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Los F-16 y el país que siempre discute con el bolsillo roto

Hay gente que cada vez que la Argentina compra algo para defenderse levanta el dedo como si el país fuera un chico travieso agarrando un caramelo prohibido.


Pero lo que nadie dice —lo que nadie se anima a decir sin bajar la voz— es que durante años no hubo plata para aviones, pero sí hubo plata para comprar campos enteros a nombre de testaferros, estancias de película registradas a un hombre que decía ser jardinero del destino.


No hubo plata para radares, pero sí para rutas que no existían, hoteles vacíos con alfombras persas, y departamentos en Miami adquiridos por un chofer que, si uno lo escuchaba hablar, parecía haber descubierto el método científico de la multiplicación milagrosa.


Y mientras tanto, la Fuerza Aérea seguía mirando el cielo como quien mira un amor al que ya no puede volver.


La historia argentina —esa vieja maestra que nunca cobra el sueldo a tiempo— ya nos mostró lo que pasa cuando el Estado se queda sin colmillos: 1982. Nuestros pilotos fueron leones, pero muchos aviones eran fósiles volando con alambre, y aun así hicieron milagros.


Hoy llegan los F-16 y aparecen los profetas del apocalipsis diciendo que son viejos, que hay mejores, que son un Fiat 600 con alas. Pero comparemos con el mundo real, no con el catálogo de países ricos.


Los ingleses en Malvinas hoy


El Reino Unido mantiene en Mount Pleasant una base aérea de lujo para los estándares sudamericanos. Su pieza principal:


  • Eurofighter Typhoon

    • Velocidad: Mach 2

    • Alcance: ~2.900 km

    • Radar AESA

    • Misiles Meteor (200 km)


Son un martillo gigante para un clavo chico. Pero su mensaje es claro: “Las islas se defienden con dientes de acero”.


Los chilenos y su sombra alargada


Chile acumula poder aéreo desde hace décadas:


  • F-16 MLU

    • Alcance: ~1.600 km

    • Misiles AMRAAM

    • Radar modernizado

  • F-16 Block 50

    • Electrónica moderna

    • Misiles de última generación


Son alrededor de 40 F-16 operativos. Chile compra y calla. Y el silencio pesa más que los discursos.


¿Y nosotros?

Los F-16 argentinos no son Typhoon ni F-35, pero son aviones de verdad.


  • F-16 MLU modernizados

    • Alcance: ~1.500 km

    • Velocidad: Mach 2

    • Radar APG-66 mejorado

    • Capacidad AMRAAM


Hoy no teníamos Fuerza Aérea. Teníamos pilotos, pero no aviones.


Es preferible un F-16 de 30 años que vuela, a seguir financiando la geometría del saqueo nacional: campos de Lázaro Báez extendiéndose como manchas de aceite sobre la Patagonia, hoteles que jamás alojaron un alma viva, y departamentos en Florida comprados por manos que jamás deberían haber pasado de abrir la puerta del auto oficial. Esa es la verdadera comparación: entre un país que se defiende y un país que se deja robar hasta la dignidad.


La defensa no es un lujo. Es un seguro de vida, y también un acto de rebeldía contra décadas en las que se nos convenció de que la corrupción era paisaje, de que la patria era algo que se vendía por metro cuadrado al mejor postor.


El argentino se indigna cuando un vecino muestra los dientes, pero también se indigna cuando gastamos en tener los nuestros. La defensa es como los frenos del auto: si los necesitás y no los tenés, es demasiado tarde.


Con los F-16 no ganaremos una guerra contra Inglaterra, pero recuperamos algo perdido: capacidad disuasoria. En criollo: “No me jodan, puedo defenderme”.


La verdadera pregunta


¿Queremos ser un país serio o seguir jugando al carnaval de la ingenuidad? Mientras discutimos la pintura del avión, Chile entrena y los ingleses vuelan Typhoon sobre territorio que fue nuestro.


Los F-16 son un primer ladrillo, un acto de dignidad, un basta a la idea de que Argentina debe vivir desarmada esperando que el destino sea amable. Y el destino, como la historia, nunca perdona a los indefensos.


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