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La OTAN en el Sur: ¿Amenaza latente?


Introducción: El sur ya no es un rincón olvidado


Durante décadas, el sur del continente fue visto como una periferia sin peso en las grandes decisiones globales. Sin embargo, en el siglo XXI, los mapas han girado, y aquello que parecía remoto hoy es estratégico. El Atlántico Sur, las Islas Malvinas y la puerta de entrada a la Antártida se han convertido en un escenario clave de vigilancia, disputa y proyección de poder. En este contexto, la presencia del Reino Unido —y por extensión de la OTAN— en el archipiélago deja de ser un tema de soberanía bilateral para convertirse en una cuestión regional e incluso global.


Una base que vigila el mundo


El Reino Unido no actúa en soledad en el Atlántico Sur. Como miembro fundador y potencia nuclear de la OTAN, su presencia militar en Malvinas implica más que un conflicto bilateral con Argentina: es un nodo geoestratégico de una alianza global que proyecta poder hacia el hemisferio sur.


La base de Mount Pleasant —construida en 1985, tras la guerra de 1982— no es solo un aeródromo para defensa local. Es la base militar más grande del hemisferio sur bajo control británico fuera de Europa, con capacidad para operar cazas Typhoon, aviones de transporte de largo alcance, misiles Rapier, radares de alerta temprana y sistemas de inteligencia electrónica (SIGINT).


Forma parte del Strategic Command del Reino Unido, lo que permite su integración en operaciones conjuntas de la OTAN o en misiones unilaterales de despliegue global. Mount Pleasant actúa como plataforma de vigilancia, control aéreo y apoyo logístico sobre una vasta área oceánica. Desde allí se controlan rutas aéreas, marítimas y submarinas, se monitorean movimientos regionales y se opera un sofisticado sistema de vigilancia que cubre un sector clave del Atlántico Sur y la puerta de entrada a la Antártida.


Su ubicación estratégica conecta tres espacios vitales: Sudamérica, África y el continente blanco, lo que convierte al archipiélago en un verdadero puesto avanzado de vigilancia global. Es, en efecto, una especie de portaaviones fijo, clavado sobre territorio en disputa, desde donde se monitorea una vasta porción del mundo.


Zona de paz vs enclave militar


La militarización británica en las islas no responde a una amenaza real, sino a una lógica de presencia disuasiva, geopolítica y de control. Es un enclave adelantado de la OTAN en una región que América Latina ha declarado —en múltiples foros— como zona de paz. Organismos como UNASUR, MERCOSUR, CELAC, el Parlasur y la Zona de Paz y Cooperación del Atlántico Sur (ZPCAS), creada en 1986 bajo impulso brasileño, han repudiado esta militarización por considerarla un factor de tensión innecesaria y contrario al derecho internacional.


La Declaración de Buenos Aires (2010) de UNASUR y la Resolución 31/49 de la ONU exhortan a evitar toda acción que modifique el status quo en territorios en disputa. Además, la militarización contradice la identidad misma de la región: América Latina es la única zona desnuclearizada del planeta por tratado (Tlatelolco, 1967). La presencia de una base con capacidad ofensiva en ese contexto constituye una amenaza latente al equilibrio regional.


Mientras los pueblos de la región apuestan por la integración, el desarme y el desarrollo sostenible, las potencias extranjeras construyen radares, amplían pistas y patrullan las aguas con submarinos de propulsión nuclear. La presencia de armamento avanzado y capacidad de despliegue rápido refuerza el carácter estratégico del enclave. El Atlántico Sur ya no es solo una frontera oceánica: es un espacio en disputa, donde se juega el equilibrio entre soberanía, recursos y poder global.


Y Malvinas no es solo una herida de soberanía: es también un portal hacia posibles escenarios de confrontación futura. ¿Puede hablarse de autodeterminación cuando el suelo que se pisa está minado, el cielo patrullado y el horizonte monitoreado desde una base extranjera?


¿Bases científicas o fichas de ajedrez?


La creciente rivalidad entre potencias globales también se manifiesta en el sur del continente. Mientras el Reino Unido mantiene en Malvinas un enclave militar operativo bajo la lógica de la OTAN, en la provincia argentina de Neuquén se instaló en 2017 una base china de observación espacial, administrada por la Agencia China de Lanzamiento y Control de Satélites (CLTC, por sus siglas en inglés). La CLTC depende del Ejército Popular de Liberación y se encarga del control de misiones satelitales y espaciales, tanto civiles como militares.


Ambas bases, con funciones supuestamente científicas o defensivas, están vinculadas a sistemas de inteligencia, posicionamiento estratégico y vigilancia satelital. Ni la OTAN con sus cazas, ni China con sus antenas, respetan plenamente la noción de soberanía compartida que América Latina intenta construir.


Desde una perspectiva geopolítica, son piezas en un tablero global en disputa, con el sur del continente convertido en zona de creciente interés para las potencias. La pregunta ya no es quién protege a quién, sino quién vigila a quién… y desde dónde.


La presencia británica en Malvinas y la china en Neuquén no son hechos aislados, sino síntomas de una nueva pugna por el control de recursos, rutas y soberanías en el siglo XXI. La competencia por el control del sur no se limita al Atlántico. También se libra en tierra firme, lejos de las pistas y submarinos, en el silencioso terreno de la tecnología espacial. Desde el oeste argentino, otra potencia global mueve sus piezas con sigilo.


Si Pine Gap —la base estadounidense en Australia— es una de las instalaciones más secretas y avanzadas del sistema global de inteligencia (SIGINT), Malvinas y Neuquén no le van en zaga en términos de funcionalidad estratégica.


Desde Mount Pleasant, el Reino Unido —y por extensión la OTAN— dispone de una plataforma militar que articula vigilancia satelital, control aéreo y logística naval en una zona vital para las rutas atlánticas y el acceso a la Antártida. Es una ficha adelantada, visible, con cazas, radares y presencia disuasiva. El mensaje no necesita traducción: aquí manda Occidente.


En cambio, la base china en Neuquén actúa bajo un perfil supuestamente científico, pero responde a una lógica distinta: la de expansión silenciosa, enmarcada en acuerdos bilaterales sin control parlamentario, con autonomía operativa para la administración militar de China. El acuerdo —firmado por 50 años— impide el ingreso irrestricto de autoridades argentinas y exime a la base de impuestos. Esto alimenta las críticas sobre el secretismo y la cesión de soberanía. Desde el gobierno argentino, se ha defendido el convenio como parte de la cooperación científica internacional, aunque la falta de transparencia genera inquietud en diversos sectores.


La CLTC, dependiente del Ejército Popular de Liberación, maneja programas de doble uso: civil y militar. Aunque no es oficialmente una instalación militar, su potencial para captar datos de comunicaciones y operaciones satelitales preocupa a sectores que advierten sobre una pérdida de soberanía tecnológica.


Ambas estructuras se encuentran insertas en una red global de inteligencia, vigilancia y posicionamiento estratégico. Y ambas, desde esquemas distintos —uno militar, otro tecnológico-científico—, apuntan a un mismo objetivo: el dominio del sur como nuevo escenario de competencia geopolítica global. Así, mientras América Latina proclama su vocación de paz, integración y soberanía compartida, las grandes potencias clavan sus banderas en tierra ajena y extienden sus redes invisibles.


Conclusión: El sur como nuevo centro del mundo


El sur ya no es solo el final del mapa. Es el nuevo centro de la disputa por el futuro del mundo. ¿Puede una región construir un futuro soberano mientras las grandes potencias escriben el presente sobre su territorio? La creciente multipolaridad mundial quiebra el histórico dominio hemisférico de Estados Unidos, consagrado desde el siglo XIX por la Doctrina Monroe. La expansión de nuevos actores, como China, y la persistencia de enclaves como Malvinas, desafían el statu quo regional.


La disyuntiva no es solo diplomática o territorial: es civilizatoria. Entre el control externo y la autodeterminación, entre la vigilancia global y la soberanía regional, se libra una partida donde el sur ya no puede ser mero espectador.


América Latina deberá decidir si asume un rol pasivo o si construye una voz común, una estrategia soberana y una diplomacia regional capaz de responder al juego de las grandes potencias. Porque el sur, al fin, ha dejado de ser silencio.

 

Bibliografía

·      Ministerio de Defensa de Argentina. (2023). Informe sobre la militarización del Atlántico Sur.

·      Rapoport, Mario. Historia económica, política y social de la Argentina. Ediciones Ariel.

·      Basterra, Manuel. "La presencia de la OTAN en el Atlántico Sur", Revista Geopolítica Latinoamericana, 2021.

·      Tratado de Tlatelolco, 1967.

·      Declaración de Buenos Aires (UNASUR), 2010.

·      Resolución 31/49 de la ONU.

·      Romero, Luis Alberto. Breve historia contemporánea de la Argentina. FCE.

·      Agencia Télam, “La base china en Neuquén y los debates sobre soberanía”, 2023.

·      La Nación, “El nuevo ajedrez global en el sur del continente”, 2024.

·      BBC Mundo, “Qué hace China en Neuquén y por qué genera polémica”, 2023.

·      Infobae, “Mount Pleasant: la base que convierte a Malvinas en el ojo de Occidente”, 2022.



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1 comentario


Hola Roberto, muy bueno el articulo. Pero te sumo un detalle importante, Malvinas la estas mirando como una isla perdida para UK, es al reves, es parte de su matriz de defensa global, interconectada en un cuadro de defensa de rutas comerciales a escala mundial. Mirala dentro de un sistema, no aislada.

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