Pepe Mujica, el último hombre que vivió como pensó
- Roberto Arnaiz
- hace 14 minutos
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Murió Pepe Mujica.
Y yo me quedo con esta frase: “he sido un terrón con patas”.
Porque eso fue.
No un prócer de bronce.
No un traje de corbata con sonrisa de plástico.
No un salvador de pantalla para cumbres internacionales.
Fue barro.
Fue hueso.
Fue espina.
Fue hombre.
Y cuando dijo que era un “terrón con patas”, no fue metáfora hueca. Se asumía como un pedazo de tierra viva, con raíces hondas y los pies firmemente hundidos en el barro de la realidad. No era un producto del poder: era un campesino que pensaba, un filósofo con uñas negras y voz rasposa.
El guerrillero que no odió
Nació en Montevideo, en 1935.
Se hizo flor silvestre en los años 60, cuando todo ardía. Se metió con los tupamaros porque le hervía la sangre y no creía que la justicia llegara con discursos. Robó bancos. Se jugó la vida. Lo balearon. Cayó preso. Lo enterraron vivo.
Estuvo más de trece años en prisión, la mayoría en aislamiento. En una celda sin ventana, con el eco como único interlocutor.
No leía.
No hablaba.
No veía.
Pero no se pudrió.
No se volvió bestia.
No odió.
“Si no sos feliz con poco, no sos feliz con nada”, dijo. Y lo decía sabiendo lo que era tener solo una frazada y un rincón para no volverse loco.
Aprendió que la felicidad no se compra en cuotas. Que la verdadera libertad no se firma en papeles, se respira por dentro. Que cuando uno pasa años encerrado sin luz, un simple colchón en el suelo puede parecer un pedazo de cielo.
El presidente más pobre del mundo
A los años salió.
Se afilió a la vida otra vez.
Y contra todos los pronósticos, ese hombre roto fue electo presidente de Uruguay en 2010.
Se negó a vivir en la residencia presidencial.
Sigió en su chacra, con su perra Manuela —una callejera de tres patas—, su compañera Lucía, sus gallinas, sus habas… y su Volkswagen Escarabajo celeste del '87, que manejaba él mismo.
Ese auto oxidado, con olor a tierra mojada y vida vivida, valía más como símbolo que como máquina. Un jeque quiso comprárselo por un millón de dólares. Mujica se rió.“No estoy loco”, dijo.
Porque el valor de las cosas no se mide en billetes.Sino en dignidad.
Donaba casi todo su sueldo.
Cocinaba él.
Regaba él.
No delegaba la humildad.
No era un héroe de mármol.
Era un tipo que miraba a los ojos, hablaba sin maquillaje y se ensuciaba las manos con tierra y con historia.
El loco que entendía la libertad
Defendía la libertad.
Pero no esa que cacarean los que se llenan la boca de liberalismo mientras explotan a sus vecinos.
Hablaba de la otra: La libertad de no vivir para trabajar.
La de no deberle el alma al banco.
La de tener tiempo para ver cómo crecen las plantas, cómo envejecen los amigos, cómo se adormece el día.
En la ONU, ante los trajes y los aires acondicionados, lanzó su piedra:
“Arrasamos las selvas verdaderas e implantamos selvas anónimas de cemento. Enfrentamos al sedentarismo con caminadores, al insomnio con pastillas, a la soledad con electrónica.”
Y los tipos que no entienden nada aplaudieron. Porque no sabían que los estaba cacheteando con poesía.
Utopía, marihuana y distancia
Legalizó la marihuana.
No porque fuera buena, sino porque el narcotráfico es peor.
“No quiero que los pibes se mueran por un porro”, decía.
Y la vendió el Estado.
Para poder cuidarlos.
Para poder decirles: si cruzás la raya, te ayudo, no te encierro.
Abrazó a Lula.
Pero no se calló ante Maduro. Criticó a Ortega. Y tampoco se dejó atrapar por los abrazos incómodos del kirchnerismo.
Cuando Cristina Fernández de Kirchner buscó capitalizar su figura, Mujica mantuvo distancia.
No por cálculo, sino por honestidad.
Porque no creía en el relato vacío, ni en el personalismo, ni en los caudillismos disfrazados de progresismo. Porque la humildad no se actúa: se vive. Y él no jugaba a la izquierda: la sembraba con las manos.
La parca, el cuerpo, la tierra
En abril de 2024 le dijeron que tenía cáncer.Y como siempre, no dramatizó.Miró a la muerte como quien mira una tormenta que se viene: sin apuro, sin lamentos.
“En mi vida más de una vez anduvo la Parca rondando el catre... Esta vez viene con la guadaña en ristre. Pero mientras el rollo aguante, voy a estar.”
Y estuvo.
Hasta el último día habló de política, de verduras, de libertad, de amor.
Nunca cambió de caballo en mitad del río.
Nunca dejó de ser barro.Nunca traicionó su alma.
El legado del terrón con patas
Se fue.
Y ahora los diarios lo aplauden.
Los presidentes lo citan.
Los hipócritas lo veneran.
Pero Mujica no vivió para ser estatua.
Vivió para sembrar. Y sembró ideas que incomodan, verdades que duelen, preguntas sin respuesta y el coraje de seguir caminando.
Se fue Pepe Mujica.
Pero quedan los que lo escucharon con los pies.
Quedan los que no necesitan más que un colchón y un mate para ser libres.
Quedan los que saben que vivir ligero de equipaje no es pobreza, es coraje.
Quedan los que aprendieron que vivir como se piensa…es la única forma de no traicionarse.
Gracias Maestro por todo lo que le enseñaste a la humanidad

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