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Superhombre o Esclavo: La Elección que Nadie Quiere Hacer

 

Este texto no es un sermón ni un manifiesto. Es un análisis y una interpretación de las ideas de Friedrich Nietzsche. No pretendo hablar en su nombre ni convertir sus palabras en dogma. Pero sí quiero llevar sus conceptos al mundo moderno, sacudir el polvo de las páginas filosóficas y preguntar: ¿qué pasaría si Nietzsche viera en qué se ha convertido la humanidad?


Imagínate una plaza en Europa, finales del siglo XIX. La gente camina sin prisa, absorta en sus asuntos. Unos niños juegan cerca de una fuente, un comerciante discute sobre precios, una pareja se susurra promesas de amor eterno. Entonces, de pronto, un hombre de bigotes de sable y mirada ardiente sube a un banco y grita:


“¡Dios ha muerto!”

Silencio.

Algunos se ríen nerviosos. Otros lo insultan. Los más piadosos hacen la señal de la cruz. Pero unos pocos, los menos, sienten en el fondo del pecho que esa frase acaba de cambiarlo todo.

Ese hombre es Friedrich Nietzsche y no está celebrando la muerte de Dios. Está anunciando una tragedia. Dios no ha muerto porque lo hayan asesinado, sino porque la humanidad ya no lo necesita. Las iglesias aún están de pie, pero están vacías. La fe ha sido sustituida por la ciencia, la razón y el progreso. Pero si Dios ha muerto, ¿quién lo reemplaza?


La humanidad no puede vivir sin un eje, sin un propósito, sin una brújula que le diga qué es lo bueno, qué es lo malo, a qué aspirar y qué temer. Antes, la divinidad dictaba las normas, otorgaba sentido, daba dirección a la existencia. Ahora, ese trono está vacío.


Nietzsche temía que, sin un nuevo ideal, los hombres se hundieran en el nihilismo, en la ausencia total de sentido. Por eso, propuso un heredero: el Superhombre, el individuo que se reinventa a sí mismo, que crea su propio sistema de valores sin depender de dioses, iglesias o morales impuestas. Un ser que no ruega por sentido, sino que lo crea.


Pero el Superhombre nunca llegó. En su lugar, surgieron impostores. Dios fue reemplazado, sí, pero no por el hombre fuerte y libre, sino por una colección de ídolos de barro.


El dinero, la fama, la opinión pública, la tecnología. En lugar de una moral religiosa, tenemos una moral de tendencias, de hashtags, de campañas de indignación pasajera que duran lo que tarda en viralizarse un video. Antes, el sacerdote interpretaba los designios divinos. Hoy, el algoritmo de TikTok decide qué es importante. Antes, la gente temía el castigo eterno; ahora, temen que les suspendan la cuenta.


El Superhombre debía ser un creador de valores. El hombre moderno no crea nada. Solo repite lo que le muestran en su pantalla.


Nietzsche nos advirtió que la humanidad debía superar la mentalidad de rebaño, pero en lugar de eso, el rebaño se ha multiplicado y se ha hecho más obediente. Antes, los grandes hombres de la historia buscaban sentido en el arte, la ciencia, la filosofía. Hoy, la mayoría de las personas buscan sentido en las series de Netflix, en las teorías conspirativas de YouTube, en los virales de TikTok y en las peleas de Twitter. No buscan la verdad, buscan distracción. No buscan la grandeza, buscan validación.


El Superhombre no es solo un genio, un líder o un visionario. Es el que no pide permiso. Es el que no teme la soledad. Es el que, en un mundo que castiga la grandeza, la abraza sin miedo. Es peligroso. Es indomable. No se somete a dioses ni a modas. No pide aprobación ni pide perdón.

Cuando todo el mundo grita indignado, él sonríe con desprecio. Cuando el rebaño se refugia en sus normas y sus etiquetas, él las rompe una por una. El Superhombre es el que escribe las reglas del juego mientras el resto las obedece.


Pero la sociedad de hoy no quiere Superhombres. Quiere consumidores dóciles. Quiere sujetos sumisos, que acepten sin cuestionar. Quiere trabajadores que produzcan, que compren, que paguen impuestos, que voten cada cuatro años y que luego regresen a su jaula a ver televisión. Quiere al Último Hombre.


Nietzsche habló de él como la peor pesadilla de la humanidad. No es un tirano. No es un monstruo. Es algo peor. Es un ser que ha renunciado a la grandeza. Que ha cambiado la lucha por el confort. Que ha enterrado su alma en un ataúd de placeres insignificantes.


El Último Hombre no tiene pasiones, no tiene ideales, no tiene odio ni amor. Su rostro es el de alguien que nunca ha luchado por nada, que nunca ha sentido el ardor del fracaso ni la gloria de la victoria. No sueña, no se arriesga, no crea. No tiene ídolos, porque no cree en nada. Su felicidad es química: una dosis de dopamina aquí, un par de likes allá, un nuevo gadget, una oferta en Amazon, un feriado largo. No desea nada porque ya lo tiene todo… y sin embargo, está vacío.


Pero lo peor no es que haya caído en la mediocridad. Lo peor es que la llama virtud. Se burla de la grandeza, llama tiranía a la ambición, llama locura a la genialidad. No quiere libertad, quiere estabilidad. No quiere pensar, quiere que piensen por él.


Cuando aparece alguien que se eleva, el Último Hombre se apresura a derribarlo. No porque le importe, sino porque le recuerda lo que nunca será.


El mundo ya no tolera a los grandes hombres. Antes, los visionarios eran perseguidos por la Iglesia; hoy, son cancelados por Twitter. Antes, los herejes eran quemados en la hoguera; hoy, los rebeldes son silenciados con demandas, con etiquetas, con boicots. La sociedad moderna no quiere genios, no quiere héroes, no quiere conquistadores. Quiere empleados felices, ciudadanos obedientes, consumidores eternos. Quiere que amemos nuestras cadenas.


La humanidad no será destruida por una guerra nuclear, sino por el bostezo. Por la pereza. Por el deseo de vivir sin desafíos. Por la anestesia permanente del placer sin esfuerzo.

El Superhombre no está muerto. Tal vez aún duerma en la sombra, esperando que alguien tenga el coraje de despertarlo. Pero el tiempo se acaba. La máquina avanza, el rebaño crece, el Último Hombre se multiplica.


No hay zona gris. No hay término medio.

O eres un Superhombre, o eres parte del rebaño.

No hay excusas. No hay caminos intermedios. No hay redención para los tibios.


Así que dime: ¿eres un Superhombre… o eres solo otro esclavo esperando órdenes?


 

 
 
 

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