La masonería: historia, símbolos y secretos de una sociedad entre la luz y las sombras
- Roberto Arnaiz
- 29 jul
- 20 Min. de lectura
Desde hace siglos, su nombre se susurra en pasillos de poder y se proyecta en novelas, películas y teorías de conspiración. Se les ha acusado de manipular gobiernos, de proteger saberes ancestrales, de haber estado detrás de revoluciones y de catedrales. Para algunos, son los artesanos invisibles del mundo moderno; para otros, apenas una leyenda vestida con mandiles y compases.
Pero detrás del mito, existe una institución real, compleja, discreta y profundamente humana: la masonería. Ni secta ni religión. Ni mafia ni club de caballeros. Una sociedad que, desde hace más de tres siglos, propone un camino de perfeccionamiento interior basado en símbolos, ritos y una ética del silencio.
Este artículo no busca alimentar el misterio, sino desentrañar su historia. Entender cómo surgió del polvo de las canteras medievales para convertirse en una escuela filosófica. Descifrar su lenguaje simbólico. Explorar su impacto en la historia, la política, la espiritualidad y la cultura. Y sobre todo, preguntarnos si, en tiempos de polarización, superficialidad y desencanto, sus enseñanzas siguen teniendo algo que decirnos.
Porque, quizá, en medio de tanta confusión moderna, la masonería no sea una reliquia, sino un faro.
Origen: de los gremios medievales al racionalismo ilustrado
La palabra “masonería” proviene del francés maçon, que significa albañil. Su origen se remonta a los gremios de constructores de la Edad Media —especialmente entre los siglos XI y XIV— responsables de erigir las grandes catedrales góticas europeas. Estos grupos de trabajadores, conocidos como masones operativos, no eran meros artesanos: dominaban conocimientos de geometría, astronomía, mecánica e incluso simbología religiosa, en una época en la que la mayoría de la población era analfabeta. Su saber técnico era custodiado celosamente, y para protegerlo crearon sistemas de transmisión oral, juramentos de secreto, signos de reconocimiento y estructuras jerárquicas internas.
Conviene distinguir entre dos conceptos que a menudo se confunden: gremio y logia. El gremio era la organización profesional de oficio —una entidad jurídica y económica— que regulaba el trabajo, establecía las normas, y velaba por los derechos y deberes de sus miembros. En cambio, la logia (del latín logia, sala) era, en un principio, el espacio físico donde los masones se reunían en los márgenes de las obras. Allí comían, planificaban, discutían sus técnicas y realizaban iniciaciones. Con el tiempo, el término "logia" se volvió sinónimo del grupo humano que compartía esos conocimientos, y más tarde, de la comunidad espiritual que buscaba construir no ya templos de piedra, sino ideales éticos.
El salto trascendental ocurre entre los siglos XVI y XVII, en pleno Renacimiento tardío y con los albores del pensamiento moderno. Algunas logias comenzaron a admitir miembros que no eran albañiles, sino filósofos, nobles ilustrados, científicos, artistas y reformistas religiosos.
A estos nuevos integrantes se los llamaba masones aceptados. Así surgió la llamada masonería especulativa, en contraposición a la operativa: una institución que tomaba las herramientas y los símbolos del antiguo oficio para usarlos como metáforas del crecimiento personal, el perfeccionamiento moral y la construcción espiritual del individuo.
La fecha que marca simbólicamente el nacimiento de esta masonería moderna es el 24 de junio de 1717, cuando cuatro logias londinenses se reunieron en la taberna “The Goose and Gridiron” y fundaron la Gran Logia de Inglaterra, la primera estructura organizativa de alcance nacional. Desde entonces, la masonería ya no sería una cofradía de constructores, sino una fraternidad universal de pensadores, un proyecto espiritual laico, y una escuela filosófica de libre pensamiento.
El templo dejó de ser un edificio, y pasó a ser una idea. La catedral, una metáfora. La piedra, una imagen del alma en bruto. Y el masón, un ser en construcción.
Filosofía y principios: una ética sin dogma
La masonería no se define por una fe, ni por una ideología política, ni por una disciplina científica. Es, ante todo, una escuela de formación moral e intelectual. No ofrece salvaciones, sino caminos; no impone verdades, sino que enseña a buscar con humildad. En sus logias no se predican dogmas, se cultiva la duda; no se proclaman certezas, se ejercita el pensamiento crítico.
Podría decirse que su aspiración más alta es la construcción del ser humano como obra inacabada. Cada iniciado es una “piedra bruta” que debe ser pulida con las herramientas del conocimiento, la ética y la introspección. La construcción del templo masónico no es externa, sino interior y simbólica.
Sobre esta base se levantan cinco principios rectores:
· Libertad: libertad de pensamiento, de conciencia, de expresión. El masón es un ser libre que se forma a sí mismo, que no acepta verdades impuestas ni cadenas mentales. Puede creer o no creer en Dios, puede ser agnóstico o devoto, pero debe ser libre para dudar, para disentir, para elegir.
· Igualdad: todos los masones son hermanos, sin importar su origen social, su raza, su religión, su nacionalidad o su fortuna. En la logia no hay títulos ni jerarquías mundanas que valgan. Se entra como iguales y se trabaja como tales. La igualdad es más que un principio, es una vivencia.
· Fraternidad: una solidaridad activa que trasciende fronteras y épocas. La fraternidad masónica no es solo un sentimiento, sino un compromiso moral: ayudar al hermano necesitado, tender la mano al caído, dar sin esperar. Es la puesta en práctica del amor racional.
· Tolerancia: quizás el más desafiante de los principios. Se trata de respetar todas las ideas, incluso —y sobre todo— las que no compartimos. Es el arte de convivir en la diferencia, de dialogar sin imponer. La tolerancia masónica no es indiferencia ni relativismo, sino respeto lúcido por la diversidad.
· Autoconocimiento: el ser humano es un proyecto en obra. El trabajo masónico es introspectivo y exigente. Conocerse es desarmarse, cuestionarse, reconstruirse. Es tallar la piedra del alma con las herramientas del silencio, el estudio y la disciplina interior.
Este respeto radical a la diversidad se traduce en una regla fundamental dentro del templo: están prohibidos los debates sobre religión, política partidaria y sexo. No por censura, sino por convicción filosófica. Porque en la logia no se busca uniformidad, sino armonía.
No se trata de ganar discusiones, sino de construir puentes. La palabra debe elevar, no dividir. El templo es un espacio simbólico donde se educa el pensamiento en un clima de dignidad.
Un legado filosófico
La masonería no es una filosofía en sentido estricto, pero es, sin duda, un cruce de caminos filosóficos. Su cuerpo simbólico y su propuesta ética se nutren de distintas tradiciones intelectuales que, a lo largo de la historia occidental, han intentado responder a una misma pregunta: ¿cómo vivir una vida buena, libre y consciente?
En sus fundamentos se reconoce la huella luminosa de la Ilustración, ese movimiento que, a partir del siglo XVIII, impulsó la razón, la ciencia, la tolerancia y los derechos del individuo frente al oscurantismo y la opresión dogmática:
· Voltaire, mordaz e implacable con los fanatismos religiosos, defendió la libertad de pensamiento como base de la convivencia. Su célebre frase "Detesto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo" resume el espíritu masónico: no se trata de pensar igual, sino de respetar la diferencia.
· John Locke, filósofo inglés, fue uno de los primeros en formular de manera sistemática el derecho a la libertad de conciencia. Para él, el Estado no debía inmiscuirse en las creencias individuales, y nadie podía ser forzado a profesar una religión contra su voluntad. Esta idea inspiró principios fundamentales en las logias: nadie puede ser obligado a creer ni juzgado por lo que cree.
· Immanuel Kant, con su concepto de autonomía moral, aportó una clave decisiva. El ser humano no debe actuar por miedo al castigo ni por esperanza de recompensa, sino por respeto a una ley interior que él mismo se da. Esta ética racional y autónoma está profundamente alineada con la práctica masónica, donde cada hermano es responsable de su propio crecimiento espiritual y moral, sin depender de autoridades exteriores.
Herencias antiguas y místicas
Pero el legado de la masonería va más allá de la modernidad ilustrada. También se entrelaza con tradiciones filosóficas y esotéricas antiguas, que aportan profundidad simbólica y una mirada trascendente del universo y del ser humano.
· El pitagorismo, por ejemplo, sostiene que el universo está regido por proporciones matemáticas y armonías invisibles. Para Pitágoras, los números no eran meras abstracciones, sino fuerzas vivas que explicaban el orden cósmico. Esta concepción resuena en el uso de la geometría sagrada dentro de la simbología masónica, donde la escuadra, el compás y la estrella no son solo herramientas, sino principios del orden universal.
· El neoplatonismo, desarrollado por filósofos como Plotino, introduce la idea de que el mundo sensible es solo una sombra de una realidad superior, inteligible y perfecta. El alma humana, según esta visión, debe purificarse y elevarse para reencontrarse con esa fuente de la que proviene. Esta visión espiritual, sin dogmas religiosos, se expresa en el simbolismo masónico como el viaje del iniciado hacia la “luz” del conocimiento y la virtud.
· El hermetismo renacentista, una corriente que rescató saberes de la antigüedad greco-egipcia como los textos atribuidos a Hermes Trismegisto, la cábala hebrea, la alquimia y la astrología, también dejó su marca. No por superstición, sino porque todos estos sistemas intentaban descifrar la unidad entre el ser humano y el cosmos, entre el microcosmos y el macrocosmos. La masonería adoptó muchos de estos símbolos y los resignificó como herramientas de introspección, transformación y meditación.
Una espiritualidad sin templo ni dogma
La masonería, sin ser una religión, propone una espiritualidad laica. No exige creer en un dios específico, pero sí reconoce la existencia de una dimensión trascendente —a la que muchos llaman “Gran Arquitecto del Universo”— que no se define, ni se impone, ni se predica. Cada masón puede interpretarla a su modo: como Dios, como Naturaleza, como Conciencia Universal, como Principio Creador. Lo importante no es la etiqueta, sino la actitud de respeto ante el misterio de la existencia.
Esta espiritualidad se expresa simbólicamente. Los rituales masónicos, lejos de ser meros formalismos, son representaciones simbólicas del camino interior del ser humano. Cada grado es una etapa de ese viaje. Cada símbolo es un espejo que invita a pensar, a recordar, a reformularse.
Así, cada logia es un laboratorio ético, un espacio de estudio y reflexión, donde se aprende a pensar con libertad, a actuar con justicia y a convivir con respeto. No hay allí salvadores ni iluminados, sino buscadores. Hombres y mujeres que se reconocen imperfectos, pero que aspiran a mejorar, a entender, a servir.
En un mundo donde proliferan los gritos, los dogmas y los fanatismos, la masonería propone otra forma de estar en el mundo: con discreción, con razón y con fraternidad. No pretende imponer verdades, sino formar seres humanos que las busquen por sí mismos, en silencio, con humildad, con perseverancia.
Una pedagogía simbólica
La masonería no enseña como una escuela convencional. No hay pupitres ni exámenes, ni se busca acumular conocimientos enciclopédicos. El aprendizaje masónico es vivencial, simbólico y progresivo. Se trata de una pedagogía del asombro, de la experiencia interior, del descubrimiento silencioso. Cada símbolo, cada ritual, cada palabra dicha o callada en la logia está cargada de múltiples significados, que el iniciado debe desentrañar a través de la reflexión y la práctica.
Los masones utilizan símbolos universales, heredados de la tradición constructiva y filosófica, como herramientas para trabajar sobre sí mismos. No se trata de un misticismo vacío, sino de una psicología activa del alma:
· La escuadra, instrumento que permite verificar el ángulo recto, representa la rectitud moral: actuar con justicia, sin doblez, sin desviarse ni torcerse ante el interés o la presión.
· El compás, con el que se trazan círculos, alude a la medida interior, a los límites que cada uno debe imponerse para no dañar ni abusar, y también a la idea de trazar un espacio simbólico para la introspección y el discernimiento.
· La letra G, presente en muchas logias anglosajonas, es un símbolo polisémico. Puede representar a God (Dios), a Geometry (la ciencia de la armonía universal), o al Gran Arquitecto del Universo, un concepto amplio, abierto, que cada masón interpreta a su manera.
· La piedra bruta simboliza al individuo en su estado inicial, imperfecto, lleno de aristas. La piedra cúbica, por el contrario, representa el ideal de perfeccionamiento, el resultado de un proceso de trabajo moral, filosófico y espiritual. La masonería propone, entonces, una tarea de auto-tallado, en la que cada uno es a la vez el escultor y la materia.
· El templo de Salomón, figura central del simbolismo masónico, no es un edificio físico, sino una metáfora del alma humana en construcción. Cada uno, con esfuerzo y humildad, es llamado a edificar su propio templo interior: sólido, equilibrado y digno de ser habitado por la luz del conocimiento y la virtud.
• El damero blanco y negro, que suele cubrir el suelo del templo masónico, representa la dualidad de la existencia: luz y sombra, bien y mal, vida y muerte. No para perpetuar el conflicto, sino para aprender a moverse entre contrastes con conciencia y equilibrio. Caminar sobre el damero es un ejercicio simbólico: saber dónde pisar, discernir, y avanzar sin caer en la rigidez del dogma ni en el caos de la confusión.
Los grados: de aprendiz a maestro
Esta pedagogía simbólica se estructura en grados, que no son jerarquías en el sentido mundano, sino etapas de un camino iniciático. Los tres primeros —Aprendiz, Compañero y Maestro— constituyen la base de todos los ritos masónicos. Cada uno representa un nivel de conciencia, una madurez diferente frente al saber, a la ética y al compromiso con los demás.
· El Aprendiz es quien comienza a conocerse, quien se enfrenta con sus propias sombras y reconoce que tiene mucho que aprender.
· El Compañero se adentra en los misterios de la naturaleza, la ciencia y la fraternidad.
· El Maestro asume el compromiso de guiar sin imponer, de enseñar sin dogmatismo y de continuar perfeccionándose sin descanso.
En el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, uno de los más extendidos, existen hasta 33 grados, cada uno con enseñanzas específicas que combinan historia, simbolismo bíblico, filosofía moral y visión universalista. No todos los masones alcanzan o buscan estos grados superiores. Para muchos, los tres primeros son suficientes, pues contienen ya el núcleo esencial del trabajo interior.
Psicología del ritual: del ego al sí mismo
Los rituales masónicos, lejos de ser meras teatralizaciones, están diseñados con una profunda sabiduría psicológica. Su lenguaje no es racional ni discursivo, sino simbólico y emocional. Invitan a una transformación que no pasa solo por el entendimiento, sino por la experiencia profunda del alma.
· El vendaje de ojos en la ceremonia de iniciación representa la ignorancia voluntaria del profano y el reconocimiento de que no se ve con claridad hasta que se ha aprendido a mirar con el corazón.
· El mandil blanco simboliza la pureza de intenciones y la dignidad del trabajo moral.
· El juramento solemne no es una fórmula vacía, sino un compromiso ético que vincula al iniciado con su conciencia.
· La iluminación gradual, a medida que se le retiran las vendas y se abren nuevas enseñanzas, alude a un proceso de iluminación interior.
Desde una mirada junguiana, podría decirse que el ritual masónico activa arquetipos universales: el viaje del héroe, la muerte simbólica del ego, el renacimiento espiritual, el descubrimiento del sentido. La logia es, en este sentido, un escenario donde se representa el drama eterno del alma humana: su caída en la oscuridad, su lucha por la verdad, su esfuerzo por pulirse y elevarse.
Por eso, la masonería no busca crear sabios infalibles, sino hombres y mujeres conscientes, capaces de cuestionarse, de crecer, de convivir en la diferencia. Su pedagogía no es autoritaria, sino iniciática: el saber no se impone, se revela. Y cada revelación es, al mismo tiempo, una exigencia de coherencia, de humildad, de responsabilidad.
Religión, espiritualidad y libertad interior
La masonería no es una religión, pero tampoco una negación de lo sagrado. Es, más bien, una vía simbólica de espiritualidad laica que parte de una idea esencial: el respeto absoluto por la conciencia individual. Por eso, no impone un dogma ni una teología, pero sí exige que cada masón se tome en serio su propia búsqueda interior.
El concepto del Gran Arquitecto del Universo, central en muchas logias, es deliberadamente amplio y abierto. Puede entenderse como Dios, como principio creador, como ley natural, como inteligencia cósmica o simplemente como la Idea de lo Supremo, tal como cada uno la conciba. Esta ambigüedad no es debilidad, sino fortaleza: permite que convivan creyentes de distintas religiones, agnósticos y hasta ateos con sensibilidad ética, sin enfrentamientos ni imposiciones.
En este punto, se bifurcan dos grandes tradiciones masónicas:
· Las logias de inspiración anglosajona (como la Gran Logia Unida de Inglaterra) requieren la creencia en un Ser Supremo, sin definir su forma. No admiten a quienes se declaren ateos o agnósticos, porque consideran que el compromiso ético debe tener un anclaje trascendente.
· En cambio, obediencias como el Gran Oriente de Francia han optado por una postura más laica y racionalista: defienden la plena libertad de conciencia, admiten a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, sin preguntar por su fe, mientras respeten los principios de libertad, igualdad y fraternidad.
Esta diversidad ha provocado choques históricos intensos, sobre todo con la Iglesia Católica. Ya en 1738, el papa Clemente XII condenó a la masonería mediante la bula In eminenti apostolatus specula, acusándola de ser secreta, relativista y promotora de ideas contrarias a la autoridad eclesiástica. Esa condena fue ratificada por casi todos los papas posteriores. Para la Iglesia, el hecho de que los masones permitieran la convivencia de múltiples credos —sin reconocer una verdad absoluta ni una autoridad única— era inadmisible.
A lo largo del siglo XIX y XX, la masonería también fue perseguida por regímenes autoritarios, tanto de derecha como de izquierda:
· El nazismo, que la consideraba una amenaza por su carácter internacionalista y su defensa de los derechos humanos.
· El franquismo español, que la identificaba con el liberalismo, la República y la modernidad.
· El estalinismo y otras formas de comunismo totalitario, que no toleraban su autonomía ni su modelo de organización libre y fraterna.
En todos estos casos, lo que se castigaba no era tanto una fe o una doctrina, sino un modo de estar en el mundo: discreto, autónomo, crítico, abierto al otro.
Comparaciones contemporáneas
En el fondo, la masonería propone una espiritualidad sin templo, sin dogmas ni sacerdotes, basada en la experiencia simbólica, la ética interior y el trabajo personal. En esto, se asemeja —aunque desde otra tradición— a ciertas formas del yoga filosófico, del taoísmo, del budismo zen o incluso del humanismo secular: caminos que no exigen creer en un dios determinado, pero que invitan a cultivar la paz interior, el dominio de uno mismo y la compasión por los demás.
Como esas otras vías, la masonería no promete milagros ni verdades absolutas. Propone, en cambio, una práctica constante de libertad y de autoconocimiento, bajo la premisa de que cada ser humano es un templo en construcción. Y que ese templo, para sostenerse, necesita columnas firmes: el pensamiento libre, la conducta justa, el respeto por la diferencia y la confianza en el poder transformador de la fraternidad.
Influencia histórica: ilustración, independencia y modernidad
Más que una sociedad secreta, la masonería fue durante los siglos XVIII y XIX una fuerza discreta pero poderosa que influyó decisivamente en la historia política, filosófica y cultural de Occidente. Sus ideas no nacieron en un vacío, sino que se nutrían del espíritu crítico y racional de la Ilustración, un movimiento que cuestionó los dogmas religiosos, el absolutismo y la ignorancia.
Allí donde había un proyecto de emancipación, una lucha por la libertad o una reforma del Estado, la huella masónica suele aparecer. No como un poder oculto que manipula, como sugieren los mitos conspirativos, sino como un espacio de sociabilidad, pensamiento crítico y acción organizada.
En Estados Unidos
La Revolución de 1776 no puede entenderse sin los ideales masónicos. George Washington, Benjamin Franklin, Thomas Jefferson y otros padres fundadores eran masones o simpatizantes. Las logias funcionaban como foros donde se debatían los derechos naturales, la soberanía popular, el contrato social. La noción de un gobierno representativo, la separación de poderes y la libertad de prensa circulaban con fuerza en esos templos discretos.
En Francia
Durante el siglo XVIII, París albergaba cientos de logias que reunían a filósofos, científicos, nobles ilustrados y burgueses reformistas. Muchos de ellos participaron activamente en la Revolución de 1789, que abolió la monarquía absoluta y proclamó los derechos del hombre. La masonería francesa fue un semillero de ideas republicanas, antifeudales y laicas.
En América Latina
En el proceso de independencia hispanoamericano, la masonería jugó un papel estratégico. José de San Martín, Simón Bolívar, Bernardo O’Higgins, Antonio José de Sucre, Francisco de Miranda y José Martí tuvieron vínculos con logias como la Lautaro, fundada en Europa por patriotas exiliados y extendida por el continente. Estas logias eran, a la vez, centros de formación ideológica y redes conspirativas que ayudaban a coordinar los movimientos revolucionarios.
La logia no era solo un club filosófico: era una trinchera del pensamiento libertador. Promovía el republicanismo frente a la monarquía, la soberanía frente al colonialismo, y el individuo libre frente al súbdito.
En el mundo moderno
Con el correr del tiempo, la masonería también tuvo influencia en:
· La laicidad del Estado: al separar la esfera política de la religiosa, defendiendo el pluralismo espiritual.
· La educación pública: apostando por una enseñanza gratuita, universal y racionalista.
· La abolición de la esclavitud: promoviendo la idea de que ningún ser humano puede ser propiedad de otro.
· El feminismo incipiente: si bien las logias fueron tradicionalmente masculinas, muchas mujeres vinculadas a masones o logias mixtas —como Olimpia de Gouges, Flora Tristán o Clémence Royer— impulsaron los derechos de la mujer y la igualdad de género.
· La ciudadanía crítica: alentando la participación cívica, la reflexión autónoma y el compromiso social.
En Argentina, figuras como Domingo Faustino Sarmiento, Manuel Belgrano, Juan Martín de Pueyrredón, Bartolomé Mitre y Julio Argentino Roca estuvieron relacionados con logias masónicas. La masonería, con sus luces y sus sombras, formó parte de la arquitectura intelectual de la Nación.
¿Sociedad secreta o discreta?
Una de las confusiones más comunes —y más explotadas por el sensacionalismo— es pensar que la masonería es una sociedad secreta. La imagen del club oculto que mueve los hilos del poder desde las sombras alimenta novelas, películas y foros conspirativos. Pero basta raspar un poco la superficie para advertir que la realidad es mucho más sencilla… y más interesante.
La masonería no es secreta, sino discreta. Sus principios, sus símbolos, su historia, sus textos fundacionales están al alcance de cualquiera que desee estudiarlos. Lo que se reserva es el contenido vivencial de los rituales, la dinámica íntima de sus reuniones, y sobre todo, la identidad de sus miembros, salvo que estos decidan revelarla.
Esta discreción no es elitismo ni ocultamiento malicioso, sino el resultado de tres razones profundas:
1. El valor del silencio como virtud filosófica: como enseñaban los estoicos y los místicos, el silencio es una forma de sabiduría. No todo debe decirse, y mucho menos, gritarse. En un mundo donde se opina sin pensar, la masonería propone un espacio donde se piensa sin necesidad de opinarlo todo.
2. El derecho a la privacidad: como en cualquier comunidad espiritual o filosófica, existe el legítimo deseo de mantener en reserva lo íntimo. Las vivencias rituales no se explican; se experimentan.
3. La necesidad histórica de protección: desde sus orígenes, la masonería fue perseguida por diversos regímenes autoritarios, tanto de derecha como de izquierda, así como por instituciones religiosas que la consideraban hereje o subversiva. Esa persecución obligó durante siglos a cultivar la prudencia y la reserva como forma de sobrevivencia.
Sin embargo, esta discreción fue malinterpretada —y muchas veces deliberadamente deformada— para sembrar sospechas. Se la ha acusado de ser una red internacional de conspiración, de adorar al demonio, de estar vinculada con los Illuminati, o de manipular gobiernos desde la sombra. Nada de esto resiste un análisis histórico serio.
Las teorías conspirativas cumplen una función ideológica: sirven a dictadores, inquisidores, populistas y fanáticos que necesitan enemigos invisibles para justificar su poder. En ese sentido, la masonería fue, muchas veces, el blanco perfecto: discreta, simbólica, no confesional, cosmopolita, racionalista.
Pero la verdad es más mundana y valiosa: la masonería no es una secta ni una mafia, sino una escuela de pensamiento, una fraternidad de personas que buscan mejorar el mundo… empezando por sí mismas.
Masonería en Argentina: logias patrióticas y debates actuales
La historia de la masonería en Argentina se confunde, desde sus inicios, con los propios cimientos de la patria. No se puede entender la independencia americana ni la organización nacional sin mencionar a las logias masónicas que, desde la sombra de los salones y el sigilo de los juramentos, soñaban una América libre, ilustrada y soberana.
La más célebre de todas fue la Logia Lautaro, fundada por patriotas sudamericanos en Cádiz y trasladada a Buenos Aires por figuras clave como José de San Martín, Carlos María de Alvear y José Matías Zapiola. No era una logia convencional, sino una organización política secreta, inspirada en principios masónicos, cuyo objetivo explícito era liberar América del dominio español. Desde sus filas se planificaron las campañas de los Andes, la diplomacia revolucionaria, los pactos silenciosos entre los Libertadores.
Durante el siglo XIX, la masonería argentina continuó su influencia en el trazado institucional del país. Muchos de los constituyentes de 1853, así como presidentes como Sarmiento, Mitre, Roca o Pellegrini, fueron masones o simpatizantes de las logias. Su defensa de la escuela pública, laica y gratuita, su impulso a la ley 1420, su trabajo por la libertad de prensa, el sufragio universal y la organización del Estado moderno beben de ese legado de racionalismo, tolerancia y progreso.
Pero la masonería no solo operó desde el poder: también lo hizo desde la cultura. Figuras como Leopoldo Lugones, Alfredo Palacios o José Ingenieros reflexionaron sobre el sentido ético y espiritual del pensamiento masónico en un país en transición.
En el siglo XX, la masonería enfrentó momentos de tensión y persecución, especialmente durante los gobiernos autoritarios, que la señalaron como enemiga del orden, sospechosa de conspiración o simplemente contraria al nacionalismo católico.
Hoy, en el siglo XXI, la masonería argentina sigue viva, aunque más discreta que nunca. Existen múltiples obediencias y logias en actividad, tanto de tradición liberal (como el Gran Oriente Federal Argentino) como de tradición regular (como la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones), que mantienen vínculos internacionales y desarrollan actividades culturales, filantrópicas, espirituales y filosóficas.
Sin embargo, no están exentas de debates internos:
· La incorporación plena de las mujeres, que ya existe en muchas logias mixtas o exclusivamente femeninas, pero aún no es universal.
· La digitalización de la vida social, que pone en jaque la naturaleza vivencial y ritual del templo.
· La pérdida de relevancia pública, en un tiempo donde la aceleración, el ruido y el espectáculo dificultan los espacios de silencio, simbolismo y trabajo interior.
· La superficialidad cultural contemporánea, que choca con una pedagogía basada en la paciencia, la introspección y la construcción personal.
Frente a estos desafíos, la masonería argentina busca reconfigurar su lugar: ni como poder oculto ni como reliquia del pasado, sino como un camino de formación humana en tiempos de crisis del sentido. Una trinchera silenciosa desde la cual seguir creyendo —como hace más de dos siglos— en una patria justa, ilustrada y fraterna.
Una escuela moral para tiempos inciertos
En un mundo donde se grita más de lo que se piensa, donde la polarización reemplaza al diálogo y donde el algoritmo reemplaza a la introspección, la masonería ofrece otra vía. Una que invita a mirar hacia adentro, a construirse desde el símbolo, a formarse en el silencio y el respeto.
No busca verdades absolutas, sino preguntas profundas. No pretende tener el poder, sino despertar el poder interior de cada persona.
Quizás, como en la Edad Media, todavía hay quienes levantan catedrales. No de piedra ni de vitrales, sino de valores. No con martillo y cincel, sino con ideas, tiempo y conciencia. Y entre ellos, caminan —silenciosos, reflexivos, imperfectos— los masones.
Epílogo: ¿Una espiritualidad sin templo?
La masonería podría entenderse como una forma laica de espiritualidad. No exige una fe determinada, pero propone una forma de vida: introspección, simbolismo, fraternidad. En vez de decir qué creer, la masonería invita a pensar cómo vivir. Su espiritualidad no se impone desde arriba, sino que brota desde la experiencia interior.
En ese sentido, dialoga con caminos como el yoga, que también busca el perfeccionamiento personal y el dominio del ego, aunque con otra raíz cultural. Así como el yoga enseña a habitar el cuerpo y la respiración con atención plena, la masonería invita a habitar el símbolo, el silencio y el compromiso con uno mismo. Ambas tradiciones, desde culturas distintas, enseñan a conocerse para transformarse.
Tampoco es religión, pero comparte con las religiones el anhelo de sentido, la ética y la comunidad. A diferencia de muchas de ellas, no impone dogmas ni verdades reveladas. Su luz no es una fe ciega, sino una vela encendida en el corazón de cada iniciado.
En tiempos de ruido, superficialidad y desencanto, quizá volver a mirar hacia adentro —como proponen los masones— no sea una nostalgia esotérica, sino una necesidad urgente.
También merece señalarse el surgimiento de logias femeninas y mixtas que reflejan un cambio profundo en las estructuras tradicionales. Organizaciones como Le Droit Humain o la Gran Logia Femenina de Francia han abierto espacios donde las mujeres pueden participar plenamente de la tradición masónica, aportando nuevas miradas y actualizando sus símbolos a los tiempos que corren.
En un mundo saturado de consumo, de velocidad, de espectáculo, que celebra el grito antes que el argumento, reaparecen —como faros discretos— escuelas como la masonería. No son refugios del pasado, sino talleres de futuro. Porque cuando todo parece ruido, el silencio se vuelve revolucionario. Y cuando todo es desarraigo, un rito, un símbolo o una palabra compartida pueden volver a darle al ser humano un lugar en el mundo.
Tal vez no haya que buscar más templos. Quizás el verdadero templo sea ese lugar interior donde el ser humano se pregunta quién es, por qué vive y cómo puede ser mejor. Ese espacio invisible donde la conciencia toma forma, la palabra se vuelve acción, y el símbolo guía el despertar de lo profundo. Y en ese camino, silencioso y antiguo, camina todavía —como un eco de siglos— el masón.
Porque no se trata de cambiar el mundo con discursos, sino de reconstruir el alma humana, ladrillo por ladrillo, en silencio y con dignidad.
Bibliografia:
José Antonio Ferrer Benimeli, La masonería.
Albert G. Mackey, Historia de la masonería.
Jules Boucher, La masonería y su simbolismo.
Víctor Guerra, Masonería y revolución.
