Los nuevos desembarcos: Patagonia, Norte y el mapa silencioso del interés extranjero
- Roberto Arnaiz
- 15 nov
- 3 Min. de lectura
La historia argentina nunca duerme: apenas se agazapa. Cambia de máscara, se camufla entre vientos y frontera, pero siempre vuelve. Y si uno se anima a mirar sin parpadear, descubre que lo que ayer fue un barco inglés fondeando en San Julián, hoy llega disfrazado de misión humanitaria, ONG ambiental o proyecto “sustentable” que exige más territorio del que cualquier república sobria estaría dispuesta a ceder.
Porque los intereses foráneos en el sur nunca se retiraron. Tan sólo aprendieron a hablar más suave.
Y lo más inquietante es que lo mismo ocurre en el norte, donde las misiones anglicanas —aquellas que parecían parte del pasado— continúan operando con la misma lógica que las avanzadas británicas del siglo XIX: ocupar el vacío donde el Estado argentino llega tarde, o no llega.
La Patagonia actual: un territorio inmenso con un Estado demasiado delgado
La Patagonia sigue siendo un país dentro del país: vasta, rica, deshabitada y deseada. Si en tiempos de Fitz Roy la región era una promesa, hoy es un botín estratégico marcado con resaltador por todas las potencias que piensan a cincuenta años.
Litio, gas, petróleo, hidrógeno verde, agua dulce, biodiversidad extrema, rutas polares, corredores bioceánicos.
El futuro energético del planeta está escrito ahí.
Por eso hoy proliferan: – Fondos de inversión que compran miles de hectáreas como quien junta estampillas. – Proyectos “verdes” que exigen territorios del tamaño de provincias enteras. – Intereses chinos, estadounidenses y europeos disputando minerales críticos. – ONGs internacionales con más información que muchos organismos oficiales. – Universidades extranjeras estudiando ecosistemas sensibles sin supervisión local.
Y entonces surge la pregunta que duele:
¿Quién controla realmente el territorio?
Porque si la bandera flamea pero el agua, el subsuelo y los datos estratégicos están en manos ajenas, la soberanía se vuelve una postal nostálgica.
El nuevo ajedrez: bases científicas, radares, corredores y silencios
Inglaterra ya no manda fragatas: firma convenios científicos.
China no envía exploradores: financia puertos, rutas y zonas francas.
Estados Unidos no instala misiones religiosas: instala radares y centros de monitoreo.
Europa no reclama territorio: reclama “preservación ambiental” en regiones cargadas de minerales críticos.
El tablero es el mismo. Las piezas cambiaron de nombre. La lógica no.
Quien llega primero, condiciona el futuro.
El Norte argentino: la misión anglicana que nunca se fue
Mientras la Patagonia atrae por su riqueza energética, el norte lo hace por otra razón igual de estratégica: territorio, agua, biodiversidad, acceso transfronterizo y comunidades vulnerables donde el Estado argentino aparece a cuentagotas.
Y allí están ellas: las misiones anglicanas.
Persisten desde el siglo XIX en el Chaco, Formosa, Salta y Misiones. Cambian nombres, cambian pastores, cambian discursos, pero la función geopolítica es idéntica a la que cumplió Waite Stirling en 1869 en Ushuaia: llegar antes que el Estado.
Escuelas, templos, voluntarios extranjeros, redes internacionales de financiamiento. A simple vista, asistencia. A la vista más profunda, influencia cultural persistente.
Y la historia es clara y cruel:
Antes de perder la tierra, los países pierden el relato. Antes de perder la geografía, pierden la escuela y la iglesia.
Porque donde el Estado argentino no está, otro Estado —directa o indirectamente— entra. Y el que entra, influye. Y el que influye, mañana reclama.
El patrón que se repite porque funciona
Lo que sucede en el sur y en el norte comparte el mismo ADN:
Territorios vastos y poco controlados.
Presencia extranjera “benigna” que ofrece ayuda.
Proyectos, acuerdos o misiones que consolidan permanencia.
Obtención de información estratégica.
Influencia cultural, económica o territorial.
Ayer fueron la Church of England, Fitz Roy, Musters y la Royal Navy. Hoy son ONGs, fundaciones, corporaciones tecnológicas, consultoras globales y embajadas con paciencia de relojero.
La forma cambia. El mecanismo no.
Una advertencia para este siglo
La geopolítica no desaparece: se disfraza. Se vuelve amable, ambiental, científica, filantrópica. Pero su objetivo sigue siendo el mismo desde el comienzo de los tiempos: presencia, influencia, permanencia.
Y la Argentina —como hace doscientos años— vuelve a enfrentarse a la pregunta que decide su futuro:
¿Quién estará realmente en el territorio dentro de veinte años?
Si no es Argentina, será alguien más.
Porque en el sur, el viento habla con acentos extranjeros. Y en el norte, entre misiones y ONGs, resuena el eco de un viejo interés: ocupar lo que otros no defienden.
La soberanía no se pierde de golpe. Se pierde por abandono. Y un país que abandona presencia, abandona futuro.
La historia —cuando se la mira sin miedo— siempre revela lo que algunos quisieron borrar.






Es cierto. Basta con mirar a Europa invadida silenciosamente.