Córdoba: donde la historia se hace cuarteto y revolución
- Roberto Arnaiz
- 7 jul
- 5 Min. de lectura
Actualizado: hace 6 días
Hay ciudades que se cuentan en metros cuadrados y hay otras que se miden en latidos. Córdoba pertenece a las segundas. No hay mapa que la abarque ni censo que la defina. Córdoba es un estado de ánimo, un acento que se te pega, una picardía que se transmite como herencia. Es el lugar donde la historia no duerme en los museos: camina por las calles, se cuela en los patios, canta en las peñas y resiste en las aulas.
La fundó Jerónimo Luis de Cabrera en 1573, pero Córdoba no se rinde a una fecha ni a una firma. Se fundó cada vez que alguien dijo “no nos callamos más”. Se fundó cuando los jesuitas trazaron su legado educativo con piedras y fe. Se fundó cuando los obreros metalúrgicos se alzaron contra la dictadura en 1969, en un estallido que hizo temblar al país: el Cordobazo.
Córdoba se escribe con C de coraje. Y también con la C de cuarteto, de corazón, de calle y de cultura. Porque si algo saben los cordobeses es mezclar lo sagrado con lo popular. Pueden discutir metafísica en una sobremesa, y terminar bailando cuarteto con lágrimas en los ojos.
En Córdoba nació la primera universidad del país y la segunda de América Latina: la Universidad Nacional de Córdoba, allá por 1613. Hoy es un faro que sigue iluminando: 178.000 estudiantes, 15 facultades, 346 carreras, 145 institutos de investigación, 25 bibliotecas, 17 museos y una historia que sigue creciendo. La Reforma Universitaria de 1918 —orgullo y bandera— nació en sus pasillos: "Los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan", escribieron. Y con esa frase encendieron una fogata que aún arde.
La ciudad tiene una de las tasas de alfabetización más altas del país y de América Latina: solo el 1% de los mayores de 10 años es analfabeto. Casi la mitad de sus habitantes terminó el secundario, y más del 12% tiene estudios universitarios completos. Córdoba no solo resiste: piensa, investiga, inventa.
La ciencia también eligió Córdoba. Desde el Observatorio Astronómico fundado en 1871 hasta la creación del Instituto de Matemática, Astronomía y Física en 1956, pasando por la Academia Nacional de Ciencias —la primera del país—, Córdoba ha sido cuna de astrónomos, físicos, químicos, médicos y soñadores del conocimiento. Aquí se midieron estrellas, se registró el clima nacional por primera vez y se crearon instituciones que siguen investigando para un futuro mejor.
Planetarios, laboratorios, centros de investigación. Universidades públicas y privadas que reciben a jóvenes de todo el país y de América Latina. Córdoba es una ciudad universitaria, y ser estudiante aquí es casi una religión. Se viene a aprender, sí, pero también a despertar.
Córdoba es tonada, cuarteto y rebelión. Es una forma de hablar y de pararse ante el mundo. Es esa forma única de mirar con picardía aunque te falte el mango. Es la risa que brota del barro, el ingenio que florece en la crisis, el chiste filoso que desarma a los poderosos. No es solo la Docta: es la ciudad que transformó la protesta en canto, y el canto en identidad.
Y mientras los libros se abren en las aulas, la música explota en las calles. De La Mona Jiménez, que convirtió cada escenario en un templo, cada baile en un rito. La Mona no canta: profetiza entre gritos, sudor y abrazos. Representa al pibe que se levanta a laburar, a la vieja que barre la vereda, al amor que se fue y al que todavía duele. En cada “cuartetazo” hay una historia de amor y de pobreza, de fiesta y desamparo, pero siempre de dignidad.
Y Rodrigo. El Potro. El que hizo llorar al Luna Park y bailar al obelisco. El que sacó el cuarteto de los bailes barriales y lo estampó en los noticieros, en las tapas de revistas, en el corazón de un país entero. Rodrigo fue exceso y ternura, coraje y tragedia. Fue Córdoba con el corazón abierto. Lo querías o lo criticabas, pero nadie quedaba indiferente. Porque cuando cantaba “Soy cordobés”, lo decía con el alma. Y todos sabíamos que no hablaba solo de él. Hablaba de una identidad entera que salía a la pista, con la frente alta y el alma en cuero.
Córdoba es tierra de curas rebeldes como el padre Mujica, de artistas como Antonio Seguí que dibujaban con rabia y ternura. Es la Córdoba de las sierras azules y de los barrios calientes, de los estudiantes sin un mango que se alimentan de libros, de las madres que esperan justicia desde los '70 hasta hoy.
Es la Córdoba del Che adolescente, que cruzaba en bicicleta sus calles antes de convertirse en mito. Es la Córdoba que cría poetas que no se callan, músicos que no transan, periodistas que resisten, profesoras que enseñan con tizas rotas pero con el alma entera.
No hay forma de explicar Córdoba sin hablar de sus contradicciones. Es la docta y es la desprolija. Es la que discute filosofía en los bares de Güemes y la que se come un lomito con coca en la parada del bondi. Es la que peregrinó al santuario del Cura Brochero y la que se besó en las marchas del orgullo.
Es la que reza con la misma pasión con la que canta. Es la que dice “¿cómo andás?” y contesta “de diez más IVA”. Es la que te suelta un “culiau”, un “no hay drama”, un “alto viaje”, y te hace sentir en casa. Es la que transforma la queja en risa, y la risa en bandera. Es la que se burla de todo, incluso de sí misma, pero no permite que nadie más lo haga.
Es la tierra donde el humor es religión. Donde los cuentos de Cacho Buenaventura se mezclan con los rezos. Donde el sarcasmo es una forma de resistencia y el chiste, una trinchera.
Y si vas a Córdoba, no la busques solo en los monumentos. Encontrala en el vendedor ambulante que canta mientras ofrece chipá. En la estudiante que milita desde el aula. En el taxista que te cuenta chistes mientras esquiva baches y esperanzas.
Córdoba no es perfecta. Tiene heridas abiertas, barrios postergados, desigualdades lacerantes. Pero no es una ciudad que se resigne. Se enoja, se organiza, resiste. Porque tiene memoria. Porque sabe que el poder viene de arriba, pero el cambio siempre empieza abajo.
Y cuando el país tiembla, Córdoba late. Porque es centro, es corazón. Porque de sus patios salen ideas que hacen ruido. Porque sus hijos no aceptan el silencio. Porque la rebeldía, en Córdoba, no es una moda: es una forma de amar.
Córdoba: donde la historia no se estudia, se canta. Donde la política no es discurso, es calle. Donde la vida no se calla, aunque la quieran censurar. Donde la memoria no es pasado: es presente militante. Donde un chiste puede ser una trinchera, y una zamba, una revolución.
¿Querés entender qué es Córdoba?
No mires el mapa. Escuchá su tonada. Mirá a sus estudiantes. Andá a una peña. Pasá por una marcha. Escuchá a la Mona, llorá con Rodrigo. Probá un lomito. O simplemente sentate en una plaza y dejá que la ciudad te hable.
Porque Córdoba no se explica: se siente. Se llora. Se canta.
Y siempre, siempre, se vuelve.
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