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El currículum que conquistó Milán


Todos los días la misma historia: cómo escribir un currículum sin parecer desesperado ni un soberbio. Cómo resumir una vida de intentos, esfuerzos, caídas y levantadas en una hoja A4. Cómo mostrar que uno vale, aunque no tenga diplomas colgados como cuadros en la pared. Pensar que hace quinientos años Leonardo da Vinci también estaba en la misma. Y no con LinkedIn ni con asesor de imagen: con pluma, tinta y una idea brillante.


En 1482, plena efervescencia renacentista, nuestro Leo necesitaba trabajo.


¡Trabajo! Ese monstruo de siete cabezas que nos persigue hasta en sueños. Y el buen Leonardo, que ya pintaba con luz y diseñaba con el alma, tuvo que agarrar la pluma y escribirle a Ludovico Sforza, el Moro, gobernador de Milán. Le mandó una carta. Pero no una de esas de "Estimado, me postulo a la vacante...". No. Le mandó un despliegue de ingenio, autoestima sin arrogancia, y una exposición de talentos que haría llorar de envidia a cualquier reclutador moderno.


"Ilustrísimo señor mío..." arranca la cosa, con una cortesía que ya te envuelve. Leonardo promete revelar sus secretos. ¡Sus secretos! Nada de "me considero proactivo y con buena disposición para el trabajo en equipo". Leonardo sacaba las cartas fuertes desde el primer párrafo. Diseñaba puentes livianos y fuertes, capaces de salvar ríos y desmontarse como piezas de Lego medieval. Sabía hacer armas, catapultas, cañones que tiraban piedras como granizo maldito. Hasta tenía en mente una especie de tanque de guerra con ruedas y corazón de acero. En pleno siglo XV, el tipo ya pensaba en vehículos blindados. Y no con fotos truchas de Google, sino con bocetos y todo.


Aquí va un fragmento textual de ese histórico documento:


"Poseo métodos para construir puentes muy ligeros y resistentes, fácilmente transportables, que permiten avanzar o retirarse con rapidez. También puentes seguros, resistentes al fuego y al combate, fáciles de montar y desmontar. Sé además cómo incendiar y destruir los del enemigo."


Y no se detuvo ahí. En otro pasaje agrega:


"Construiré carros cubiertos, seguros e inexpugnables, equipados con artillería, que penetrarán entre las filas enemigas sin que ni el ejército más numeroso pueda detenerlos."


¡El primer tanque de guerra en la historia de la humanidad! Y vos, que te peleás con el Excel.


Este texto forma parte de la famosa carta de Leonardo da Vinci dirigida a Ludovico Sforza hacia 1482. El documento se encuentra en el folio 1082 frontal del Códice Atlántico, conservado en la Biblioteca Ambrosiana de Milán. Es una recopilación monumental de escritos y dibujos del genio florentino.


Y por si fuera poco, el hombre también te diseñaba el jardín, te canalizaba el agua, te pintaba la capilla y te esculpía al padre difunto en bronce inmortal. Todo eso en una sola hoja. Porque Leonardo no tenía tiempo para entrevistas por Zoom. Él te daba la solución, el diseño y la demostración en el patio de tu casa. "Si alguna de estas cosas parece imposible... la demostraré en su parque", escribe. Una especie de "déjeme mostrarle" de hace 500 años.


Y aquí estamos nosotros, cinco siglos después, intentando no parecer desesperados por tener un peso para vivir. Que si el diseño es minimalista, que si la tipografía es muy corporativa. Mientras tanto, Da Vinci, con tinta y genio, te armó un currículum que hoy seguiría siendo efectivo. Nada de datos irrelevantes ni de "cursos en proceso". El tipo te vendía una promesa de futuro con pruebas, con utilidad concreta, y con un tono humilde pero firme.


Porque Leonardo era artista, sí, pero sabía que para vivir del arte había que ganarse primero el favor de los poderosos. Y no se tiraba flores con sus cuadros: los ponía al final, como guinda de un pastel que ya había deslumbrado con máquinas de guerra y estrategias de asedio.


Y uno lo piensa... Si hasta Da Vinci tuvo que armarse su CV para ganarse el pan, ¿qué nos queda a nosotros, pobres mortales que con suerte sabemos usar Excel sin que explote?

Y gracias a esa hoja escrita con tinta y talento, Leonardo vivió veinte años bajo el mecenazgo de los Sforza, en la ciudad que se convirtió en su laboratorio de ideas y obras inmortales. Allí pintó la Última Cena y la Virgen de las Rocas. Pero todo empezó con una carta. Con una hoja. Con una idea bien escrita.


Así que la próxima vez que estés dándole vueltas a tu CV, pensá en Leonardo. Pensá en ese genio universal que también tuvo que venderse sin venderse, convencer sin gritar, mostrar sin presumir. Y entendé que no se trata solo de lo que hiciste, sino de lo que podés hacer. Y si tenés que escribir que sabés construir puentes y destruir los del enemigo, hacelo con estilo. Como lo hizo Leo. Y que el mundo tiemble.


PD: Si querés ver la carta original, está en el Códice Atlántico, folio 1082. No se imprime ni se manda por mail, pero te vuela la cabeza igual.


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