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LOS SOLDADOS DE MALVINAS: EL HÉROE QUE VOLVIÓ CON UNA SONRISA Y UN ROSARIO EN EL PECHO


 A veces la historia no está en los manuales. No se aprende de memoria ni se recita con solemnidad. Está en las calles, en una foto gastada, en los silencios de quienes vieron lo que nadie debería ver y aún así regresaron con la frente en alto.


La verdadera historia salta a la vista sin aviso, en una imagen en blanco y negro: la barba crecida, los ojos cargados de experiencia, y un rosario que cuelga sobre un pecho lleno de coraje. Es la cara de Daniel Sarti, un soldado argentino, que regresó del combate con la dignidad invencible y una sonrisa que aún hoy emociona.


Lo vemos en esa imagen famosa: la cara sucia, el pelo revuelto, el cuerpo agotado, y una expresión que transmite coraje, compañerismo y fe. No es una pose. Es la verdad que inspira. Una verdad que nos desafía, que nos recuerda quiénes somos y hasta dónde puede llegar el alma humana cuando la empuja el amor por la patria.


Sarti, como tantos, no tenía escrita en su vida la palabra “guerra”. Había hecho la conscripción en el Regimiento 3 de Tablada y lo habían dado de baja en noviembre del ‘81. Su plan era simple: tomarse el verano, empezar a estudiar Ciencias Económicas, construir su vida. Tenía novia, tenía proyectos, tenía esa frescura de los veinte años.


Pero el 2 de abril, cuando pasaba por el kiosco y vio los diarios con la noticia de la recuperación de Malvinas, supo lo que venía. A veces el corazón lo entiende antes que la cabeza. Todavía estaba en la reserva como “bajo bandera”. Volvió a su casa, esperó que llegara su viejo —sereno de un garaje— y le dijo con decisión: “No te preocupes, voy a volver. Con una pierna menos, si hace falta, pero vuelvo”.


Y volvió. Porque los hombres verdaderos cumplen su palabra. Parte de él quedó allá, sí, entre el viento helado y las madrugadas interminables. Pero lo esencial de su alma volvió más fuerte: la dignidad de haber estado donde había que estar, de haber resistido con honor. Y esa marca no fue cicatriz, sino faro. Porque supo convertir el dolor en testimonio, y la experiencia en fuerza.


A los pocos días, un jeep militar se detuvo frente a su casa. El llamado que ya intuía había llegado. En el cuartel lo despidieron sus padres, su novia, su historia anterior. Como en esas viejas películas donde el protagonista cruza una línea invisible que lo transforma para siempre.


Le dieron la ropa, el equipo, lo subieron a un avión. El 9 de abril entró al cuartel. El 11 ya estaba en Malvinas. Un día pensaba en qué hacer el sábado con su chica. Al otro ya estaba enterrado en una trinchera, con el fusil en las manos y el viento patagónico recordándole el valor de su juramento.


Lo que vino después fue una escuela de fraternidad. En Sapper Hill, al sur de Puerto Argentino, Sarti y su grupo resistieron durante veinte días. Veinte días de barro, frío, hambre, coraje y fuego cruzado.


La noche del 1º de mayo, vieron movimiento en la playa: barcazas inglesas intentaban desembarcar. Dieron aviso, se organizó la defensa y lograron hacerlos retroceder. Esa noche, el suelo argentino siguió siendo argentino gracias al temple de estos soldados.


Al día siguiente, como reconocimiento, bajaron a Puerto Argentino a bañarse. Exhaustos, tiznados, flacos, sus botas crujían sobre la gravilla húmeda mientras el olor a pólvora aún les flotaba en la ropa. Antes de entrar a ducharse, un fotógrafo los vio. Daniel, con esa chispa intacta, le pidió una foto. “Sacá acá”, le dijo. Quería que su novia supiera que seguía de pie. Que estaba vivo. Que seguía sonriendo.


En Buenos Aires, Gladys —su novia— compraba revistas buscando un rastro. El 9 de mayo, en una edición de Gente, ahí estaba él. Sonriente, con la barba crecida y el rosario colgando en el pecho. Vivo. La imagen que sostuvo su esperanza.


Durante semanas no tuvo noticias. Pero esa foto, ese instante, fue su oración.


Sarti también recuerda a uno de sus compañeros más admirados. Un héroe sin estridencias. Se llamaba Julio Rubén Cao. Era maestro. Tenía una esposa embarazada. El 12 de abril se presentó como voluntario.


Todos le pidieron que se quedara. Pero Cao respondió: “¿Cómo voy a mirar a mis alumnos a la cara si no voy a defender la soberanía de la patria?”. Y se fue. Y cayó el último día de la guerra, el 14 de junio, durante la batalla de Monte Longdon.


Partió como un maestro. Vivió como un ejemplo. Murió como un héroe. Como el correntino que rezaba en guaraní en la trinchera, o el jujeño que compartía su ración aunque temblaba de fiebre. Todos dejaron algo en esas islas.


El regreso fue también una muestra de amor colectivo. Llegaron al continente en barco. Puerto Madryn los recibió con pan, con lágrimas, con abrazos. Los vecinos rompieron el cerco y les llevaron comida.


Tanto fue el gesto que las panaderías se quedaron sin pan ese día. La memoria lo guarda como un acto de humanidad pura. Daniel vuelve todos los años a ese puerto. Agradece. Recuerda. Abraza. Porque allí, por un instante, la patria fue un abrazo que no se olvida.


En Buenos Aires, lo esperaban de noche. Pero el amor no espera en penumbras. Su padre y Gladys rompieron la ligustrina del alambrado para verlo.


“Cómo no voy a poder ver a mi hijo después de tanto tiempo”, gritó su viejo. El reencuentro fue entre lágrimas, pero también entre sonrisas. Porque Daniel estaba entero. Porque su historia apenas comenzaba.


Se casó. Tuvo una hija, Natalia. Que creció rodeada de tíos de alma: los compañeros de Malvinas. Porque el regimiento no se deshizo. Siguieron siendo una familia. Con silencios entendidos. Con abrazos sinceros. Con la hermandad que nace en las trincheras y dura toda la vida.


Daniel todavía no volvió a las islas. Pero se lo prometió a un compañero. Y en 2025 va a volver. Con los ojos llenos de historia. Con el alma serena. Para honrar a los que quedaron y abrazar con la mirada ese suelo que le marcó la vida.


Fue Natalia quien, entre las cartas del álbum del Mundial de Qatar, reconoció a su padre. Ese muchacho con rosario y sonrisa firme. Lo abrazó y comprendió.


Comprendió que su padre fue héroe cuando aún nadie hablaba de finales del mundo. En el álbum que cantó el país entero, no solo estaban Messi y la gloria reciente. También estaban ellos. Los que gritaron en silencio. Los que ganaron sin cámaras. Los que fueron héroes antes de ser noticia.


Natalia lo miraba de niña sin entender por qué su papá lloraba cada 2 de abril. Hoy lo entiende. Y lo honra. Porque sabe que no todos los héroes usan capas: algunos usan ponchos empapados de historia.


Por eso decidió homenajearlo. Porque los verdaderos campeones no levantan copas: levantan a los caídos. No besan medallas: abrazan causas. No gritan goles: defienden banderas.


Daniel Sarti no busca estatuas. Ni aplausos. Solo quiere que lo escuchen. Que no se olviden. Que sepan que allá, en las islas del sur, hubo miles como él. Verdaderos hombres. Soldados argentinos.


Con coraje, con amor, con lágrimas contenidas y la frente en alto. Que dieron todo. Y regresaron con el alma marcada por la gloria. Y esa gloria no se mide en medallas, sino en ejemplo.


Y nosotros, ¿qué hacemos con esa memoria? ¿La abrazamos como un legado vivo que nos impulsa a construir un país más digno, más justo, más agradecido? ¿O seguimos dándoles la espalda en la vida cotidiana?


Cuando miremos la foto de Daniel, pensemos en todos los soldados argentinos que volvieron con la guerra tatuada en el alma. Y también en los que no volvieron.


Honremos su entrega con hechos, con memoria viva, con justicia. Porque ellos siguen ahí. En cada ráfaga del sur. En cada bandera que flamea. En cada pan compartido. En cada carta, en cada rosario.


Y en cada corazón argentino que entiende lo que de verdad significa la palabra honor. Porque si alguna vez dudamos de lo que fuimos capaces como pueblo, miremos la foto de Daniel. No por nostalgia, sino por ejemplo. Allí está todo: la patria descalza, el frío hecho oración, y una sonrisa que no se rinde. Y nosotros, los que heredamos su coraje, solo tenemos una tarea: merecerla.

 

Bibliografía consultada

·  Infobae. (2023). Daniel Sarti, el soldado de la foto en la trinchera de Malvinas: “Me dijeron que no me iban a reconocer ni con una pierna menos, pero volví”. Disponible en: infobae.com

·  Revista Gente (1982). Edición especial sobre la Guerra de Malvinas. Buenos Aires, Argentina.

·  Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas e Islas del Atlántico Sur. (2020). Julio Rubén Cao: Maestro y héroe en Malvinas. Registro oficial de caídos.

·  Lorenz, Federico. (2007). Las guerras por Malvinas. Buenos Aires: Edhasa.


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