top of page
  • Facebook
  • Instagram
Buscar

Mando y liderazgo: entre la orden y el ejemplo


Amigo, no se engañe. Mandar y liderar no son lo mismo. El que manda puede hacerlo desde un escritorio, a los gritos, con un sello o un uniforme planchado. El que lidera no necesita levantar la voz: basta con que se dé vuelta, y detrás de él hay veinte hombres dispuestos a dejar la vida. Esa es la diferencia. Y de esa diferencia depende la suerte de los pueblos, de los ejércitos y de cualquier organización que se diga seria.


Piense en lo cotidiano: cualquiera puede mandar a su hijo a ordenar la pieza. El padre dice: “¡Ordená ya mismo!” y el chico, a regañadientes, lo hace. Eso es mando. Pero cuando ese mismo chico ve que su padre se levanta temprano, trabaja, respeta y da el ejemplo, entonces no necesita que le griten: ordena porque quiere, porque entiende, porque confía. Eso, amigo, es liderazgo.


El mando se apoya en la estructura. El liderazgo en la persona. Y cuando se combinan, cuando la autoridad formal se une con la autoridad moral, entonces aparece el verdadero conductor. El que no necesita explicar demasiado porque todos saben que su palabra vale más que un código entero.


Ahora bien, tanto el mando como el liderazgo pueden ser naturales, nacer de la personalidad de un individuo, pero también se aprenden, se desarrollan y se perfeccionan con la experiencia. Nadie nace sabiendo mandar ni liderar: se aprende en la práctica, en el error y en la corrección. El mando, por más desconsiderado que sea, debe ser lógico, comprensible y posible de cumplir. Porque no hay peor manera de arruinar la autoridad que dar órdenes absurdas o imposibles. Y el liderazgo, aunque puede nacer de un carisma innato, se cultiva con el ejemplo diario, con el dominio de sí mismo y con la inteligencia emocional que se ejercita como un músculo.


Mandar es simple. Es dar una orden. “Haga esto”, “mueva aquello”, “avance allá”. Desde la caverna, el más fuerte decía: “Sal a cazar”, y el débil obedecía. Eso fue mando. El mando está en todas partes: en el ejército, en la oficina, en la escuela. Pero tiene un límite: sin liderazgo, el mando se vuelve pesado, obedecido a medias. Nadie da la vida solo por una orden.


Liderar es otra cosa. Liderar no es gritar ni imponer: es convencer. Es tener autoridad moral. Es que los demás te sigan aunque no les convenga, aunque cueste, aunque tengan miedo. El liderazgo se gana con el ejemplo. El líder que enciende fuego en el pecho de sus hombres con una sola mirada no necesita repetir dos veces la orden.


Alejandro Magno iba adelante en la carga y compartía el frío. Napoleón recordaba nombres de sus soldados. San Martín cruzaba los Andes comiendo lo mismo que sus hombres. Belgrano, abogado metido a general, sacrificó su fortuna para vestir y educar a sus tropas.


Artigas encarnó un liderazgo moral que traspasaba fronteras y sembraba respeto en cada pago. Mujica, en tiempos modernos, lideró con austeridad y ejemplo, mostrando que la coherencia puede ser más fuerte que mil discursos. Gandhi, sin un ejército, derribó un imperio con la fuerza de la convicción. Mandela salió de la cárcel sin rencor y guió a su país hacia la reconciliación. Ese es el secreto: el liderazgo inspira porque se funda en la coherencia.


Y aquí vale otro contraste: Trump, mando fuerte. Su poder se basa en la imposición, en el ruido, en la estructura formal. Puede arrastrar por miedo o interés, pero su liderazgo es discutido porque no convence a todos, solo a su tribu. Mandela o Gandhi, en cambio, líderes sin necesidad de gritar: arrastraron al mundo con dignidad y serenidad, uniendo donde otros hubieran dividido.


La historia muestra que el mando sin liderazgo lleva al fracaso. Rondeau en el Ejército del Norte tenía el mando, pero no el liderazgo. Sus soldados lo obedecían por jerarquía, no por convicción. En cambio, Belgrano, sin galones de carrera, los llevó a la victoria en Tucumán y Salta porque lo seguían de corazón. Güemes jamás tuvo un mando formal sobre todo el norte, pero su liderazgo era tan fuerte que los gauchos se levantaban con solo escuchar su nombre.


Cuando alguien manda sin liderar, aparece la tiranía. El poder se vuelve frío, sin alma. La gente obedece por miedo, pero a la primera oportunidad traiciona.


Cuando alguien lidera sin mando formal, puede arrastrar multitudes: Gandhi con su resistencia pacífica, o, en el extremo opuesto, ciertos demagogos capaces de incendiar pueblos con discursos huecos. Porque cuidado: no todo liderazgo es bueno. El mismo fuego que enciende la esperanza puede también arrastrar a la ruina. El carisma puede construir o destruir.


El conductor verdadero une las dos cosas: mando y liderazgo. Clausewitz decía que el genio militar combinaba valor, juicio y carácter. Sun Tzu escribía que el general debía ser sabio, sincero, humano, valiente y estricto. Y hoy podríamos agregar algo que ellos no mencionaron pero que resulta fundamental: la inteligencia emocional.


Porque no basta con mandar ni con inspirar: el buen conductor debe comprender las emociones propias y ajenas. Debe regular su ira, mostrar empatía, reconocer cuándo la tropa está exhausta y cuándo puede exigir un esfuerzo más. San Martín lo entendió al ordenar el descanso antes de cruzar la cordillera. Mandela lo aplicó al perdonar a quienes lo habían encarcelado. Un jefe sin inteligencia emocional podrá mandar, pero jamás liderará.


El mando está en los reglamentos, el liderazgo en los corazones. Y los corazones, amigo, no se conquistan con gritos ni con decretos: se conquistan con respeto, con ejemplo, con justicia.


Y usted, lector, ¿a quién seguiría? ¿Al que grita órdenes desde un escritorio con olor a tinta y café frío, o al que se moja en la tormenta con su gente?


No crea usted que esto es cosa de próceres. Mando y liderazgo están en todas partes. En la fábrica, el jefe que controla con planillas manda, pero no lidera. El que escucha y acompaña, lidera. En la escuela, el profesor que castiga manda, pero no lidera. El que enciende curiosidad, lidera. En la política, el gobernante que amenaza manda; el que inspira confianza, lidera.


La diferencia se nota en el resultado: el mando logra obediencia; el liderazgo, compromiso. Uno consigue que las cosas se hagan; el otro, que se hagan con ganas.


Amigo, mandar es fácil, liderar es difícil. Cualquiera con un cargo puede mandar. Solo los que tienen coherencia, sacrificio y coraje pueden liderar. Y cuando un pueblo tiene la suerte de contar con quienes mandan y lideran al mismo tiempo, ese pueblo escribe páginas gloriosas. Pero cuando los que mandan carecen de liderazgo, lo único que escriben son páginas de vergüenza.


Al final, el mando puede comprar obediencia. El liderazgo conquista corazones. Y la historia no recuerda a los que dieron órdenes. La historia recuerda a los que lograron que otros quisieran cumplirlas.


¿Y usted, cuando le toque, se contentará con mandar… o será capaz de liderar?


Próximamente daremos una Master Class sobre el Arte de Mandar, donde profundizaremos estas ideas con ejemplos históricos, herramientas prácticas y reflexiones actuales. Lo invitamos a participar: será una oportunidad única para comprender cómo se construye el mando verdadero y cómo se convierte en liderazgo que inspira.



 

 

Bibliografía:

·       Clausewitz, Carl von. De la guerra. Editorial EDAF, 2006, Madrid.

·      Sun Tzu. El arte de la guerra. Editorial Alianza, 2005, Madrid.

·      Mitre, Bartolomé. Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina. Editorial Estrada, 1947, Buenos Aires.

·    Mandela, Nelson. El largo camino hacia la libertad. Editorial Aguilar, 1994, Johannesburgo.

·        Mujica, José. Una oveja negra al poder. Editorial Debate, 2014, Montevideo.

·       Goleman, Daniel. Inteligencia emocional. Editorial Kairós, 1996, Barcelona.

·        Reglamento de ejercicio del mando del Ejército Argentino.


ree

 
 
 

Comentarios


¿Queres ser el primero en enterarte de los nuevos lanzamientos y promociones?

Serás el primero en enterarte de los lanzamientos

© 2025 Creado por Ignacio Arnaiz

bottom of page