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Macacha Güemes: la espía del norte que vencía sin disparar

Actualizado: 11 jul


 


Al norte del país, donde las fronteras eran de polvo y los ejércitos de pueblo, una mujer tejía la independencia con armas invisibles: la información, el coraje, la astucia.


El norte argentino no era solo un escenario secundario: era el muro de contención ante el avance realista desde el Alto Perú. Si Salta caía, Buenos Aires quedaba expuesta. Allí, en esa tierra áspera y desafiante, la guerra no se libraba solo con sables: se luchaba con inteligencia criolla, astucia de pueblo y redes invisibles.


María Magdalena Dámasa Güemes de Tejada, más conocida como Macacha Güemes, nació en Salta, el 11 de diciembre de 1787, en el seno de una familia criolla con fuerte arraigo local. Su padre, Gabriel de Güemes Montero, fue un funcionario de la administración colonial y teniente de gobernador de Salta; su madre, Magdalena de Goyechea y la Corte, provenía de una familia tradicional.


Creció en una casa de altos, en la misma ciudad donde el barro se mezclaba con la pólvora y las tertulias con la resistencia. Tuvo cinco hermanos, entre ellos el más famoso: Martín Miguel de Güemes, con quien compartió no solo la sangre, sino la causa.


Su formación fue poco común para una mujer de su tiempo: sabía leer y escribir, estaba al tanto de los debates políticos y culturales de la época, y asistía a tertulias donde se discutía el destino del virreinato. Fue educada en un ambiente de ideas ilustradas y patrióticas, que marcaron su accionar futuro. No fue solo hermana de un héroe: fue parte activa del entramado político y militar del norte argentino.


Desde muy joven, supo que el poder también podía ejercerse entre tazas de té y costuras. Organizó una red de inteligencia llamada “Las Bomberas”, formada por lavanderas, sirvientas, viudas, jóvenes damas de salón e incluso niñas. La llamaban así porque apagaban incendios… pero con información.


Las Bomberas espiaban reuniones, infiltraban cartas, escuchaban en las pulperías y transmitían datos clave en el dobladillo de una pollera, en el fondo falso de una cesta de pan, en una carta perfumada con tinta invisible. Oficiales realistas fueron derrotados una y otra vez sin entender cómo los gauchos de Güemes sabían cada movimiento antes de ejecutarlo. Algunos hablaban de brujería. Otros, de traición interna. Nadie imaginaba que eran mujeres las que estaban demoliendo su ejército desde adentro (Lucía Gálvez, La mujer en la historia argentina).


Gracias a los informes de Las Bomberas, Güemes evitó emboscadas, interceptó suministros enemigos y desarticuló planes militares antes de que se ejecutaran (Gálvez).


Entre las integrantes más destacadas de esta red se encuentran Andrea Zenarruza, una joven de familia acomodada que transmitía mensajes en abanicos cifrados; Gertrudis Medeiros, que operaba como mensajera desde los campamentos patriotas; Francisca Borja, que trabajaba como criada en casas realistas y entregaba los informes a la red; y Candelaria Vega, una lavandera que enterraba misivas en el lodo de las acequias. Todas ellas, bajo la coordinación de Macacha, transformaron a Salta en un campo minado para los realistas.


Macacha no solo dirigía esa red. También hacía política. En 1813, mientras su hermano Martín Miguel enfrentaba al ejército de Tristán en la Batalla de Salta, ella gestionaba la logística de los patriotas, atendía heridos, negociaba recursos, mandaba espías y coordinaba emboscadas desde la ciudad. José de San Martín quedó impresionado con su eficiencia: “Esas mujeres del norte valen un ejército”, escribió (Carlos Ibarguren, Vida de Güemes).


En 1816, mientras en Tucumán se firmaba el acta de independencia, Macacha sostenía la gobernabilidad en Salta. Intervenía en la designación de jefes milicianos, mediaba entre facciones internas y mantenía contacto directo con Buenos Aires, ejerciendo un poder que muchos hombres no se atrevían a disputar. Se la llamó “la ministra sin cartera”, porque decidía sin títulos. En 1819, con el país al borde de una guerra civil, ella fue quien propició el Pacto de Cerrillos entre su hermano y Rondeau, evitando una batalla entre patriotas (Ibarguren). El pacto fue clave: evitó una guerra fratricida que habría fracturado la causa independentista (Lucía Gálvez).


Pero el enemigo no siempre usaba uniforme. En junio de 1821, un grupo de traidores locales, alentados por intereses oligárquicos, atentaron contra Martín Miguel de Güemes mientras dormía. Macacha acudió de inmediato. Intentó salvarlo, lo llevó a la Cañada de la Horqueta, donde agonizó diez días. El 17 de junio, murió. La muerte no vino desde Lima, sino desde el salón colonial.


Pocos días después, Macacha fue arrestada junto a su madre. El poder local creyó que, sin su hermano, ella era inofensiva. Se equivocaron.


El 22 de septiembre de 1821, estalló en Salta la llamada Revolución de las Mujeres. Lavanderas, vendedoras, esposas de gauchos, viudas, mujeres de pueblo tomaron las calles. Se unieron a los infernales, los temibles jinetes del Valle Calchaquí, y sitiaron la ciudad. El pueblo exigía la liberación de Macacha. Los gritos se oían hasta la plaza: —¡Macacha libre o nadie manda!


La revuelta fue espontánea, popular y feroz. Mujeres como Ignacia de Zavala, María Ignacia Lemos y Rosa Castellanos encabezaron las concentraciones frente al cabildo. Se enfrentaron a las fuerzas del gobernador Cornejo, rompieron cerrojos, golpearon puertas y bloquearon el mercado. La rebelión fue tal que Cornejo huyó, y el patriota José Ignacio Gorriti asumió el poder. Macacha fue liberada, sin una herida. Esa escena fue más poderosa que cien proclamas. Una mujer, liberada por un pueblo en armas. No por decreto, sino por justicia popular.


Terminada la guerra, Macacha no pidió nada. Pero no se retiró. Fundó en 1856 una escuela para niñas, convencida de que la verdadera revolución comenzaba con la educación. En 1863, creó la Sociedad de Beneficencia de Salta, desde donde ayudó a mujeres pobres, viudas de guerra y niñas huérfanas. La Sociedad brindaba alimentos, ropa y educación básica a más de cien mujeres y niñas, sostenida por donaciones de comerciantes locales y veteranos de guerra.


Murió en Salta, el 7 de junio de 1866, sin riquezas, sin homenajes. Pero en cada acción que se hace con inteligencia y valentía, está su legado.


En 2020, fue finalmente reconocida como heroína nacional por la Ley N.º 27.574. Tarde, pero llegó el bronce.

 

Macacha Güemes.

Espía sin pistola.

Diplomática sin palacio.

Heroína sin uniforme.

Fue madre de la red invisible que permitió resistir.

Fue la voz de su hermano cuando ya no hablaba.

Fue la mano que hiló la historia… en secreto.

Porque si Güemes fue lanza, Macacha fue inteligencia.

Y sin inteligencia, ninguna lanza acierta.


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