El amor: esa trampa gloriosa que seguimos eligiendo
- Roberto Arnaiz
- hace 11 minutos
- 2 Min. de lectura
El amor es esa enfermedad hermosa por la que nadie quiere curarse.
Te parte, te salva, te arrastra.
Y ahí vas vos, con la sonrisa rota y el corazón en llamas, como un idiota feliz.
Nos dijeron que el amor nos iba a completar
.Que íbamos a encontrar a alguien que entendiera nuestras heridas como si fueran letras en braille.
Mentira.
El amor es un incendio disfrazado de promesa.
Y nosotros, bomberos sin agua, corriendo hacia las llamas.
Un griego antiguo se reiría de tu drama por un “visto”.
Un caballero medieval se persignaría al verte mandando emojis con llamitas.
Y un pibe de hoy ya ni cree en el amor.
Cree en los likes. En el algoritmo. En que si no funciona, se borra y listo.
Porque el amor no es eterno. Es histórico.
Antes se amaba al discípulo, al esclavo, a la dama imposible.
Hoy, se ama al que aparece primero en el match.
Se busca como se elige una pizza:
Con filtros, ingredientes, zona de entrega.
Y si llega frío… se descarta.
Antes se escribían cartas.
Esperabas semanas.
Un sello, un perfume, un “te extraño” escrito con tinta que temblaba.
Hoy si no te contestan en dos minutos, ya pensás que no te quieren.
Nos enseñaron a amar con Wi-Fi, pero queremos sentir como si viviéramos en Verona.
Queremos intensidad, sin compromiso.
Vínculo, sin trabajo.
Y cuando no llega, lo cambiamos por otro. Como si el amor viniera con ticket de cambio.
Bauman le dijo “amor líquido”.
Yo lo llamo amor descartable.
Amor plástico.
Una historia de usar y tirar, como todo lo que nos rodea.
Y sin embargo, seguimos cayendo.
Una y otra vez.
Nos rompemos. Nos curamos con música. Y volvemos a buscar.
Como moscas en la luz. Como imbéciles con esperanza.
¿Por qué?
Porque el amor es la última religión sin templo.
El único milagro en el que todavía creemos.
Sí.
El amor es un fraude bien maquillado.
Pero también es eso que, cuando todo se derrumba, te hace pensar que todavía vale la pena reconstruir.
Porque aunque sea mentira, aunque duela, aunque dure poco…El amor sigue siendo la única rebelión hermosa contra la indiferencia del universo.
Todo se gasta. Todo se olvida. Todo se reemplaza.
Menos esa necesidad absurda, desesperada, de que alguien —por un rato, por una noche, por una vida—nos mire como si fuéramos un milagro en medio del caos.
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