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La falsa autonomía de los isleños


Introducción: Una democracia sobre alambrados


Ningún pueblo puede renunciar a su dignidad sin antes traicionar su historia. — Arturo Jauretche


Nos repiten que los kelpers eligieron, que son libres, que tienen derecho a decidir. Y lo dicen con una sonrisa imperial, desde Londres, como quien aplaude un decorado mientras apagan los reflectores sobre la verdad. Pero lo que se alza en las Malvinas no es una república en miniatura, sino un teatro montado sobre bayonetas, con telones bordados por el Foreign Office y público cautivo en uniforme.


Porque no hay autodeterminación donde hubo despojo. No hay democracia cuando se construyó sobre la expulsión de un pueblo. Y no hay libertad si el guion lo dicta una potencia con submarinos nucleares estacionados en el fondo del mar.


Londres blande la autodeterminación como escudo moral. Pero ese principio se vuelve farsa cuando se siembra una población sobre las ruinas de una expulsión.


Las islas Malvinas no constituyen un caso genuino de soberanía popular, sino una colonia VIP disfrazada de democracia. El principio del derecho internacional que consagra la autodeterminación de los pueblos no puede aplicarse cuando el territorio fue arrebatado por la fuerza, su población original expulsada, y sus actuales habitantes son descendientes de una población implantada por el imperio para afianzar la usurpación.


El modelo económico del archipiélago gira en torno a tres pilares: la pesca, el petróleo y la asistencia del Reino Unido. Las licencias pesqueras otorgadas unilateralmente en aguas disputadas generan ingresos millonarios, a pesar de su carácter ilegal según el derecho internacional. La explotación petrolera en la cuenca norte, aún incipiente, actúa como ancla territorial británica y mensaje de proyección a futuro. A esto se suman subsidios directos del Tesoro británico, infraestructura financiada desde Londres, y un régimen impositivo casi inexistente.


Pero la clave no está en los números: está en la arquitectura misma de esa economía artificial. Las islas no son un ejemplo de autosuficiencia: son una burbuja de bienestar construida sobre privilegios, subsidios y ocupación. El ingreso per cápita de los kelpers está entre los más altos del planeta. Viven mejor que muchos británicos, y no por mérito propio, sino por decreto imperial. Esa prosperidad no nace del trabajo ni del esfuerzo: es fruto de una estructura rentística, extractiva y tutelada, donde la riqueza emana de la cesión política británica.


Nos quieren hacer creer que son un pueblo originario, pero son colonos trasplantados por decisión imperial. La ONU ha sido clara: no hay autodeterminación válida cuando un territorio fue despojado y su población reemplazada. La comunidad isleña ha sido convertida en un escudo diplomático, utilizado por el Reino Unido como argumento ante los foros internacionales para deslegitimar el reclamo argentino.


El Reino Unido invoca la Resolución 1514 (XV) de la ONU, que promueve la descolonización y la autodeterminación, pero la interpreta de forma antojadiza, omitiendo que ese principio no aplica cuando se trata de un territorio usurpado y colonizado artificialmente.


La Argentina, en cambio, se apoya en la Resolución 2065 (XX), que reconoce expresamente la existencia de una disputa de soberanía entre las dos partes e insta a su resolución por la vía del diálogo bilateral, teniendo en cuenta los intereses —no los deseos— de los isleños. Y el deseo de seguir siendo súbditos del imperio no puede estar por encima del derecho de un pueblo a recuperar lo que le arrebataron a cañonazos.


Además, el reconocimiento de la extensión de la plataforma continental argentina por parte de la Comisión de Límites de la ONU en 2016 refuerza la proyección marítima nacional que incluye a las islas Malvinas.


📌 Lo que no te cuentan de la “autonomía kelper”

  • 100% del gasto militar y logístico, cubierto por Londres.

  • Pasaporte británico con todos los beneficios europeos.

  • 0% de impuestos sobre la renta.

  • PIB per cápita superior al de Noruega.

  • Licencias pesqueras ilegales que recaudan millones.


La desigualdad de derechos es brutal. Mientras los isleños viajan con pasaporte europeo, acceden a salud y educación de primer nivel, y habitan un paraíso fiscal protegido por radares, patrullas y submarinos invisibles, los argentinos tienen prohibido habitar siquiera el suelo que sus antepasados exploraron, poblaron y defendieron con sangre, y que la historia les reconoce como propia.


No hay libertad de circulación, ni igualdad de trato, ni garantías mínimas. Lo que existe es una situación de privilegio imperial, administrada con retórica democrática. Las Malvinas no son el pasado: son la prueba viviente de que el colonialismo no murió, solo se refinó. Hoy no se impone con grilletes, sino con licencias pesqueras, pasaportes y fragatas que custodian un espejismo de libertad.


Eso no es autonomía: es una puesta en escena imperial, con actores designados, un libreto dictado desde Londres y una memoria extirpada como si fuera maleza indeseable en jardín ajeno.


Conclusión: La autodeterminación no se escribe con tinta colonial


No hay autodeterminación posible sobre un territorio que se sostiene con fragatas, radares y tratados burlados. No hay pueblo libre cuando el poder real se ejerce desde oficinas a doce mil kilómetros de distancia. Y no hay soberanía isleña si la historia fue cortada a machete y reescrita con uniforme británico.


Los kelpers son ciudadanos privilegiados de una colonia negada, actores de un drama diplomático donde el telón lo baja la cancillería británica. La falsa autonomía de las Malvinas es una máscara lustrada con petróleo, subsidios y retórica mentirosa. Pero basta rascarla con el dedo de la historia, y aparece el hierro de la ocupación.


Como dijo Scalabrini Ortiz: “Las patrias no se discuten: se sienten.” Y mientras esa máscara siga en pie, la herida de la soberanía argentina seguirá abierta, sangrando memoria y justicia.


Porque las Malvinas no son un deseo ni un capricho: son una herida abierta, un mapa tatuado en la conciencia de un país que no olvida. Y que tarde o temprano, volverá. No con barcos ni discursos, sino con la fuerza serena de una verdad que nunca se rindió.

 

Bibliografía consultada:

·      Comisión de Límites de la Plataforma Continental (CLPC), Naciones Unidas, Informe sobre la plataforma continental argentina, 2016.

·      Naciones Unidas, Resoluciones 1514 (XV) y 2065 (XX), Asamblea General.

·      Rapoport, Mario: Historia de la economía argentina. Ed. Emecé.

·      Galasso, Norberto: Malvinas: historia, geopolítica y soberanía. Ed. Colihue.

·      Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto de la República Argentina: Documentos oficiales sobre la cuestión Malvinas.

·      Jauretche, Arturo: Los profetas del odio. Ed. Peña Lillo.



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