores, los sangrados, las náuseas. Entonces, hicieron lo que hace el poder cuando se queda sin recursos: bajaron la vista al sur. En Puerto Rico no había leyes que restringieran los anticonceptivos. Había, en cambio, miles de mujeres pobres con poca educación, sin posibilidad de negarse.
Las instalaron en Río Piedras. Reclutaron cerca de 1500 mujeres. Les ofrecieron esperanza, les ocultaron el riesgo. Tomaban pastillas con tres veces la carga hormonal que hoy consideramos segura. Muchas se enfermaron. El 22% abandonó el experimento. Ninguna fue compensada. Ninguna recibió luego las píldoras que ayudaron a crear. Sólo quedaron en el margen del progreso, como el trapo que se usa y se tira. (Fuente: Ronald Ávila-Claudio, BBC Mundo, 2023; Documental La Operación, Ana María García, 1982)
Mientras en laboratorios y territorios coloniales se seguía probando la seguridad y los efectos de la píldora, en los centros urbanos del norte global muchas mujeres ya comenzaban a usarla con confianza y supervisión médica. La historia oficial dirá que la píldora liberó a la mujer. Pero ¿cuál mujer? Mientras en Nueva York una joven universitaria podía tomarse una pastilla y planificar su carrera, en los barrios humildes de San Juan muchas otras sufrían sangrados, náuseas y miedo, sin saber que eran parte de un experimento. Mientras en París o Londres se hablaba de emancipación, en Puerto Príncipe las mujeres eran sometidas a prácticas médicas sin información ni consentimiento pleno.
Esa "liberación" fue selectiva, construida sobre los cuerpos de las olvidadas. Las feministas blancas de clase media celebraban la revolución del deseo, mientras en el Caribe y América Latina, otras mujeres eran forzadas a parir o a ser esterilizadas. No hubo revolución sin sacrificios, pero sólo algunas fueron llamadas heroínas.
Luis Miramontes, en México, había sintetizado por primera vez la progesterona oral en 1951. Sin su descubrimiento no habría habido píldora. Su invisibilización responde a una lógica colonial y racista que suele borrar las contribuciones del sur global en favor de las figuras académicas del norte. Fue un científico latinoamericano trabajando fuera del circuito de poder estadounidense, y eso bastó para relegarlo al pie de página de la historia oficial. Como tampoco aparecen las mujeres haitianas que participaron en ensayos clínicos sin acceso claro a la información y en condiciones de extrema vulnerabilidad.
Cuando la FDA aprobó Enovid, la maquinaria del marketing hizo el resto. En agosto de 1960 salió a la venta. En menos de cinco años, más de seis millones de mujeres la consumían. La revolución sexual había comenzado, pero no era para todas. La liberación llegaba con ticket de clase y pasaporte.
Años después, se alzarían voces para narrar lo que había sido callado. El documental "La Operación", de Ana María García, mostró testimonios de mujeres que ni siquiera sabían que participaban de una investigación. Lourdes Inoa, de Taller Salud, lo resume sin eufemismos: "Fueron usadas por ser pobres, negras, y sin instrucción".
La historia repite sus violencias. Hoy, mientras en Argentina se legaliza el aborto y se distribuyen anticonceptivos de manera gratuita, en Estados Unidos se retrocede. En junio de 2022, la Corte Suprema anuló el fallo Roe vs. Wade, eliminando el derecho constitucional al aborto y permitiendo que numerosos estados impusieran prohibiciones totales. Desde entonces, se han documentado múltiples muertes evitables y una creciente desigualdad en el acceso a la salud reproductiva, especialmente entre las mujeres de bajos recursos y las comunidades racializadas. Mientras tanto, en los suburbios de Haití, muchas de las mujeres que cargaron con el costo para la ciencia viven entre la violencia y el hambre, olvidadas.
En la Argentina también hubo oscuridades. En 1974, bajo el ala de José López Rega, se restringió el acceso a anticonceptivos. Se hablaba de "píldoras contra la familia". La represión alcanzaba hasta el deseo. Hubo que esperar a 2002 para que una ley garantizara salud sexual y reparto gratuito. Y en 2020, la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo terminó de inscribir una nueva etapa en la historia del cuerpo y la decisión.
La píldora no fue un milagro. Fue un experimento con cicatrices. Fue una revolución a medias. Pero también fue una puerta abierta. Hoy, al recordarla, no basta con celebrar su existencia. Hay que nombrar a quienes la hicieron posible con su silencio, con su dolor, con su sangre. Una de ellas, Ana, una joven madre de Río Piedras entrevistada años después, contó que solo quería dejar de tener hijos, pero nunca supo que su cuerpo formaba parte de un experimento. Su nombre no aparece en las placas conmemorativas. Pero su historia, como la de tantas otras, merece ser dicha.
Que la historia no se escriba sólo desde los laboratorios y las vitrinas de la ciencia. Que también se escriba desde los barrios pobres de San Juan, desde los pasillos de hospitales en Puerto Príncipe, desde los cuerpos que no fueron escuchados.
Porque la verdadera revolución sexual no empieza con una pastilla. Empieza cuando todas las mujeres pueden decidir, sin ser usadas, sin ser olvidadas.
Y esa historia, todavía, está en proceso. Que no nos gane el olvido. Que cada aniversario nos encuentre recordando nombres, exigiendo justicia, sembrando conciencia. Porque honrar el cuerpo de las que vinieron antes es el primer paso para defender el derecho de las que vendrán. Porque lo que se olvida, se repite. Y lo que se nombra, se repara.
Fuentes consultadas:
· Karina Felitti, La revolución de la píldora. Edhasa.
· Jonathan Eig, The Birth of the Pill. W. W. Norton & Company.
· Ronald Ávila-Claudio, BBC Mundo (2023).
· Documental La Operación (1982), Ana María García.
· FDA (Food and Drug Administration) Archives.
· Sociedad Química de EE.UU. / UNAM sobre Luis Miramontes.
· ProPublica, investigación premiada Pulitzer 2025 sobre muertes evitables por prohibición del aborto.
· Guttmacher Institute, estadísticas sobre salud reproductiva en EE.UU.
· Decreto Nº 659/74 del Boletín Oficial Argentino.
· Ministerio de Salud de la Nación Argentina, Programa de Salud Sexual y Reproductiva.

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