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Las espartanas y las mujeres modernas:

 La lucha eterna por ser titanes en un mundo de mortales:


Si alguien le dijera, amigo lector, que el feminismo no empezó con manifestaciones ni pancartas, sino con mujeres que levantaban pesas invisibles mientras cargaban el peso de un mundo hecho por y para hombres, ¿lo creería? Mire hacia atrás, a Esparta, y luego gire la mirada hacia las calles de nuestras ciudades modernas. Lo que verá no es muy diferente: mujeres que, sin clamar por el protagonismo, se enfrentan al caos con una determinación que haría temblar a los dioses.


Las espartanas, esas figuras de mármol con músculos bajo la piel y una voluntad de hierro, no pedían permiso para ser fuertes. Mientras sus hombres jugaban a la guerra, ellas entrenaban, dirigían los hogares, administraban las tierras y criaban a los futuros guerreros con frases que cortaban como cuchillos. “Vuelve con el escudo o sobre él”, decían. No era una consigna romántica, sino un recordatorio de que la grandeza se exige, no se mendiga.


Avancemos un par de milenios. Aquí estamos, en un mundo de cemento y pantallas luminosas, con mujeres que no portan lanzas, pero sí laptops, mochilas escolares, horarios ajustados y pesas en el gimnasio. Levantan sus hijos con una mano, el libro de estudios con la otra, y aún les queda fuerza para enfrentar las miradas cargadas de expectativas de una sociedad que sigue esperando que sean perfectas.


Es fácil caer en la trampa de idealizar el pasado o romantizar el presente. Pero la verdad, lector querido, es que tanto las espartanas como las mujeres modernas son el núcleo silencioso de una revolución continua. ¿Qué es la igualdad de género sino la capacidad de vivir plenamente sin pedir disculpas? Las mujeres de Esparta lo hacían en un mundo que las temía y respetaba. Las mujeres modernas lo hacen en un mundo que aún duda entre admirarlas o reducirlas.


Dígale usted, ¿qué diferencia hay entre una espartana que corría bajo el sol para templar su cuerpo y una mujer moderna que se levanta a las seis de la mañana para correr en una cinta antes de ir a la oficina? ¿O entre una madre que enseñaba a su hijo a enfrentar el filo de la espada y una que le enseña a enfrentar el filo de las palabras crueles en el patio de la escuela?


Podríamos decir que las espartanas inauguraron, sin saberlo, el camino hacia la igualdad de género. Fueron la semilla de algo que aún florece lentamente. Pero cuidado, porque lo suyo no era un discurso: era una forma de vida. Y es allí donde las mujeres modernas se les asemejan más. Ellas no hablan de sacrificio; lo encarnan. No predican sobre la fuerza; la demuestran.


Así que, la próxima vez que vea a una mujer que parece cargar el mundo sobre sus hombros, recuérdele que no está sola. Detrás de ella hay una línea interminable de espartanas y modernas, madres, trabajadoras, estudiantes, guerreras de mil frentes. Todas distintas, todas iguales, todas invencibles. ¿El futuro? Lo construirán ellas, con la misma fuerza que levantaron el pasado.



 
 
 

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