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La independencia que no se cuenta: la guerra fuera de la Argentina


Cuando hablamos de la independencia argentina solemos pensar en Tucumán, en la bandera de Belgrano, en el cruce de los Andes de San Martín. Pero rara vez se dice la verdad completa: la mayor parte de la guerra no se libró en el actual territorio argentino, sino en el Alto Perú, lo que hoy conocemos como Bolivia.


Allí se combatió, se sangró y se murió más que en ningún otro rincón del continente. Allí se definió, en gran medida, si Buenos Aires y el Río de la Plata iban a ser libres o volverían a inclinarse ante el rey.


Entre 1810 y 1825, el Alto Perú fue un infierno de pólvora. Más de 600 combates, grandes batallas como Suipacha, Huaqui, Vilcapugio, Ayohuma, Sipe Sipe y la interminable guerra de las republiquetas. Fue el territorio más sangriento de toda la independencia sudamericana: dos tercios de los enfrentamientos del Río de la Plata ocurrieron allí.


En comparación, dentro de lo que hoy es Argentina se registraron unas 60 a 70 acciones directamente relacionadas con la independencia, la mayoría en el noroeste, entre Jujuy, Salta y Tucumán. La balanza es clara: diez veces más combates en el Alto Perú que en el suelo argentino.


Este protagonismo no fue casual. El Alto Perú era el corazón económico del imperio español en la región: las minas de Potosí eran un botín que tanto realistas como patriotas necesitaban asegurar. Además, la guerra en esas tierras se conectaba con el resto del continente: mientras San Martín pensaba en avanzar hacia Chile y luego al Perú, Bolívar combatía en el norte. La independencia rioplatense estaba entrelazada con la independencia continental.


Sin embargo, hay un punto clave que no podemos dejar pasar. Si Belgrano hubiera perdido Tucumán en 1812, la revolución se terminaba. Buenos Aires quedaba a merced de los realistas y el sueño emancipador hubiera sido aplastado.


El gobierno le había ordenado retroceder, pero Belgrano desobedeció y apostó todo a una batalla desesperada. Convocó al pueblo, movilizó campesinos, mujeres, esclavos liberados, y el 24 de septiembre logró lo imposible: derrotar al ejército más fuerte de la región.


Tucumán no fue solo un triunfo militar: fue el punto de quiebre que salvó la Revolución. Sin Tucumán, no habría habido Salta, no habría habido Güemes, ni San Martín cruzando los Andes, ni Ayacucho. Como recuerda Felipe Pigna en Belgrano, el hombre necesario, aquella decisión de Belgrano fue “un acto de desobediencia que salvó la patria”.


La independencia del Río de la Plata se sostuvo gracias a esa victoria fundacional en el norte y a la resistencia encarnizada en el Alto Perú. Fue allí donde las republiquetas, formadas por campesinos, mestizos y originarios, mantuvieron viva la llama durante más de una década.


Atacaban sin descanso, desangrando a un enemigo superior en número y disciplina. El historiador boliviano Gunnar Mendoza contabilizó más de 600 combates en esas tierras, mientras Norberto Galasso subraya que “la independencia no se parió en los congresos, sino en el barro y la sangre del Alto Perú”.


Enrique Finot, también boliviano, señaló que “el Alto Perú fue el verdadero corazón de la resistencia contra el absolutismo, donde el pueblo entero se convirtió en ejército”. Alcides Arguedas, por su parte, afirmó que “la guerra altoperuana fue la más cruenta de América, porque allí se jugaba no sólo la independencia sino la supervivencia de las comunidades originarias”.


No se trató solo de hombres. Mujeres como Juana Azurduy, Vicenta Juaristi Eguino o Úrsula Goyzueta encabezaron ataques, escondieron armas, organizaron redes de información y se pusieron al frente de montoneras. Representan la dimensión popular y femenina de una guerra que no distinguía entre civiles y combatientes.


El costo fue brutal: de los 105 caudillos que encabezaron esas luchas, solo nueve sobrevivieron hasta 1825. El resto murió fusilado, degollado o colgado en plazas públicas. Miles de originarios fueron exterminados en represalias y comunidades enteras desaparecieron.


José María Rosa afirmaba que “la revolución se sostuvo más por la terquedad de los pueblos del norte que por las decisiones de los gobiernos de Buenos Aires”. Y tenía razón: fue esa terquedad la que hizo posible que San Martín encontrara un enemigo debilitado cuando lanzó su campaña continental.


Al mismo tiempo, el contraste era claro: mientras en el Alto Perú se luchaba sin descanso, en Buenos Aires los gobiernos vacilaban, discutían y a menudo mandaban órdenes contradictorias o escasos recursos.


Esto muestra que la independencia argentina no fue un fenómeno local, encerrado en las fronteras de un mapa todavía inexistente. Fue parte de una guerra continental que se definió en escenarios muchas veces olvidados.


El Alto Perú y Chile fueron las llaves que permitieron abrir la puerta del Perú, el corazón del poder realista. Comparado con otros procesos emancipadores, el del Río de la Plata fue particularmente sangriento en esas tierras altas.


Y si hoy tenemos patria es porque allí, en esas montañas ajenas, se combatió con una ferocidad que Buenos Aires rara vez recuerda. La libertad argentina nació tanto en Tucumán como en las serranías de Charcas y Cochabamba.


Recordarlo no es un gesto académico: es un acto de justicia con quienes se desangraron en silencio para que hoy tengamos patria, y también un puente de hermandad con Bolivia, cuya sangre y sacrificio están en la raíz misma de nuestra independencia.

 

Bibliografía:

·          Pigna, Felipe. Belgrano, el hombre necesario. Buenos Aires: Planeta, 2010.

·          Galasso, Norberto. Seamos libres y lo demás no importa nada. Vida de San Martín. Buenos Aires: Colihue, 2000.

·          Galasso, Norberto. Historia de la Argentina. Tomos I y II. Buenos Aires: Colihue, 2011.

·          Rosa, José María. Historia Argentina. Tomo IV: La época de la revolución y la independencia. Buenos Aires: Oriente, 1964.

·          Mendoza, Gunnar. La Guerra de la Independencia en el Alto Perú. Sucre: Editorial Universitaria, 1966.

·          Finot, Enrique. Historia de Bolivia. La Paz: Librería Editorial Juventud, 1946.

·          Arguedas, Alcides. Historia General de Bolivia. La Paz: Editorial Juventud, 1922.

·          Montenegro, Augusto Céspedes. El dictador suicida y otros ensayos. La Paz: Los Amigos del Libro, 1969 (incluye reflexiones sobre las republiquetas).

·          Mitre, Bartolomé. Historia de Belgrano y de la independencia argentina. Buenos Aires: La Nación, 1857.


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