La Fortuna Favorece a los Valientes (Fortuna Audaces Iuvat): El Arte de Saltar al Vacío
- Roberto Arnaiz
- 27 ene
- 3 Min. de lectura
“Imaginá que estás parado frente a una puerta cerrada. Del otro lado está todo lo que siempre quisiste. Pero hay un candado. ¿La llave? Tu valentía. ¿Te animás a girarla?”
El miedo se para detrás tuyo, susurrándote: “No lo hagas, no estás listo. ¿Y si fallás? Mejor quedate donde estás.” Es un fantasma persistente, que ata tus manos mientras el tiempo sigue corriendo. La vida no espera, y la oportunidad tampoco. Sin embargo, ahí estás, en la orilla, dudando. El tren pasa frente a vos, y en vez de saltar, mirás cómo se pierde en el horizonte. Decís que la próxima vez te subirás, pero sabés que el miedo ya ganó esta ronda.
"Fortuna audaces iuvat." Los romanos lo entendieron hace siglos: la fortuna favorece a los valientes. Pero no se trata de valentía épica o de gestos grandilocuentes. No necesitás ser un héroe ni cruzar ríos bajo la mirada de un ejército. Ser valiente hoy significa algo mucho más humano: decidir, arriesgarte, y seguir adelante, aunque el suelo tiemble bajo tus pies. Porque la vida, con su brutal honestidad, no recompensa a los prudentes. La vida pertenece a los que juegan, no a los que se quedan mirando desde las sombras.
El miedo es un maestro cruel. Está ahí para recordarte que lo que querés realmente importa, pero también para mostrarte cuánto estás dispuesto a perder por conseguirlo. Es un espejo que te obliga a preguntarte: “¿Hasta dónde llegaría para no quedarme con las manos vacías?” Pero cuidado, porque si le das demasiada autoridad, el miedo se convierte en un ladrón. Un ladrón que te roba no solo tus sueños, sino también el tiempo. Cada excusa que inventás es otro día perdido, otro tren que no tomás.
Pensá en Juan, un hombre común, atrapado en su rutina diaria. Trabaja en un empleo que odia, pero no se anima a dejarlo. Todos los días mira el reloj, fantaseando con renunciar, pero nunca lo hace. “¿Y si no consigo algo mejor?” se dice. Ese miedo a lo desconocido lo ata, lo paraliza. Y mientras tanto, la vida sigue. ¿Cuántos "Juanes" conocés? ¿Cuántas veces fuiste Juan vos mismo?
La valentía no siempre se encuentra en grandes gestos. Mirá al boxeador de barrio que sube al ring, aun sabiendo que puede perder. No pelea por la gloria ni por un título mundial, sino porque sabe que quedarse en el rincón es una derrota mayor. Cada golpe que recibe, cada caída, es un recordatorio de que está vivo, de que eligió pelear en lugar de mirar desde afuera. Eso es la verdadera valentía: intentarlo, aunque el resultado sea incierto.
¿Y vos? ¿Cuántas veces dejaste pasar algo porque no te sentías “listo”? Dejame decirte algo: nunca vas a estar completamente listo. El momento perfecto no existe, y si esperás a que todo esté alineado, te vas a quedar esperando para siempre. La fortuna no llega a los que esperan. La fortuna es como un animal salvaje: acecha, prueba tu determinación, y salta sobre vos solo si te movés.
Julio César lo sabía cuando cruzó el Rubicón. “Alea iacta est,” dijo, “la suerte está echada.” No había garantías, pero entendió que quedarse del otro lado era igual a perder. Y vos, ¿qué vas a hacer? ¿Vas a quedarte en la orilla, mirando cómo el tren pasa una vez más, o vas a saltar aunque las rodillas te tiemblen?
La vida está llena de ejemplos de valentía cotidiana. La madre que vuelve a estudiar a los 50 años, aunque todos le digan que ya es tarde. El joven que deja un trabajo seguro porque sabe que su pasión está en otro lado. El inmigrante que deja todo atrás para empezar de nuevo en un lugar desconocido. Ellos no tienen garantías, pero tienen algo más poderoso: el coraje de saltar al vacío.
No importa cuántas veces caigas. Lo importante es que sigas saltando. Porque la vida no es un escenario estático. Es un tablero de ajedrez, y si no movés las piezas, te quedás fuera del juego. Vivir con miedo al fracaso no te protege, solo te condena a una vida de arrepentimientos silenciosos.
Cuando llegue ese momento, cuando sientas el temblor en el pecho y el miedo te susurre que te quedes quieto, acordate de esto: la fortuna no es para los prudentes. Es para los valientes. Para los que saltan al vacío, aun sin saber si tienen alas. Al final, la peor derrota no es el fracaso. La peor derrota es mirar hacia atrás y saber que nunca lo intentaste.
“¿Cuántas veces dejaste pasar una oportunidad porque el miedo te susurró al oído que era mejor quedarse quieto?” Hoy, la llave está en tus manos. Girala. Saltá. La fortuna te está esperando.

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