Malvinas y Antártida: la guerra que se libra en silencio
- Roberto Arnaiz
- 26 jul
- 5 Min. de lectura
Introducción: Bajo el hielo, el futuro
El hielo no cruje, pero habla. Y lo que dice, es que el futuro ya empezó. En el sur, el silencio es estrategia y el frío, poder. Bajo el hielo, late el mañana.
Creer que la Antártida es tierra de nadie es ignorar cómo se mueven las potencias en silencio. Allí, aunque no se escuchen disparos, ya se libra una guerra sin balas por el control del porvenir. Bajo su superficie helada se esconde una de las mayores reservas estratégicas del planeta: agua dulce, minerales raros, hidrocarburos y una biodiversidad aún inexplorada.
Se estima que la Antártida contiene el 70% del agua dulce del planeta, y su deshielo —además de elevar el nivel del mar— puede desatar una carrera global por su control. En ese tablero de silencio glacial, las Malvinas cumplen un rol clave: son la plataforma avanzada desde donde el Reino Unido proyecta su presencia sobre el continente blanco.
El Tratado Antártico de 1959, en vigor desde 1961, estableció que el continente solo puede usarse con fines pacíficos y científicos. Congeló —literal y jurídicamente— los reclamos territoriales preexistentes, prohibió toda actividad militar y suspendió la explotación de recursos.
Sin embargo, su Protocolo Ambiental (Protocolo de Madrid), firmado en 1991, podrá ser revisado a partir del año 2048 si algún país miembro así lo solicita. El Tratado no vence, pero su arquitectura legal puede resquebrajarse. Y los actores clave ya están en movimiento.
El Reino Unido, con presencia consolidada en las Malvinas y bases logísticas activas, no reconoce el reclamo argentino. China invierte millones en investigación polar. Estados Unidos mantiene bases históricas con proyección permanente. Rusia realiza perforaciones profundas bajo el glaciar. La Antártida ya no es un desierto blanco: es un tablero de poder multilateral.
La base de Mount Pleasant cuenta con pistas para aviones de combate, radares de largo alcance y capacidad de despliegue rápido, lo que le permite funcionar como plataforma militar avanzada en el Atlántico Sur.
Ese horizonte —lejano en el calendario, pero inmediato en las decisiones estratégicas— ya moviliza movimientos discretos, financiamientos selectivos y consolidaciones logísticas.
El Reino Unido no solo otorga licencias pesqueras en aguas cercanas al Territorio Antártico Británico, reforzando de facto su presencia. Mantiene bases científicas en el sector que reclama Argentina, ha trazado unilateralmente una delimitación que se superpone con los reclamos argentino y chileno, violando el espíritu de cooperación que inspira el Tratado Antártico, y fortalece su logística desde Mount Pleasant.
Desde allí no solo despegan aviones: despega la estrategia británica para quedarse con el continente blanco. Las Malvinas son el estribo militar de una ambición que no termina en las islas: son el punto de partida de una cabalgata geopolítica hacia el corazón helado del sur. Y quien monte primero esa ruta, conducirá el siglo.
Los vuelos hacia las bases antárticas británicas salen desde Malvinas. Los estudios científicos que se financian con fondos del Foreign Office no son solamente aportes neutros al conocimiento: son una carta de presentación territorial para el futuro.
En la Antártida, la ciencia no es neutral: es un instrumento silencioso de soberanía territorial. Cada base instalada, cada vuelo logístico, cada campaña científica y cada perforación refuerza una presencia que —bajo el manto de la ciencia— prepara posiciones antes del inevitable debate global por los recursos.
Por ejemplo, el British Antarctic Survey, financiado por el Reino Unido, no solo estudia glaciares: instala campamentos donde enarbola su bandera. Cada experimento también delimita un espacio. En geopolítica polar, cada censo biológico, cada estación meteorológica y cada estudio de hielo es, en el fondo, una afirmación territorial.
En términos jurídicos, no se aceptan nuevos reclamos desde 1961, pero los reclamos previos deben sostenerse con presencia y actividad efectiva. La articulación entre Malvinas y las bases antárticas cumple ese rol: consolidar soberanía mediante hechos.
Argentina no es ajena a esta lógica. Su reclamo sobre la Antártida está respaldado por fundamentos históricos, científicos y jurídicos sólidos. Cuenta con el Instituto Antártico Argentino, campañas de investigación, y el reconocimiento internacional de la Comisión Nacional del Límite Exterior de la Plataforma Continental.
Desde 1904, la Argentina mantiene presencia permanente en la Antártida con la Base Orcadas, una de las más antiguas del continente. Y el rompehielos Almirante Irízar, con capacidad logística para sostener la campaña antártica de verano, es símbolo de nuestra vocación polar y herramienta de proyección soberana.
Además, en colaboración con Chile, Argentina sostiene bases binacionales como la Base Petrel y la Base Profesor Julio Escudero, símbolo de un enfoque cooperativo frente a la ocupación unilateral.
Pero sin presencia efectiva, toda legitimidad se erosiona. La soberanía que no se ejerce, se evapora como el hielo al sol. Y sin infraestructura propia, la soberanía se convierte en un título sin tierra: legítimo, pero invisible.
Mientras el Reino Unido opera con vuelos regulares desde Mount Pleasant, Argentina depende de una infraestructura limitada, con escasa capacidad aérea permanente y bases científicas que requieren mayor refuerzo logístico.
El deshielo no solo modifica el paisaje: acelera el reloj de los intereses. Donde antes había siglos de espera, hoy hay apuros estratégicos. Como afirmó el embajador argentino Rafael Bielsa, “el reclamo sobre Malvinas y la Antártida son capítulos del mismo libro: el de nuestra soberanía integral”.
Conclusión: El hielo no duerme
Las Malvinas, entonces, no son solo un enclave colonial: son el trampolín hacia el futuro conflicto latente del siglo XXI. Mientras el hielo se derrite y las rutas marítimas antárticas se abren, las grandes potencias afilan sus estrategias.
La verdadera disputa ya comenzó, bajo cero. El que domine el hielo, dominará el mapa del mañana.
En los mapas escolares, la Antártida aparece abajo, chata y distante, como un apéndice helado. En los mapas del poder real, está en el centro del mañana: una joya helada codiciada por todos. Y las Malvinas, allí arriba, siguen siendo la llave que muchos no quieren soltar.
La soberanía no se declara: se ejerce. Y en el sur, se ejerce con ciencia, con logística, con presencia efectiva. Porque donde el radar ajeno marca territorio, la Patria se vuelve invisible.
Porque en el sur, no basta con mirar mapas: hay que pisarlos con decisión. Si no actuamos ahora, el siglo XXI encontrará a la Argentina reclamando sobre hielo ya ajeno.
El sur no se mira con nostalgia. Se defiende con decisión. Y el momento es ahora.
Soberanía es presencia. Y presencia, es destino.
Bibliografía consultada:
· Tratado Antártico (1959) y Protocolo de Madrid (1991), Secretaría del Tratado Antártico. https://www.ats.aq
· British Antarctic Survey, UKRI – Natural Environment Research Council. https://www.bas.ac.uk
· Instituto Antártico Argentino (IAA), Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto. https://cancilleria.gob.ar/antartida
· Comisión Nacional del Límite Exterior de la Plataforma Continental (COPLA). https://cancilleria.gob.ar/plataformacontinental
· Informe del Ministerio de Defensa de la Nación Argentina sobre la base Mount Pleasant, 2020.
· Rafael Bielsa, “Soberanía Integral”, Conferencia en la Universidad Nacional de La Plata, 2019.
· Fundación Argentina para la Promoción de la Investigación Antártica (FAPIA), Informes 2017–2022.






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